Doll

298 53 12
                                    

Cuando despertó se encontró sola nuevamente, en la oscuridad de su departamento, sabía que algo malo iba a pasar, algo se lo decía, sabía que esa habitación no estaban tan sumida en la soledad como imaginaba, y eso la estaba poniendo de nervios.

Una fiera tormenta hacía eco por todo el lugar, retumbando por cada rincón, por cada grieta, por cada minúsculo lugar, y simplemente eso ponía aún más de nervios a la joven que no decidía si ocultarse más entre las cobijas o simplemente levantarse y correr despavorida hacia el departamento de enfrente, donde encontraría la paz que su pequeño corazón le pedía, entre los brazos de la joven pálida de cabellera azabache.

Otro conflicto se le cruzó por la mente, no solo tenía miedo, sino que en ese momento también quería ir al baño, por lo que el dilema volvió a presentarse a su mente, ¿Debía correr al baño y luego regresar? ¿O debía correr al baño y luego al departamento de enfrente?.

Dudó unos segundos, pero por fin sus pies tocaron el gélido piso de madera, sus piernas le temblaban, tenía que llegar al baño rápidamente, por lo que con pasos torpes trató de correr hacia la pequeña y maloliente habitación donde haría sus necesidades.

No llegó ni a la mitad del trayecto.

Algo se abalanzó sobre ella, confirmando sus miedos. La habitación no estaba del todo sola.

—Creíste que podías escapar... ibas a irte de nuevo con esa puta que quiere robarme a mi linda muñequita— nuevamente esos ojos escarlata se posaban sobre ella, llenos de ira, celos, rabia, rencor y otras emociones violentas y explosivas.

No tardó en sentir como esas gélidas manos rodeaban su cuello, sintió su pulso en sus oídos, sintió como la sangre se drenaba de su rostro, dejándola ver más enfermiza de lo que siempre se veía, cerró los ojos, apretándolos con miedo; estaba esperando que aquel ser de orbes escarlatas empezara a estrangularla de nuevo.

Pero no pasaba nada.

Cuando decidió volver a abrir los ojos, vio frente a si aquellas dos luces rojas, cerca de ella, demasiado cerca, casi tanto como para creer que aquella figura se había dejado caer sobre si.

—No te irás de aquí... No... No te irás muñequita... eres mía... TU ME PERTENECES A MI, NO A ESA PERRA OFRECIDA— su voz sonó gutural, amenazante, como la de un asesino que le murmura a su víctima antes de arrebatarle la vida.

—¡DEJA DE LLAMARLA ASÍ! ¡MALDITA BESTIA!— cinco segundos de valor bastaron para hacer que la rubia le hiciera frente a aquel ser, que no se veía contento con lo que le habían dicho.

—Ahora entiendo... esa maldita bruja te lavó el cerebro, no entiendes que la mala aquí es ella... ella te va a abandonar, te va a lastimar... va a hacer que te sientas mal... va a hacer que desees morir— una de sus gélidas manos se coló por debajo de la ropa de la joven, quien miraba aterrada aquellos ojos que habían empezado a causar un mix de emociones negativas en todo su cuerpo —pero yo estaré aquí... Y tú volverás a mi... volverás a amarme... Y si no lo haces... La mataré... La mataré y así nada de lo que pase te apartará de mi lado... serás sólo mía... Sólo mía... No te compartiré con nadie más, serás nuevamente MI muñequita— aquella sonrisa resplandeciente y hecha de colmillos volvió a aparecer, la de cabellera dorada creyó haber visto la luna en aquella sonrisa que se ampliaba a niveles inhumanos —y si no quieres estar a mi lado... te volveré una muñequita de verdad— casi chilló del miedo, le había leído el pensamiento, y no sólo eso, había descrito tácitamente la situación que su mente había imaginado. Era demasiado para ella a estas alturas.

O al menos suficiente para hacer que perdiera el control de su esfínter.

"—Perdona... No sabía que habías pasado por algo tan horrible... yo... debí dejar todo ahí— la joven de piel nívea se disculpaba repetidas veces mientras sus dedos se escurrían entre los cabellos rubios y grasosos de la joven que tenía la mirada perdida en algún punto de su habitación, se veía perdida, como un animalito abandonado, cosa que causó un despliegue de pena y compasión en la de orbes azules.

—No pasa nada— fue la vaga contestación de la de lentes, quien seguía en aquel extraño trance.

—Pero... No te ves bien... yo... Perdóname, enserio no quería hacerte recordar algo así... No... No estuvo bien hacer eso.— sus ojos se movían nerviosamente mientras buscaba maneras de compensar lo que le había hecho a la joven demacrada que estaba frente a ella.

—Tranquila— fue su única respuesta, dejando a la de cabellos azabaches más que preocupada.

Sus ojos pasearon por la joven, quien estaba en algún lugar lejano, o eso demostraba su mirada, que estaba fija en algún lugar. Algún lugar lejano donde no sentía dolor alguno"

Cuando abrió los ojos nuevamente sintió el cuerpo pesado, la peste a orina le llegó a la nariz, haciéndola sonrojarse y correr al baño, definitivamente no iba a quedarse oliendo a rayos, por lo que luego de una breve consideración, terminó por condicionarse a una ducha rápida, que no le tomó más de cinco minutos, después de todo, no había nada que la hiciera tardar, su cabello a pesar de haberle crecido un poco, seguía siendo corto, y su cuerpo no era especialmente grande o gordo como para demorar demasiado en limpiarlo.

Lo único que le supuso problemas fueron los cortes que decidieron abrirse con el agua.

Cuando salió de la ducha cayó en cuenta de dos cosas, la primera, su baño era un total asco, y olía tan mal como el resto del departamento, la segunda, ya no tenía ropa para ponerse en sus cajones, por lo cual, tendría que ir a las cajas donde estaban el resto de sus pertenencias.

Junto con las de su ex-novio.

Suspiró con pesadez, definitivamente no quería hurgar ahí, pero no se sentía cómoda andando desnuda, o con ropa que apestaba a secreciones.

Las desventajas de ducharse.

Fue rápida, corrió hasta el living, donde estaban todas esas cajas que había decidido no desempacar, estaban algo polvorientas, gracias a la entrometida joven que había buscado entre sus pertenencias, fue registrando algunas cajas, hasta que dio con su ropa, y pudo habérsela puesto, tal vez habría terminado de cambiarse más rápido, aunque no estaría en esa situación de haber desempacado.

Su puerta se abrió, exponiéndola tal y como Dios la había traído al mundo.

Había olvidado que la chica de ojos azules iría por ella para que fueran juntas a un café.

Tormento Donde viven las historias. Descúbrelo ahora