Death

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—¡Basta! ¡Por favor!— sintió los golpes que le eran propinados varias veces más fuerte de lo que debería, pero sus palabras no eran escuchadas, porque se habían vuelto simples golpes de aire que se perdían entre los hipidos causados por el llanto.

—No voy a parar... No mereces que pare, tú... tú, semejante puta— otro golpe con la correa de cuero la hizo retorcerse de dolor, nuevamente esos ojos la miraban con sadismo que no era comparable a otro, porque simplemente aquel ser de ojos escarlatas era una manifestación de todo el odio que un ser podía experimentar.

Y ella por fin tuvo miedo de eso.

Sus manos se dirigieron al cuello de la chica enfermiza, y con aquel brillo de diversión como el que tiene aquel que mata animales por placer, empezó a estrangularla nuevamente, tal y como lo había hecho toda aquella semana en la que había vuelto a su hogar. Cabe aclarar que no había vuelto porque se sintiera segura entre la mierda que era su departamento, en lo absoluto, aquel lugar que en algún momento la había llenado de confort en ese momento le aterraba casi tanto como el infierno.

Pero no podía meter a otros en sus problemas.

Sintió su cabeza dar vueltas, varios puntos de colores se hicieron presentes en su rango visual, cosa que, le indicaba que pronto pararía de estrangular su pequeño y frágil cuello. Sintió sus pulgares presionar su tráquea, cosa que impidió nuevamente el paso de oxígeno, tenía que parar pronto, porque pronto caería inconsciente.

Aún así, la presión no cedía.

Esta vez tiraba a matar.

Fue tarde cuando se dio cuenta de ello, las fuerzas que pudo haber tenido se habían ido totalmente, sintió su espalda doler, ahora estaba en el piso, a poco tiempo de su inminente muerte.

Y en lo único que pudo pensar fue en aquella amable chica, de piel de porcelana, ojos de zafiro y cabello azabache.

Fue en lo único que pensó cuando sus ojos se cerraron y no sintió nada más.

"—Por muy mal que te sientas... No vuelvas a hacer nada que ponga en riesgo tu vida— le pidió con calma y dulzura Lapislázuli, mientras dejaba a la rubia llorar entre sus brazos, metió sus dedos entre sus cabellos, no molestándose por la grasosa sensación que dejaba en sus dedos la suciedad del cuero cabelludo de la chica de lentes.

La única respuesta que consiguió fueron sollozos más fuertes de parte de ella, ahora se sentía peor que mal, volvía a arrepentirse de no haber muerto en el momento en que saltó de aquel estúpido banquillo. No le gustaba ser un problema para otros

—Tranquila, tranquila, no tienes que decirme, al menos, no ahora, no me gustaría que esto se repitiera— y simplemente abrazó a aquella chica rubia, sin decir nada más, solamente consolando entre sus brazos a la semi desconocida que había tratado de deshacerse de su vida.

Pasaron minutos hasta que dejase de llorar, y horas para que se fuera a su departamento, había sido retenida hasta que le había dado su número de teléfono a su bella vecina, y claro, también había prometido no volver a atentar contra su vida.

Sin embargo, no debes creerle a alguien que cruza los dedos tras su espalda"

Abrió los ojos trabajosamente, trató de cubrirse de la luz que empezaba a cegarla, pero no pudo hacer más que cerrar sus ojos de nuevo. No podía moverse, en absoluto, sus brazos y  piernas no cedían.

El miedo se apoderó de ella.

Escuchó a alguien entrar en la habitación, que había confirmado, era suya, las manchas de humedad y las goteras eran aquellas que había visto ya tantas veces en aquel techo amarillento y mohoso.

Tormento Donde viven las historias. Descúbrelo ahora