Sugar

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—Peridot, ¿Estás bien?— la actitud de la rubia comenzaba a alterar a su acompañante, quien buscaba alguna pista de lo que le pasaba a esa chica de aspecto enfermizo y descuidado, sin embargo, la de cabellera azabache no conseguía respuesta alguna de aquella chica que seguía con la vista en la mesa, su postre estaba intacto, y no respondía, estaba perdida en un limbo donde sólo ella podía estar.

La rubia tembló al escuchar su nombre en aquella voz que le parecía agradable, no porque el tono preocupado de la joven de cabellera negra hubiese causado un mínimo remordimiento en ella, no, eso simplemente parecía no importarle, lo que había hecho que ella se estremeciera había sido el hecho de que con cada palabra que salía de los labios de la hermosa joven que estaba frente a ella veía a la entidad de ojos rojos y mechas azules acercarse.

"—La mataré y así nada de lo que pase te apartará de mi lado—"

Tuvo que retener el ataque de pánico que iba a darle en ese momento, no quería causar más problemas, y tenía que pensar en una solución rápida.

No quería que fuera tarde.

No se dio cuenta cuando el pedazo de pastel lleno de betún, colorantes y glitter comestible desapareció de su plato, no percibió el sabor a vainilla, licor de naranja, caramelo y azúcar que tenía aquel postre, tampoco prestó atención a que había bebido de aquella copa con dos pajillas en más de una ocasión, y las palabras que decía la joven de piel nívea eran ignoradas como aquel estudiante que ignora las clases porque simplemente tiene otras cosas en mente.

—¡Peridot!— levantó la mirada algo sorprendida, no había oído nada de lo que había dicho la pelinegra, pero tenía el rostro bañado en preocupación —vamos a casa— la rubia hurgó en sus bolsillos algo dudosa, tenía dinero, era poco, pero suficiente como para pagar lo que había consumido, tendió el dinero a la de ojos azules, quien negó, simplemente dejó dinero en la mesa y caminó a la salida con la mirada gacha, tras de ella corrió una atemorizada y confundida Peridot.

—No te entiendo Peridot— murmuró audiblemente la de cabellos azabaches mientras que la rubia aceleraba el paso para alcanzarla, la rubia seguía confundida, no sabiendo que era lo que no entendía su acompañante. Estuvo a punto de preguntar, pero la fría mano que se posó en su boca le impidió aquello, se quedó congelada ahí mientras la desesperación invadía cada célula de su ser.

—No te muevas... no queremos que la perra se de cuenta de que estoy aquí— el gélido aliento de aquel ser de orbes escarlata chocó con el oído de la rubia, causando que esta tuviera que reprimir un quejido, tenía miedo, pero no podía quedar como una miedosa, no lo demostraría sabiendo que aquel ser que en algún momento había sido cariñoso con ella aprovecharía dicha oportunidad.

—Pensé que te agradaba la idea de que conviviéramos un poco, pero... veo que no... venías animada de camino para acá...— La rubia seguía callada, sus ojos se mostraban llorosos, pero aún así no interrumpió las palabras de la joven de ojos azules —¿Acaso no te agrado?— el miedo seguía subiendo por la columna vertebral de la rubia, sin embargo, no se atrevía a pedir ayuda.

—Si hablas no te prometo que ella estará a salvo— entonces entendió lo que pasaba, quería apartarla de su lado de una vez por todas para ya no tener problemas.

Para que la rubia corriera nuevamente a sus brazos como antes.

—Se que puedo resultar algo molesta... O insensible... pero jamás he sufrido por algo, no se que demonios se supone que debo decir si estás triste, no se que decir si perdiste a alguien, no se como reaccionar si una persona parece de lo más hundida en la mierda, no se que hacer si alguien está mal... No se nada— su voz se fue apagando a cada palabra que decía, y eso le partió el corazón a la joven de ojos verdes, era demasiado, ¿Acaso había estado encerrada en una burbuja de confort y sobreprotección? No le quedaba claro, todos tenían que haber sufrido alguna vez, por mínimo que fuera ese sufrimiento —en este momento no se que decirte a ti...— dio media vuelta, y fue en ese momento, cuando flechas azules se vieron detenidas por un escudo verde, que ambas se dieron cuenta de el estado de la otra.

La de cabellera azabache tenía los ojos llorosos, su labio estaba entre sus incisivos, sus puños temblaban por la fuerza que aplicaba, sus nudillos estaban totalmente blancos. Por otro lado, los ojos de la de cabellera dorada también se veían llorosos, a pesar de que estaban ocultos tras aquellas gafas algo rayadas y opacas por el poco uso descuidado que habían tenido, sus labios estaban apretados en una sola línea y parecía más tensa que nunca, temblaba, todo su cuerpo temblaba como si estuviera en la tundra, y el hecho de que sentía una mano gélida como un témpano de hielo cubriendo su boca tenía algo que ver.

La rubia inhaló hondo, mientras que las perlas azules de su contraria seguían sus movimientos a cada momento, estaba esperando cualquier pregunta relacionada a aquel ser que le cubría la boca, algún grito, algo, pero no, era como si aquella entidad de orbes escarlata brillantes no existiera.

—Peridot... realmente lo lamento, no sabía como siquiera preguntarte sobre ti... ni siquiera me atreví a preguntar sobre porque... no, olvídalo— se acercó un poco a la rubia, quien se veía indecisa, no sabía que hacer, no sabía si debía correr lejos de la de cabello negro, o si debía estrecharla entre sus brazos para sentir aquel calor al que inconscientemente empezaba a aferrarse. Tenía que tomar una decisión rápida, no podía demorarse más.

Su decisión fue tomada cuando vio aquellos zafiros cerca de ella.

Sabía lo que significaba, sabía que conllevaría hacerlo, pero no iba a seguir viviendo en el dolor, no iba a hacerlo mientras aquellos faros azules iluminasen su camino, prefería sumergirse en la oscuridad de aquella cabellera azabache que en el frío azul de los suaves cabellos de aquel doppelganger, prefería perderse en el brillante azul de aquellos pedazos de cielo de los ojos de aquella hermosa chica que en el abrasador y turbio infierno lleno de odio y furia; ahora prefería mil veces fundirse en la aterciopelada y cálida piel nívea de la joven que la miraba con aprehensión y arrepentimiento a volver a siquiera tocar aquella piel gris azulada que era tan gélida como un témpano de hielo.

Por segunda vez en ese día, hizo uso de 5 segundos de valor. Fueron suficientes para que sus delgados y heridos brazos rodearan a aquella chica que se quedó estática al sentir el contacto de aquella chica de lentes opacos, no se esperaba algo así, no si antes la había ignorado brutalmente.

—Perdona, no... no creí que te sintieras así... Y no quería hacerte sentir mal... es sólo... No es fácil, digo, hace tiempo que no salgo de mi departamento... hace tiempo que no tengo contacto humano... solo...— sintió unas manos gélidas rodear su cuello, pero no le importó, no le iba a dar el gusto de verla sufrir, no le iba a dar la satisfacción de alejarla de aquella chica que se había convertido en el único pilar que tenía de apoyo.

—Shhhh, ya, tranquila, no tienes que contarme todo, no ahora— sintió unos brazos rodear su cuello, reemplazando a aquellas manos que tenían la intención de dañarla, la calidez que llenó su interior fue reconfortante, y no le importó en lo absoluto el enterrar su rostro en el pecho de aquella chica que la hacía sentir bien, que la hacía olvidar por unos minutos o por algunas horas todo lo que le había pasado.

Entre sus brazos ya no se sentía insegura.

Tormento Donde viven las historias. Descúbrelo ahora