Day

284 53 40
                                    

—Te lo advertí!— no importaba cuanto tapase sus oídos, aquella voz seguía resonando con fuerza en sus tímpanos, con toda la sorna que podría caber en una línea tan pequeña —Te dije que ella te iba a abandonar... te lo dije, ella es mala al igual que todos los demás— la lluvia había empezado a caer, casi como si su presencia atrajera el mal clima que hacía de su departamento un lugar en el que pocas ganas daban de vivir.

—Me estás mintiendo... Me mientes porque tienes celos... ella no me haría eso, ella me dijo que me ayudaría siempre...— una carcajada resonó y ella cubrió sus oídos con más fuerza, simplemente no podía aguantar eso, al menos, no por mucho tiempo más.

—Yo nunca te mentiría, yo te amo, pero esa perra... ella no te ama, ella simplemente va a jugar contigo— sintió un gélido aliento cerca de su cuello que la hizo estremecerse, no debía creerle, no debía hacerlo, no quería hacerlo, porque ese ser ya antes la había lastimado.

—Tu me haces más daño de lo que ella me podría hacer— murmuró, causando que el disgusto se viera en aquel rostro que parecía carente de vida.

-—omo quieras, pero se que volverás a mis brazos, yo lo se— sintió el frío tacto de aquel ser en su espalda, ya no eran los finos dedos que habían recorrido su piel en muchas ocasiones, eran garras, afiladas y puntiagudas, ya no acariciaban suavemente su espalda, no, sintió cómo se encajaban con toda la saña posible en su piel pálida y llena de marcas que se acreditaba con orgullo.

Su piel fue desgarrada sin piedad alguna.

Despertó de golpe, sintiendo el sudor frío recorrer su frente y espalda, aullando de dolor por el hecho de que seguía creyendo que todo eso había pasado realmente, tratando de verificar si había alguna herida de gravedad en su espalda.

Todo eso mientras unos ojos escarlata le veían con sorna desde la esquina de aquella oscura y maloliente habitación, sonriendo con amplitud, tanta que aquella resplandeciente sonrisa hecha de colmillos podía ser fácilmente comparada con la Luna en cuarto menguante que no era visible desde aquella ciudad que tenía tantos cielos despejados como un depresivo ganas de vivir.

Pasaron unos minutos para que una chica de cabellera negra y un pijama de gatitos entrase en aquel departamento sin siquiera pedir permiso, encontrándose con una rubia sumergida en una mezcla de desesperación y miedo, con la cabellera más revuelta de lo usual y sus ojos irritados y llenos de lágrimas.

—Dios mío Peridot, ¿Qué pasó?— entró a aquella habitación llena de humedad y con un hedor terrible, importandole muy poco eso, lo importante era que la rubia parecía presa de un ataque de pánico.

No dijo nada, por experiencia propia sabía que no serviría de nada tratar de hablar con la rubia porque en ese momento no la escuchaba en lo absoluto, y de hacerlo, podía actuar agresivamente.

La casi imperceptible cicatriz de su muñeca se encargaba de que no se olvidase de ese detalle.

Envolvió entre sus brazos a la joven de ojos verdes, sabía de sobra que en ese momento necesitaba apoyo, necesitaba saber que ella estaba ahí y que la ayudaría, necesitaba seguridad, necesitaba el calor de otro ser humano indicándole que no estaba sola, que tenía alguien en quien confiar.

Pero la duda no se disipaba de su mente.

¿Porque se despertaba llorando y gritando cuando todo parecía ir bien? Debía ser un trauma fuerte, un trauma que fuera lo suficientemente agresivo y profundo para que se despertara gritando y llorando. Debía ser muy profundo si despertaba creyendo que realmente había sucedido.

La sintió relajarse, hipar, temblar y suspirar entre otras cosas, al igual que las demás noches de las últimas tres semanas que habían pasado desde aquella noche en la que habían estado en la cafetería, y como cada una de esas noches la de cabellos azabaches la arrulló como a una niña pequeña que ha tenido una pesadilla con un monstruo bajo su cama.

La rubia no iba a dormir, lo tenía claro, aquellas ojeras junto a él aspecto más ordenado de todo aquel departamento le confirmaban que luego de sus terrores nocturnos no lograba conciliar el sueño en todo lo que quedaba de la noche, y eso la preocupaba aún más.

—¿Quieres hablar sobre tu sueño?— sus dedos se escurrieron hasta el inicio de la dorada cabellera de la demacrada joven, sintió la negación desesperada que hizo, eso se estaba volviendo problemático, muy problemático, pero aún así, no iba a intentar siquiera presionarla, no quería ser invasiva, no si el hecho de hablar de aquella pesadilla podía ser suficiente para que la rubia entrase en pánico.

.
.
.

Las horas habían pasado, y Lapislázuli, al sentir que el sueño podía más que toda su fuerza de voluntad, ofreció una tentadora oferta a la chica de ojos verdes, ambas se quedarían en casa de Lazuli, así la rubia no estaría sola y la de cabello azabache podría dormir lo que no había dormido en tres semanas de esperar el grito de la joven para luego ir corriendo y encontrarla en un pésimo estado.

Peridot había ido al sofá a dormir, solamente porque no quería dormir en el suelo y porque no quería incomodar o preocupar más a la de cabellera negra.

Todo iba bien, no más pesadillas, la rubia había conciliado el sueño, Lazuli por fin había dormido bien y nada parecía fuera de lugar, ya iba amaneciendo, y eso significaba para la rubia seguridad. Irónicamente la luz de la que había escapado los últimos meses resultaba ser una buena aliada.

La primera en levantarse fue la chica de cabellos azabaches, tenía que ir al trabajo, muy a pesar de que le habría gustado estar en compañía de la rubia, sin embargo, sabía que la necesitaban en el trabajo, Gab podía llegar a desesperar a Laramie y Sadie podía ser una persona explosiva si se le molestaba demasiado; nadie lo olvidaba luego de que aquel pelirrojo terminase siendo echado de su propio establecimiento luego de una jugarreta que le había hecho a su pareja.

Luego de ducharse, vestirse y dejar una nota salió de ahí con una pequeña sonrisa en el rostro.

La misma sonrisa que ponía cada que veía serena a la rubia.

Cuando llegó Gab la recibió con una brutal horda de chascarrillos, la mayoría de índole sexual u homosexual, como cada día luego de haber llevado a la pequeña rubia de ojos verdes a por un café, sin embargo, estos lejos de molestarle le causaban mucha gracia, le era grato que alguien pudiera estar de buen humor, a pesar de que obtuviera parte de su dosis de risas diarias a costa suya.

Su mañana pasó entre atender clientes, preparar postres y bebidas, limpiar pisos, lavar vasos, tazas y platos, limpiar mesas y demás, justo como cada día de su trabajo, con la única diferencia de que Gab se la pasaba haciendo bromas y chistes que cualquiera pudo haber considerados incorrectos, mientras que su tarde pasó como cualquier otra en su vida, cualquiera podría decir que todo iba bien.

Al menos hasta que llegase a casa y viera su piso lleno de sangre y a una rubia que golpeaba ente llantos lo que se mostraban en su camino.

Tormento Donde viven las historias. Descúbrelo ahora