17: Cumpleaños.

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No tengo la más mínima idea de por qué amanezco abrazada al gran oso de peluche, pero el susto de haberlo hecho, es tan grande que lo lanzo al piso sin previo aviso -no para él, sino para mí-. Al poco instante, lo recojo del piso y lo sacudo, aunque el piso no tenga ni la más mínima viruta de polvo.

Me doy una ducha corta y me arreglo para enfrentar el día sábado con toda la fuerza del mundo. Aunque no del todo, pues muero de sueño aun siendo las once de la mañana.

Me dedico a lavar la ropa sucia, preparo mi almuerzo y como en el silencio de mi casa. Luego, saco de paseo a mis niñas, sin esperar que Harry aparezca en el parque canino pues es demasiado tarde, y él parece ir únicamente por las mañanas. Y así pasa. Posterior a la salida, vuelvo a casa. Me dedico a terminar mis proyectos y de paso, a ver la televisión.

Un rato largo me toma hacerlo, y para cuando he finalizado, ya son las cuatro de la tarde. En vez de alistarme para ir a comer a algún restaurante de comida rápida, decido ver algún programa musical y en el momento en el que mencionan la fecha de hoy, me sorprendo bastante de lo despistada que puedo llegar a ser muchas veces.

Es mi cumpleaños. He cumplido veinte años y no me he dado cuenta de eso. Tengo que ser una persona demasiado despreocupada -o muy ocupada- para no haberlo notado. Soy un desastre.

Estoy pensando en que al menos nadie se ha dado cuenta del pequeño detalle, cuando mi puerta es tocada. Me sorprende bastante, porque no acostumbro a tener visitas -en los tres años que llevo viviendo en este lugar, las únicas personas que conocen este lugar son Steph, mis padres, Alexander y la vecina, que se encarga de enviarme a cada instante a Pumba, quejándose-, pero de igual forma, me apresuro a abrir la puerta.

Me fijo en el pequeño mirador y el corazón me salta en una mano al ver a las tres personas tras la puerta. Y quiero gritar fuertísimo, morirme, irme del país, ¡desaparecer del mapa!

Corro como loca por un largo instante, arreglando cosas y poniendo cuadernos y cosas de estudio con mucho orden en el desayunador, me preocupo por tener un aspecto más demacrado, para parecer más estudiosa y cuando va siendo la cuarta vez que tocan la puerta, abro.

Mamá se abalanza sobre mí como si no hubiera un mañana y los dos únicos hombres de mi vida avanzan hacia la sala como si el lugar les perteneciera, ni siquiera me saludan. Yo abrazo a mamá, también, con mucha fuerza, y la lleno de besos, porque de verdad la extrañé. Somos como un par de amigas, en vez de madre e hija. Al contrario de mi hermano y mi padre.

- ¡Feliz cumpleaños! -Exclama-. Creces demasiado, mi niña, pero igual seguirás siendo una linda bebé para mí. Con tus mofletes y tu trasero gordo y suavecito, lleno de orines y pañales.

-Mamá, qué perturbador -la regaño-. Pasa, mejor.

Ambas avanzamos hacia la cocina, donde Alexander busca cosas en la nevera y mi padre escribe unas cuantas cosas en mi libreta. Le doy un abrazo que para ambos resulta incómodo y frío, casi seco. Luego le doy un abrazo a Alexander, que aunque no sea tan grandioso como el de mamá, resulta menos feo que el de papá.

- ¿Y qué los trae por estos lados? -Cuestiono, casi agitada.

- ¿Qué no nos traería por estos lados? -Cuestiona Alexander, dándole mordiscos a un trozo de cheescake de fresas-. ¿No podíamos? Es tu cumpleaños.

-Sí, sí, pero... solo nos vemos en navidad, año nuevo y... pascuas -aclaro, avergonzada de decir esto-. Me han tomado por sorpresa.

- ¡Y no debería! -Gruñe papá-. ¿Qué clase de maldad estabas haciendo?

-Ninguna, solo estaba estudiando -miento, tratando de sonar segura de ello-. ¿Quieren algo de cenar? Yo... eh... como no suelo comer mucho aquí, no tengo nada que les guste, pero puedo pedir comida.

Días de GloriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora