35: Quédate.

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Por la mañana, lo primero que hago es observar detenidamente de un lado a otro. No hay alarmas, ni latidos, no hay nada más que la leve oscuridad que aportan las cortinas del cuarto y una cama con grandes edredones blancos.

Tardo un par de instantes en poder adaptarme a la luz, y me sorprendo de no encontrarme en mi cuarto, en Palo Alto, pero entonces recuerdo los sucesos de anteayer y ayer, y lo primero que hago, es buscar la figura formidable del hombre al que amo.

Ahí está. Tumbado a mi lado. Con los ojos cerrados, los labios entreabiertos y la respiración apaciguada. Se ve tan tranquilo, tan dulce, tan él. Me atrevo a acariciar su cara, y acomodo su cabello revuelto hacia atrás. Entonces, decido salir de la cama.

Entre toda la ropa que está en el suelo, tomo una de las camisetas de Harry y me la pongo, me pongo mis braguitas y marco el número de servicio a la habitación. Pido nuestro desayuno mientras rehago nuestras maletas, ordeno sus cosas y le dejo la ropa que va a usar hoy, al lado de la mía mientras espero por el desayuno.

Cuando estoy terminando de acomodar nuestras cosas, tocan a la puerta, avisando con el típico «¡Servicio a la habitación!». Harry se da vuelta, bufando, y en cuanto intenta abrazar a mi lado, dándose cuenta de que no me encuentro, se despierta.

-Shylee... ¿Shylee? -Cuestiona.

-Duérmete -le doy un beso en la mejilla y me alejo para ir en busca de la comida.

La mujer, muy amable, me entrega dos bandejas con la comida y se va tras ofrecerme sus servicios de manera profesional y cortés. Dejo las bandejas sobre la cómoda y me acerco a Harry.

-Sé que estás despierto, tonto -me atrevo a susurrar a su oído-. Levántate, deja de ser tan dormilón. Desayunaremos, te irás a bañar, luego yo me bañaré y vamos a irnos en busca de Los Ángeles.

- ¿Te llegó la resolución del hospital? -Cuestiona, dándose vuelta para verme.

-Un correo, ayer en la madrugada -comento-. Vamos, he pedido un desayuno riquísimo.

Sus labios se estiran en una sonrisa gigantesca que me deja ver sus perfectos dientes blancos y se estira perezosamente en la cama. Posteriormente, sin antes un aviso, se abraza a mi torso y me hace caer a su lado sobre la cama. Sube a horcadas sobre mí y me llena la cara de besos mientras yo solo consigo sonreír, reírme como una idiota y acariciar su cabello.

-Buenos días, mi reina -me dice, tan tranquilo-. Te ves maravillosamente hermosa el día de hoy.

-Tienes que estar bromeando -me río.

-Sí, es cierto. Bromeo. Te ves espantosa. Como cada día, cada instante, siempre -besa mis mejillas, mi nariz y mi sien-. ¿Qué hay de desayunar?

-Algo muy rico que no he visto.

- ¿Sabes qué es rico y quiero comer de desayuno? -Cuestiona, viéndome seriamente.

-Empiezo a imaginarme algo -respondo, juguetona.

-Sí, mi reina, a ti -se inclina, apoyando sus codos a ambos lados de mi cabeza, y me besa los labios con pasión.

Dejo que me llene de caricias deliciosas, que me derriten. Comemos el desayuno sentados en el piso, posteriormente, él se mete a la ducha y yo termino de revisar las cosas que hay en mi maleta. Al poco rato, él sale, con una toalla alrededor del torso y yo entro, tras una palmada en el trasero.

Me doy una ducha corta. Me seco el pelo y cepillo mis dientes. Me aliso nuevamente el cabello y me fijo en las marcas de mis manos y mi cuello, e incluso mi pecho entero, cubierto de moretones que Harry ha hecho con sus labios muy libremente, conmigo de acuerdo, por supuesto. Luego, me pongo mi ropa interior y me enfundo en unos vaqueros negros entallados, una camisa rosada de letras blancas y mis calcetines rosados de puntos blancos. Ni siquiera me pongo zapatos, será un viaje largo y estaré todo el tiempo en el auto con Harry, así que no le encuentro la gracia a los zapatos.

Días de GloriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora