23: Mal mentiroso.

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Concentrarse en estudiar es una tarea difícil, más cuando recién has sido rechazada inminentemente, como si fueses una bestia andante. ¡Incluso la bestia tiene a su bella!

Desde que llegué, me la he pasado encerrada en mi habitación, con los libros y las libretas tiradas en mi cama, tratando de estudiar un poco. Pero es que no lo consigo. He recibido cientos de llamadas de Harry, también de Klais, pero no las he querido responder y he tenido que recurrir nuevamente a apagar mi celular para no responder en absoluto, ni darme cuenta.

Y, lo peor de toda mi suerte entera, es que justo cuando empiezo a centrarme entre el montón de líneas escritas, alguien toca mi puerta. Estudiar hoy no debe ser mi propósito.

-Pasa -respondo al llamado.

Papá entra al lugar, y se me pone la piel de gallina. Y como no puede ser más igual a Alexander, toma la silla del escritorio y se acerca a mí, sentándose a un lado. Mira un instante los cuadernos y cosas, y bufa pesadamente, como si no tuvieran importancia.

-Hablaremos -dice, y va directamente al grano-: No me agrada tu amigo.

- ¿Y? ¿Qué quieres que haga?

-Deja de hablarle, de verlo, de tratar de hacerlo encajar entre nosotros -responde, seriamente-. Es un delincuente, un vagabundo sin familia.

-La familia no solo se compone de padre, madre y hermanos, papá -replico-. ¿Y por qué debería dejar de hablarle? A mí me agrada, con eso basta.

-No. Es que no te agrada, Arianne. A ti te gusta ese vagabundo -gruñe-. ¿Crees que no lo notamos? Hasta me llevas la puta contraria por él. Y no voy a permitir que dañe el orden que he impuesto para nosotros. Es... un... jodido... delincuente.

- ¿A qué te refieres? -Pregunto, dejando de lado las hojas.

Él saca de su bolsillo trasero una bolsa con papeles llenos de datos de Harry y me los tira a la cama, y claro que le creeré porque tienen el sello del F.B.I al pie de la página, y, ¡porque él aún tiene influencia en el F.B.I! Sin embargo, no puedo evitar ver un par de instantes los papeles antes de tomarlos entre mis manos y verlos, sin leerlos.

-Eso lo dice todo -me dice-. Te alejas de él. Si me desobedeces, vas a pagarlo muy, muy caro, Arianne. Escucha atenta, y acata indicaciones.

Vuelve a poner la silla en su lugar y sale del cuarto sin más. Es imposible que trate de gritarle qué ocurre conmigo, al igual que con Alexander, pues seguramente me iría peor, pero tampoco me quedo en mi lugar. Dejo todos esos papeles en su lugar, y guardo los míos en mi bolso. Ordeno mi cama, que aunque no está desordenada, tiene algunas virutas de papel y me distrae. Posteriormente, salgo del cuarto y me acerco a la cocina, que es donde siempre se mantiene mamá. Es su costumbre.

-Hola, dulce -dice, al verme-. Guau, tenemos una cara de tristeza espantosa. ¿Ocurre algo?

-Nada muy importante -miento-. ¿Te puedo hacer una petición?

-Hazla, pero no prometo nada.

-Quédate conmigo, por favor -le suplico, esta vez no me importa mi jodida independencia.

Es que sigo siendo un bebé a los ojos de ella. Y aunque no lo quiera admitir, sí dependo de su cariño. Ella nunca me verá con malos ojos, siempre me va a apoyar, siempre se mantendrá a mi lado para protegerme, y me va a abrazar. Mamá es la única parte de mi familia que de verdad funciona como debería ser.

- ¿Que me quede contigo? -Pregunta, extrañada-. ¿A qué te refieres?

-Que te quedes conmigo estos dos meses que restan de universidad -respondo-. Y que luego regreses a Vancouver con papá y Alexander.

Días de GloriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora