"Lucía", y se apagó.

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Mordisqueaba la manga del jersey verde caqui con nerviosismo, estaba enfrente de la puerta de Lucy. ¿Cómo llegué ahí? Eso se lo debo todo a Julia, de hecho, yo no sería nadie sin ella, ni en el pasado ni ahora. Me guión tras nuestro encuentro en la parada del autobus hasta la misma puerta de Lucy, y después se fue, y esta vez si que la juré que me acordaría, e iba a ser verdad.

La casa de Lucy era un chalet adosado, y con jardín. Este último estaba lleno de césped y de árboles frutales, como cerezos. También había prunos. Y lilas. Y un pequeño huerto. Era una casa de madera oscura, con zonas blancas. Tenía un aspecton enigmático y atrapador, era la típica vivienda que podías encontrar en los cuentos infantiles de princesas. 

No aguantaba más la curiosidad, pero no me atrevía a llamar a la puerta. Quería saber como era, qué había ocurrido desde hace tanto años, dónde estaba, a qué se dedicaba. Quería saberlo todo de mi niña.

En vez de llamar, rodeé la casa y miré a través de las ventanas. Vi un salón de muebles rojos, con aspecto rústico y a una niña rubia que jugaba con muñecas. Por un momento vi a la misma Lucy con sus 7 años en el suelo de madera del orfanato, ya que esa pequeña era el vivo recuerdo de su madre. 

La niña de pronto me empezó a señalar, y es que tal vez apoyar la cabeza en el cristal no había sido una idea tan disimulada como había pensado. Minutos después salió una mujer con una magnífica melena rubia, ojos azules escandalosos y una escoba roja. Me había quedado paralizado.

—¡Fuera de aquí! ¡Está asustando a mi hija! ¡Váyase! —gritó mientras me amenzaba con la escoba. Creo que no me sentí peor en mi vida, un golpe bajo, muy bajo. Lucy se acercó al ver que no obedecía sus palabras, y me dio un golpe con la escoba en la cadera, ¿dolió? Sí. ¿Me moví? No.

—Lucy... —dejó caer la escoba al suelo, muerta de miedo retrocedió un par de pasos. Lo que yo no sabía era que ella había sufrido una pequeña pérdida de memoria parcial durante estos años, de modo que no recordaba más que un vago recuerdo de sus primeros años de vida. —Lucy. —repetí en un tono de voz más alto. Me acerqué lentamente a ella y la cogí la pequeña mano. —Lucy.

—¿Quién eres? —repitió, pero no movió la mano.

—Roger. ¿No me recuerdas? Lucy. —yo hablaba muy despacio, intentando aportar tranquilidad a la chica, que estaba al borde de un ataque de pánico.

—¡Deje de decir mi nombre! —gritó ella, y entonces empezó a llorar desconsoladamente. Ese si que era un nuevo record, entre Lucy y Filomena en un simple día había visto derramar más lágrimas que en toda mi vida. Creo que yo solía hacer reír a las personas, tal vez mi vocación no era ser humorista.

—Lucy, tu eres... —empecé a decir, pero entonces su hija salió por la puerta. En su mano colgaba un muñeco casi desintegrado. Me acerqué a la niña y me agaché como pude, temiendo por mis rodillas. —Eres igual a tu madre de pequeña... y este es Marroncito, ¿verdad? —lo habéis leído bien, Marroncito, ¿poca imaginación para un oso marrón de peluche? Era el único juguete que tenía Lucy en el orfanato, y de algo así no podía olvidarse.

Y este momento fue otro de los mejores que tuve en mi vida, cuando Lucy vino y me abrazó mientras aún lloraba. Estaba riendo mientras pegaba la cabeza a mi precioso jersey verde caqui, las dos cosas que más quería en un mismo lugar.

—Lo siento muchísimo Roger, de verdad, te debo un millón de explicaciones... —empezó a decir mientras lloraba y me agarraba las manos con fuerza. —Han sido unos años horribles y me he sentido realmente mal, pero no podía dejar de esconderme, él seguía ahí... Lo siento, lo siento... Has sido un padre para mí...

Tras bastante tiempo de charla, pasé a su casa. Tal y como he dicho antes, parecía sacada de un cuento, ese había sido su sueño desde pequeña, recordaba sus fieles palabras; "yo de mayor quiero tener casa, una casa de cuento" y me alegraba profundamente de que hubiera cumplido su palabra a pesar de la comlicada vida que estaba teniendo. Las paredes estaban llenas de fotografías de dos niñas, una rubia y otra morena. La rubia su hija, pero, ¿y la morena?

—Lucy, ya me explicarás que ocurrió en otro momento, son demasiadas emociones para un viejo como yo en un solo día. —al fin y al cabo, contando la sorpresa de ver a Julia, saber que Lucy aún vivía... mi corazón de verdad que sufría, y me encontraba más cansado que ningún día. Yo seguía mirando curioso las fotografías.

—Ella es Celia. —dijo ya que se había dado cuenta de mis constantes miradas. —Ella es Celia, mi hija, y murió hace 3 años. Solo tenía 5.

Me soltó la noticia de golpe, ¿no había pedido menos emociones fuertes por un día? ¿no lo acababa de decir? ¿me lo tenía que soltar así?

—¿Qué ocurrió? —mi vida estaba cubierta por un halo de misterio, pero sentía que necesitaba hallar las respuestas a todas aquella preguntas.

—La asesinaron... encontraron el cuerpo en un descampado, solo falta la clavícula. —y entonces fue cuando empecé a relacionar ideas, y entendí que era verdad lo que pensaba de que todo el mundo que se me acercaba o tenía un poco de relación conmigo, sufriría. Y entonces me volví a sentir como una mierda. Una cosa era que los problemas me afectaran a mi, ya que todo se podría explicar, ya que la gente siempre me ha odiado pero a la vez que me tenían cariño. Pero, ¿a Lucy? ¿a sus hijas? ¿Quién querría hacerles daño? Mejor dicho, ¿quién era capaz? 

Solo viendo la cara triste de Lucy, supe que acababa de abrir un recuerdo doloroso, y aún así me moría de ganas por saber si encontraron su clavícula o aún sigue enterrada en algún jardín.

¿De quién es esa clavícula?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora