Odiando el pasado.

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No se cómo ni por qué me habían encontrado. Sí, ellos, los malditos enfermeros de la residencia. Entendía perfectamente que se hubieran preocupado "un poquito" por no haber aparecido en tres días, ¡yo también necesitaba libertad! Además estaba en buena compañía.

Tras abandonar la casa de Lucy (no os imagináis lo que me costó dejar esas cuatro paredes), vino Julia a buscarme. Os afirmo que Julia está tremendamente enamorada de mí. No pasa de abrazarme, y ofrecerme cobijo, ¡ni qué haya estado tantos años desaparecido!

El único problema que tenía en la cabeza era el resto de aesinatos. Uno de tres, "bien Roger, mejoras con el paso del tiempo". Y era verdad. Os contaré exactamente a que me refería, ya que aunque yo siempre hubiera querido ser humorista, había tenido muchas otras posibilidades en mente.

Por ejemplo ser criminólogo, algo como Filomena pero sin ser cómplice de tres asesinatos. Si os digo la verdad, solo me dejaba llevar de nuevo a la residencia porque allí tendría posibilidad de hablar con Filomena, aquella señora tan poco sospechosa. Ironía.

Y cuando digo "me dejaba llevar a la residencia", realmente lo digo. Estaba encerrado entre un asiento de una furgoneta y un cinturón de seguridad. A mi lado tenía a un extraño hombre, mucho más joven que yo, que intentaba entablar algún tipo de conversación con mi persona. Negativo. Completamente innecesario, yo no hablaba con gente de esa calaña. Os preguntaréis que narices significa "calaña" pues no lo sé. No seré muy sabio, pero de gracioso y atractivo tengo un rato.

—La residencia ha decidido dejarte actuar. -me informó, sin saber que yo no había pedido nada. —Ya sabes, se extiende el rumor de que volverás a los escenarios.

—Completamente falso. —negué y volví a negar. —Roger no vuelve.

—Algún día tendrás que enfrentarte al pasado.

—Quizá en el futuro.

—No, Roger, hablo del presente.

No se merecía que perdiera más saliva y energía en contestar a semejante calaña. Sí, reconozco que la palabra me ha gustado. El ser no volvió a dirigirme la palabra, al menos hasta llegar a la puerta de la prisión (también llamado residencia para mayores). 

—Me has decepcionado mucho, amigo mío. —dijo abriéndome la maldita puerta. Sigo sin entender por qué las bloqueaban, ¿acaso saltaríamos en marcha? Tal vez. Punto uno, no era mi amigo. Punto dos, tenía hambre.

—¿Pensabas que iba a recitarte uno de mis viejos monólogos en el trayecto? —pregunté, son ironÍa y sorna mientras ponía los pies en la arenosa tierra. —Cuánto lo siento, mi humor está bajo tierra.

—¿Cómo aquella clavícula?

Y de nuevo, ya que discutiendo había conseguido olvidarme de los malditos asesinatos, alguien me lo recordo. ¿Lucy estaría bien? ¿Y su hija? ¿Seguiría la policía merodeando por MI apartamento? ¿Seguiría el servicio de cenas abierto?

Seguía abierto. Me dirigí al comedor sin perder más el tiempo, y allí estaba una de las cocineras, terminando de servir una última ración.

—Más. —dije cuando pasé con mi plato. Maldita sea, siempre que había patatas me ponía solo cuatro. Contadas. —Marifé, quedan muchas patatas, ponme más. No vaya a ser que te las comas tu y ese culo que estás echando te castigue. Solo aviso.

—Maldito Roger. —respondió de forma casi incomprensible mientrás me servía el triple. Satisfecho de mi conversación: Roger 271, Marifé 2. Me senté en una de las mesas más alejadas de la "multitud" (habló solo de un hombre más)  y empecé a devorar.

No me había dado tiempo ni a terminar media ración, cuando aquel viejo zarrapastroso (atención el vocabulario que aprendo), se me acercó. Le miré con rapidez y entre mis gafas. Llevaba un sombrero de copa; maleducado, sombreros en zonas cerradas no eran aceptados. Una gabardina roja de cuadros negros y arrastraba unas zapatillas de algodón de hacer por lo menos cuarenta años.

—Hola Roger. —y de nuevo, al gente me conocía y me interrumpía cuando estaba en medio de mis funciones vitales: comer, o dormir. —Siempre he querido hablar contigo.

Siempre no, apenas llevaba años aquí, y él, perdonadme que lo diga así, me sacaba muchísimos años más. En cierto modo me estaba halagando, pero es que me gusta analizar a la gente y escurrir todo lo que lleva dentro.

—Me llamo Pascual. —como la marca de leche, pensé. ¿No os había hablado nunca de mis visitas nocturnas a la despensa de la residencia? Me lo temía, ya tocará. Y sin más, cogió una de MIS patatas (no se si os habéis dado cuenta de que me gusta recalcar lo que es especialmente mío, manías), y se la llevo a la boca. Llena de dientes amarillenos, en fin, muy desagradable. Y mientras comía, hablaba. —Me llamo Pascual y ese jersey verde caqui es mío. Me dijo mi madre que me lo regalaría.

¿De quién es esa clavícula?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora