Ellos lo han dicho.

114 20 6
                                    

—¿Verdad que le gustará mamá? —la hija de Lucy sujetaba un dibujo entre sus dedos. Era yo,  y mi jersey. Me encontraba con un ojo abierto y otro cerrado, la pequeña rubia estaba sentada a mi lado sin saber que las escuchaba hablar. El resto del hospital estaba en silencio.

—Claro que sí, cariño. Roger es buena persona.

—Pero yo creo que no quiere ser mi amigo.

—¿Por qué?

—Cuando le conocí me miraba raro. ¿Le caigo mal?

—¡Claro que no! Te miraba así porque cuando Roger me conoció yo tenía tu edad, y ya no nos volvimos a ver más. —la voz de Lucy sonaba temblorosa, sin fuerza y algo desconfiada, como si quisiera hablar más pero sin atreverse.

—¿Y por qué no os visteis más? —no pensaba "despertarme" ya que las preguntas de la pequeña niña me interesaban tanto como a ella, y no era cruel guardar silencio durante un tiempo más. Me limitaría a escuchar las excusas de su madre.

—¿Sabes que Roger era famoso? —Lucy efectuó un ingenioso y radical cambio de tema, y creó una profunda sensación de orgullo e impresión en la niña. —Era el más famoso de todos.

Eso era algo tan cierto, que no pude evitar dejar salir un sonrisa de satisfacción. Recordaba los múltiples carteles con mi perfecto rostro y pícara sonrisa alrededor de toda la ciudad. La gente los robaba, porque además del humor también me gustaba el misterio. Y en todos los carteles estaba escrito un misterio sin descifrar. Simplemente consistía en buscar las letras ocultas y formar una frase, pero nadie era capaz, por lo que se los llevaban a casa y trataban de resolverlo. En cada espectáculo me venían al meno vente personas creyendo haber dado con la respuesta, pero nunca era así. 

—¿Por qué todas mis amigas tienen papá y yo no? —tragué saliva por unos momentos, a veces los niños no comprendían la dificultad de las respuestas, y no eran conscientes de lo que preguntaban. Y aunque la comprendía perfectamente, ya que yo también me crié sin padre (y aún así, fui un completo macho que conquistó a medio continente). Pero sabía que para Lucy era más duro que para mi, ella era débil y todo la afectaba. Una opinión, comentario, crítica, todo la hacía derrumbarse.

—¿Y ese dibujo tan bonito? —acababa de decidir que era el momento idóneo para interrumpir aquella conversación madre-hija, y por la cara de Lucy, creo que fue algo muy oportuno. Su hija rodeó mi cuello con los delicados bracitos y me dio un fuerte abrazo y lo que llamó ella como "beso aspiradora" que consistía en tratar de absorber una arruga. Que raros eran los niños.

—¡Eres tú!

Vivan las aclaraciones de la gente de poca edad, ¡claro que era yo! Y aunque la rubita dibujaba de forma bastante aceptable, no podía verse la absoluta y pragmática belleza que era yo en realidad. No es ser egocéntrico, simplemente me gusta compartir con vosotros las opiniones de las "jovencitas"de la residencia, yo no soy quien para juzgar mi espectacular belleza. O tal vez sí, al fin y al cabo soy el grandioso Roger.

—¿Cuándo me dan el alta? —pregunté mientras sujetaba el dibujo en mis manos. —Me gustaría llevaros a comer a un sitio muy especial.

¿Qué te pasa Roger? ¿Te estás volviendo blando? Serían las medicinas y sus efectos secundarios, sí, seguro. De hecho ahora tenía que tomarme un par de pastillas, dos cada tres horas. Lamentablemente, esto también incluía las horas de la noche, a las doce, tres, seis y finalmente nueve. 

—Ahora mismo, ¿queréis ir a desayunar a una cafetería? —preguntó Lucy con una bonita sonrisa, ojalá fuera mi hija.

—¡Si! —gritamos la pequeña rubia y yo, al mismo tiempo, muy sincronizados.

¿De quién es esa clavícula?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora