La muerte en mi jersey.

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-Aquí vivo yo, Carlos. -informé señalando por las verjas de la residencia un pequeño pero bonito apartamento. Era de un piso bajo, sin escalones, con una ventana al lado de la puerta, dos porciones de tierra para plantar, y un jardín trasero. Había decidido inscribir a Carlos en la residencia, debía recuperarse un poco, pero por supuesto que no viviría solo.

Carlos se instalaría esa misma tarde en un cuarto, en la zona de aquellos ancianos que no podían valerse por si mismos. Le costaría mucho adaptarse, pero tras reencontrarse, no podía abandonarle. Era un trocito de un pasado que me gustaba recordar.

-Comida, tengo... hambre. -parecía que cada palabra que salía de la boca de su vecino costaba el doble pronunciarla. Suponía que Carlos era alguien muy solitario, difícil, tras pasar un día entero juntos seguía sin mirarme a los ojos. Me gustaba estar con él, era una forma de compenetrarnos, el no hablaba, y yo no tenía que esforzarme por hacerlo tampoco.

-Vamos al comedor, hoy toca guiso. -dije con aparente felicidad mientras caminábamos en dirección a la puerta de entrada. Tenía pendiente hablar con Pascual, mi hermano, tal vez él si conociera a Carlos y podría echarme una mano. 

Una vez en el recinto de la residencia, quise pasar por mi casa, tenía que dejar los sobres verdes, la nota que me estaba atormentando la cabeza, y darle ropa decente a mi viejo amigo. Las miradas atentas de mis "vecinos" intimidaban a Carlos, que se agarraba fuertemente a mi antebrazo y dejaba la vista clavada en el suelo.  Seguro que Filomena y Carmencita, estaban por ahí apuntando en sus libretas de cotilleos la llegada del nuevo miembro. ¿Hoy era viernes? Tal vez si debería comprar la revista. 

Me explico, cada semana o dos semanas, las señoras más cotillas e impertinentes de la residencia, decidían poner a la venta una revista donde explicaban con todo lujo de detalles lo ocurrido. Normalmente eran cosas sin importancia, sobre las bajas que había habido, quienes habían ganado los últimos campeonatos de juegos de mesa, nuevos miembros, posibles romances, vamos, todo un radiopatio.

Por fin nos conseguimos encerrar en mi apartamento, e incluso tuve que correr las cortinas. Y eso que adoraba la luz natural. Olía a cerrado, y todo estaba tal cual lo habían dejado los ladrones, vamos que me tocaba llamar a las enfermeras para que bajaran ese culito y recogieran el desastre. Tenía los huesos mal, ¿cómo pensaban que podría ser capaz de limpiarlo yo todo?

Saqué una camisa azul y una chaqueta marrón de mi armario. Se me agotaba la ropa, y encima me la robaban. No podía evitar extrañar el suave tacto del jersey verde caqui, el calor que me daba, y los recuerdos que me traía. Lo quería de vuelta. Ahora mismo.

Cuando Carlos consiguió cambiarse de ropa sin parecer horrorizado, volvió a retomar su comportamiento autista. Se sentó en una de las sillas de la mesa del comedor, y la juntó a la pared. Tal vez sería un poco más difícil ir a comer al comedor, por lo que decidí seguir mi plan B.

-91 625... -marcaba el número de la central de la residencia. -Soy Roger, tengo un invitado en mi apartamento y no estamos en condiciones de ir al comedor, ¿nos traen dos raciones?

A los pocos segundos llamaron al timbre, ¿demasiada eficacia? ¿o era coincidencia? Me dirigí con paso lento y arrastrando los pies, estaba cansado. Mis rodillas me pedían una pequeña pausa, pero yo no pensaba concedérsela. Abrí la puerta, y me encontré a Filomena y a Carmencita. Iban vestidas con la típica vestimenta de los boy-scouts; unos pantalones marrones claros sujetos por un cinturón, una camisa verde militar por dentro de estos, un gorro y una banda que atravesaba por su zona delantera. Simplemente ridículas. 

-¡Hola! ¡Venimos a ofrecerte la nueva revista, "¿Qué sucede?" es una edición muy especial, incluye desde nuevos vecinos, los resultados de los campeonatos, el menú semanal de comida, e incluso una zona de inglés! -Carmencita hablaba de forma seguida, y Filomena trataba de entrar por la puerta, ¡cotillas!

La verdad es que comprar ahora una revista por tres euros, era lo que menos me apetecía. Aunque había que reconocer que las mujeres lo trabajaban, mandaban a imprimir más de cien copias, y mucha gente pagaba por ellas. Pero por otra parte, siempre me gustaba leerlas, el problema se encontraba en que yo era un rata, y no me iba a gastar dinero en satisfaccer a esas señoras.

-Filomena, yo creo que me debes algo más que una revista. -dije mientras cogía uno de los folletos de sus manos, Carmencita estuvo a punto de protestar pero se quedó callada, y ahí supuse que seguro que maquinaría una venganza por la pérdida de tres euros. Filomena asintió, comprensiva, y en ese momento Carlos decidió ponerse en pie y venir conmigo.

-¡Uy! ¿Quién es tu nuevo amigo? -dijo Carmencita mirándole con curiosidad.

-Estais mal informadas, chicas, es nuevo en la residencia. -expliqué intentando llevar a Carlos lo más apartado posibles de esas dos víboras. -Me sorprende que esta noticia no este en vuestro "¿Qué sucede?"

Por supuesto que hablé con sorna e ironía. ¿Cuándo entenderían que no me caían bien? ¿Cuándo dejarían de traer las asquerosas croquetas? ¿Cuándo pararían las visitas? Miré la portada de la revista, salía mi jardín con el policía desenterrando aquel hueso, ¿era una clavícula? ¿verdad? No me había fijado, las miré con mala cara y acto seguido las eché de mi portal. Lo último que iban a hacer era tomarme por imbécil. ¡Fuera!

Volví la vista hacia Carlos, en verdad me daba pena, no me gustaría estar en su situación. Las sorpresas no eran bonitas, y mucho menos fáciles. Y si a una gran sorpresa le sumas un cambio de vida mucho mayor, es una bomba.

-¿Nos vamos? Voy a recordarte a alguien. -por supuesto que me refería a Pascual. Dudé un poco al decir "recordar", ya que tal vez nunca le llegó a conocer, quien sabe, todo era un maldito misterio. Y al parecer yo no formaba tanta parte de el como me temí en un principio.

De nuevo tuve que arrastrar a Carlos hacia la puerta, unas horas más y podría dejarle en su nueva y normal habitación en la otra zona de la residencia. Hacerse cargo de alguien era muy cansado, y estos últimos días yo no me encontraba en los mejores momentos.

Sospechaba que la elección de Pascual sobre que su apartamente estuviera a unos metros del mío, no era una simple coincidencia, ¿por qué no me di cuenta antes? Llamé a su puerta con ímpetu, mientras Carlos se sentaba de nuevo en el suelo. Cada vez que le ayudaba a levantarse, la espalda me pedía un pequeño descanso, que yo nunca le daba.

-¡Pascual! -tal vez no me guste demostrar mis sentimientos, y a veces solo soy capaz de hablar conmigo mismo, pero con Pascual había estrechado un fuerte lazo familiar. ¿Cómo pude llegar a vivir sin él? Me gustaba su frescura al hablar, sus consejos, su sentido del humor, y ojalá hubiese estado conmigo desde el principio de mi vida, y no tan cerca del final.

¿No estaría en casa? Hoy era día de juegos de mesa, seguramente estaría en el club social, jugando una partida a las oca contra Carmencita. El simple hecho de imaginarme a Pascual cerca de esa bruja, me producía escalofríos. Volví a levantar del suelo a Carlos, y empezamos a caminar hacia el centro social.

-Roger, ¿qué es eso? -era una de las pocas veces que oía la voz de Carlos de forma tan clara, su delgado y huesudo dedo señalaba al alfeizar de la ventana, donde se encontraba un charco de sangre. ¿Cómo?

Sin pensármelo dos veces, rompí con el bastón la ventana del apartamento de mi hermano. Y cuando hubo el suficiente espacio, entré (con mucha dificultad, pero lo conseguí). Caminé rápidamente hasta encontrar el cuerpo inerte de mi hermano que yacía sobre el blanco colchón. Llevaba puesto mi jersey verde caqui, y tenía marcas en el cuello de estrangulamiento. Aún había un asesino suelto.

¿De quién es esa clavícula?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora