Tercera clavícula, primera desconocida.

142 21 11
                                    

—¿Quiénes lo han dicho? ¿Lía? —pregunté preocupado aún con la cartilla y la foto de su madre en mi mano. Ella parecía no querer hablar, y comía churros para mantener la boca ocupada. Se veía que estaba ansiosa de decírmelo, de quitarse aquel peso de encima. Rebuscó en su bolsillo y sacó un sobre abierto, de color verde caqui.

—Ellos. —susurró mirando a los lados, como si las paredes fueran capaces de contar los secretos. 

Cogí el sobre con la mano que tenía libre y saqué de su interior una pequeña carta. Escrita a ordenador, en mayúsculas y letras negras. No ponía más que "No queremos que nadie más salga herido."  Era un mensaje conciso, claro y directo. Que por supuesto significaba que nadie debía meter las narices en sus oscuros asuntos, pero cuando algo es tan cercano, cuando hacen daño a personas que quieres o cuando te lo quitan todo y te dejan solo, no te puedes rendir tan rápido. Solamente quieres averiguar el por qué de las cosas. 

Después de leer la carta me la guardé junto a las cartillas médicas, Lucy debía saber lo menos posible ya que ella ya había pasado por demasiado.

—Esto será nuestro secreto, ¿entendido Lía? —susurré, casi con el mismo miedo de los oídos de las paredes que la pequeña rubia. —Vamos a tomar los churros a la habitación.

Cuando llegamos a la habitación mi compañero inglés había desaparecido, sí, Matt. Justo cuando empezaba a cogerle un poco de cariño se marchaba. Como me habían dado el alta esa misma mañana ya podría salir de aqui, pero como los churros manchan pues prefería manchar esas sábanas de hospital antes que las de mi apartamento, lo sé, soy una maldito genio.

—Están muy ricos, muchas gracias Lía. —dije de forma un poco cariñosa, comía churros mientras recogía mis pocas pertenencias y las guardaba en una bolsa. 

—¿Vendrás a casa más a menudo? —me preguntó la pequeña cuando se acabó su sexto churro.

—¿Y vendrás tú a la mía? —dije con el mismo tono de voz.

—Tu residencia me da un poco de miedo... —murmuró cogiendo la bolsa grasienta de churros vacía y tirándola a la basura. Lo entendía, habían pasado tantas cosas en poco tiempo, que hasta a mí me daba un poco de miedo volver.

Minutos después todo estaba bien recogido, y ya solo me faltaba saber que hacer con Lía, porque su madre aún no había vuelto y la verdad es que yo necesitaba mi cama. Podía afirmar que echaba de menos los chismes de la residencia, a las enfermeras, a los fans y hasta la comida de mi queridísima cocinera. Como no sabía muy bien donde dejar a Lía, simplemente guardé las cosas en una maleta de ruedas y salí al pasillo. Lía me siguió. 

—Soy Roger, hoy me han dado la baja y me voy a mi casa. —dije en recepción, mientras la horripilante secretaria de pelo blanco teñido mordía la parte final de un boli. Tenía la mordedura desplazaba y los ojos juntos y pequeños, ¡era un maldito ratón!

—Bien Roger, termino una cosa y hago el papeleo. —dijo mientras miraba absorta a la pantalla del ordenador y seguía devorando el bolígrafo.

—Eso no se come, asi que no hace falta que lo termines. —dije bastante alto, se dio muy por aludida, lanzo unas terribles indirectas. Dejó el boli de forma brusca en la mesa. —Pide perdón.

—¿Disculpa?

—Que le pidas perdón a la mesa, le has hecho daño. —al principio me considero un completo loco, pero después de varios minutos de insistencia se dejó vencer y terminó pidiéndole perdón de forma vergonzosa a la mesa. 

Después de su tímida disculpa me dio varios papeles en lo que debía firmar, luego hizo ademán de darme un par de folios más, pero finalmente los dejó en un sobre amarillo y decidió enviarlos por buzón. Al parecer no se fiaba.

¿De quién es esa clavícula?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora