- La tarta esta buenísima Marta, muchas gracias.
La voz profunda de Daniel lleno la cocina de la casa donde había crecido, la misma cocina donde hacía ya unos años Silvia le había besado para luego abofetearlo. Sacudió la cabeza para intentar sacudirse los recuerdos, pero no lo lograba. Siempre que volvía a esta casa, volvía el dolor, y por mucho que intentara no dejar que le afectara, le afectaba, y mucho.
El hecho de que Marta no paraba de hablar de su hija, su nueva casa y lo bien que estaba sola, no ayudaba mucho. - Bueno, al menos ella no está aquí ahora - pensó. La razón por la que había ido era porque sabía que ella se había mudado y no estaría por allí, así que se había tomado unos días para visitar a la familia que le había acogido como uno más. Normalmente venía muy tranquilo, a sabiendas que ella no iba a estar aquí. Pero esta vez no estaba tan seguro. Eduardo le había asegurado que Silvia ya no vivía en esta casa, así que podía pasarse a visitarlos sin encontrársela. Sin embargo, hoy no estaba tan seguro. Estaba inquieto, alerta y más incómodo que nunca.
Pese a su incomodidad, intento imaginarse como seria ella ahora, si habría cambiado, o si seguía siendo esa belleza caprichosa, que se enfadaba cuando las cosas no salían a su manera. Siempre llevaba su precioso pelo negro en una coleta, y Dani había aprendido que tirando un poco, se le estropeaba el peinado, y se tenía que soltar el pelo para volver a recogérselo. Siempre había pensado que le encantaría pasar sus manos por ese pelo tan sedoso y brillante, mientras le miraba a los ojos y le decía lo que sentía por ella. Sus ojos eran preciosos y se podía perder en ellos. Era lo que más le gustaba de ella, la expresividad que tenían. Con una sola mirada en esos ojos color miel, sabias lo que sentía y pensaba.
- Hijo, ¿me estas escuchando? - Marta sonrió, como si supiera exactamente lo que estaba pensando.
- Sí, claro. Lo siento, estaba pensando en cosas del trabajo.
- Por su puesto…
Esas palabras acompañadas de una sonrisa de complicidad, le confirmaban que Marta sabía perfectamente que su trabajo era lo último en lo que estaba pensando. Estaba a punto de soltarle cualquier tontería para que lo creyera cuando de pronto, su cuerpo se tenso, como si se preparara para recibir un golpe y supo que era demasiado tarde para huir - ¡Mierda! -
Había evitado este momento durante mucho tiempo, y ahora no podía escapar.
- ¡Mama!
La voz melodiosa de Silvia le llegaba hasta los huesos, y sintió que no podía respirar, que no se podía mover. Hacia 6 años que no escuchaba esa voz que era capaz de hacerlo temblar de la cabeza a los pies, y de pensar que iba a volver a ver a la chica que le partió el corazón, se le helaba el cuerpo.
- Estamos aquí cariño, en la cocina.
Notaba que Marta le miraba con preocupación, mientras él luchaba por seguir respirando. Por Dios, ¡si tenía 29 años! ¡Debería de ser capaz de controlar su propio cuerpo! Pero cuando se trataba de ella…
Cuando Silvia entro en la cocina, el tiempo se detuvo. Silvia parpadeo varias veces, como si no se pudiera creer lo que estaba viendo, y el no parpadeo ni una sola vez, temiendo que si lo hacía, esa preciosa visión se esfumaría.
Dios, era mucho más bonita que cuando él se marchó de aquella casa. Tenía más curvas, llevaba el pelo suelto aunque más corto, y estaba tan sonrojada que le parecía adorable. Esos ojos lo miraban como si no se pudiera creer lo que estaba viendo. Y él tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para no abalanzarse sobre ella y comérsela a besos.
- Hola Dani.
Ella fue la primera en romper el hechizo, y lo miraba casi con miedo.
- Hola.
Silencio.
Marta no paraba de mirar de uno a otro, casi divertida.
- Bueno hija, ¿te hago un café?
- ¿Qué?
- Silvia volvió a parpadear y miro a su madre, como si se acabara de dar cuenta que también estaba en la cocina.
- Café. Sí, claro. Por favor. Gracias.
Estaba balbuceando, y se sonrojo aún más.
Daniel cruzo los brazos, se echó para atrás en la silla, y la observo detenidamente, mientras ella ayudaba a su madre con el café. Así que la situación tampoco le era indiferente… La miro de arriba abajo, admirando su cuerpo. Tenía unas curvas perfectas, curvas de mujer. Era muy diferente a como él la recordaba, ahora era aun mejor, si eso era posible. Piernas interminables, trasero firme, caderas curvadas, pechos generosos... Vaya, si seguía así, tendría un problema. Sería muy embarazoso tener que levantarse con los pantalones tan apretados… cosa que no le pasaba desde que vivía aquí, en esta misma casa, hacía ya tantos años.