catorce de marzo.
Hoy día me he acordado de ti, de tus besos dulces
como almíbar, de que te gustan los días nublados
y el café amargo, me acordé del olor de tu perfume
y de la forma que tenía tu letra.
Me acordé de las veces en que caminábamos
tomadas de la mano en la playa, de tu risa escandalosa
que siempre lograba contagiarme tu alegría, me acordé
de nuestro primer abrazo y del último que se sintió
como una despedida incluso si no lo sabíamos. Y
también me acordé de tu respiración al dormir,
de esa que escuché a través del celular tres veces porque
la lejanía me lo impedía.
Me acordé de la carta que me diste para mi cumpleaños
número trece, del nerviosismo en tu mirada y el
rubor en tus mejillas, del tono de tu voz cuando me
dijiste que tenías un regalo para mí. Y también me
acordé de la tristeza reflejada en tus orbes
cuando te dije que no podrías estar en mi fiesta de
cumpleaños porque mi papá no me lo permitía.
Y así como me acordé de tus ojos bochornosos, de
tus labios resecos y rosados, de tu aroma, de tu rapidez
para correr, de la forma en que me envolvían tus brazos
cada vez que me abrazabas, de que te gusta beber
para no acordarte de tus problemas, me acordé
de otras cosas.
Me acordé de lo confundida que me hacías sentir
al principio, de tus idas y tus vueltas, de tus gritos y tu
silencio, del fuego con el que incendiaste mi alma
la vez en que me golpeaste, del tono serio de tu voz
cada vez que me mentías a la cara diciendome que no
me amabas.
Me acordé de las veces en que me dejaste sola en medio
de la calle llorando, de todas las veces que saliste
corriendo de tus problemas que me involucraban a mí a la
vez, de todas las veces que me hiciste llorar haciéndome
sentir culpable por algo que no estaba en mis
manos, de las promesas que nunca cumpliste.
Pero hoy me he acordado de ti, de la primera vez que
te vi, de la última vez que te besé, de nuestro primer
secreto, del catorce de marzo y del veintiuno de
mayo. Me acordé de todo eso que me hiciste sentir.
