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Tosió con fuerza repentinamente, teniendo tiempo apenas para contener la dolorosa lluvia de pétalos proveniente de sus pulmones. Mingyu observó, cansado, como algunos de estos lograban colarse entre sus dedos para finalmente terminar en el suelo.

Sintió la mirada frustrada de Minghao sobre él, sabía que debía de estar maldiciéndolo. No lo culpaba, también se maldecía a si mismo de vez en cuando. Cuando el ataque de tos finalmente paró y su boca estuvo libre de los aterciopelados objetos miró a su amigo y sonrió de medio lado, intentando tranquilizarlo. Minghao simplemente negó lentamente mientras su ceño fruncido se convertía en una mueca de tristeza.

 — Ven.   — Murmuró el chino tomándolo del brazo izquierdo. El derecho continuaba elevado, cubierto de pétalos blancos teñidos de rojo, en mayor o menor medida, gracias a su sangre  

  Mingyu se limitó a murmurar una disculpa con algo de esfuerzo, hablar era un proceso realmente doloroso después de un ataque. Minghao solo negó y suspiró con fuerza mientras lo arrastraba un par de pasos a la derecha, lejos de los pétalos regados en el suelo.

 — Limpiaré esto ¿De acuerdo? 

El menor no esperaba una respuesta, simplemente se agachó y comenzó con la tarea de recoger los pétalos aterciopelados ante la atenta mirada de Mingyu. Los colocó uno sobre otro sobre su mano izquierda con parsimonia, sin importarle que las puntas de sus dedos se mancharan con la sangre fresca. Y, cuando finalmente terminó, se puso de pie para repetir el proceso con los pétalos que el mayor resguardaba en su mano. Finalmente Minghao los guardó en su puño cerrado para evitar no solo que escaparan, sino también que el resto de los miembros pudieran observarlos, porque nadie más lo sabía. Nadie, además de Minghao, sabía que Mingyu se estaba muriendo de amor. 

Minghao tomó a Mingyu del brazo antes de que ambos comenzaran finalmente a caminar con dirección a la cocina. Ignoraron las miradas furtivas que algunos de sus amigos les regalaron en el camino debido a su repentina cercanía. Los entendían, antes de esto ellos jamás habían sido demasiado cercanos. Las cosas cambiaron cuando una noche, mientras tomaban un poco de vino y conversaban sobre películas y libros recostados en el suelo de su habitación, Minghao había visto como un par de pétalos escapaban de los labios de Mingyu durante un absceso de tos. En ese momento se había convertido en su confidente, y en su cómplice también.

Estaban tan sumidos en sus pensamientos que no notaron el momento en el que sus manos se habían terminado entrelazando, y si lo habían notado entonces simplemente lo habían dejado ser. No les importaba, en lo más mínimo, la mirada curiosa de Seungcheol, ni el rostro sorprendido de Jun y mucho menos la sonrisa pícara de Jeonghan; ambos estaban demasiado distraídos como para siquiera fingir un poco de interés. Ambos demasiado sumidos en una pila de pétalos manchados de sangre como para no ver el par de miradas llenas de confusión al otro lado de la habitación.

No se soltaron ni siquiera cuando llegaron a la cocina. Minghao arrastró a Mingyu del fregadero, en el que se deshizo de los pétalos y la sangre de sus dedos, a la alacena, en la que tomó un vaso, al fregadero nuevamente, para llenarlo, y luego a la isla en la que finalmente lo sentó antes ofrecerle el vaso como si se tratara de un pequeño niño. Él permaneció de pie frente a Mingyu, ignorando por completo lo íntimo de la escena; se mantenía a tan solo unos centímetros del mayor, acariciando su mejilla casi con devoción mientras lo miraba fijamente a los ojos. 

 — Mingyu... — Murmuró el chino con la voz entrecortada, tanteando el terreno.

Mingyu simplemente asintió mientras cerraba los ojos con fuerza para ocultar las lagrimas que comenzaban a formarse. Lo sabía. Conocía de sobra las palabras que Minghao iba a pronunciar a continuación, pero conocerlas no lo hacía menos doloroso.

Hanahaki (Meanie)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora