XI

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Le tomó más de diez minutos reunir el valor necesario para tocar el timbre, y lo único que lo había impulsado a hacerlo había sido el miedo de que alguien lo fotografiara ahí, en el porche de la casa de los Kim con el cabello desordenado, y la duda surcando su rostro.


Fue la señora Kim quien había terminado por abrir la puerta. Se veía diez años mayor que la última vez que la había visto. Como si la vida hubiera escogido ese momento específico para cobrarle cada decisión y cada error.  La mirada inquisitiva que le dio le caló hasta lo más profundo del alma y lo hizo desear dar la media vuelta y huir. La mirada de la  mujer duró apenas unos segundos. Dio un paso a un lado para permitirle entrar y luego le indicó el lugar en el que podría encontrar a su hijo. En su habitación, subiendo las escaleras. La primera puerta a mano derecha. Wonwoo se limitó a agradecer con un hilo de voz antes de desaparecer por el pasillo.


Era la primera vez en meses que alguien sabía algo de Mingyu. Después de la visita de Minghao se había negado a recibir a cualquier persona y había dejado de contactarse con el grupo, y los chicos, eventualmente, habían dejado de insistir. Mientras más se acercaba su plazo para volver, más se convencían de que nunca lo haría. Todos se habían hecho a la idea de que quizá no volverían a saber de Mingyu hasta que Wonwoo había recibido un mensaje de su parte pidiéndole una reunión. Había pasado dos días enteros meditando sobre si debería acceder, sí era lo correcto para él. Después de hablarlo con Minghao finalmente accedió y Mingyu le pidió que se encontraran en la casa de su familia.

Tomó el pomo de la puerta con la garganta seca y las manos temblorosas. Se sentía casi como aquel día en el que había entrado a la habitación que Minghao compartía con Mingyu para aclarar las cosas de una vez por todas, solo para terminar encontrando una de las escenas más aterradoras que había visto jamás. Les había tomado meses limpiar la mancha de sangre que Mingyu había escupido en la alfombra junto a los pétalos, pero ni siquiera eso había borrado de su mente la imagen del cuerpo del menor tendido en el suelo rodeado de flores.


Suspiró con fuerza y finalmente abrió la puerta. Se encontró con Mingyu sentado en el borde de la cama con los codos recargados en las piernas y la mirada gacha. No había cambiado, pero lo había hecho. Su apariencia era la misma, vestía una sudadera roja que le quedaba un par de tallas grande, su cabello caía ligeramente desordenado sobre su frente, y parecía no haber crecido un solo centímetro desde la última vez que lo había visto en el hospital. Lo único diferente en él era su mirada. Era más afilada. Más cínica y enmarcada por unas enormes sombras negras que evidenciaban la falta de sueño.


Entró a la habitación y cerró la puerta con lentitud, intentando reprimir los temblores de su cuerpo. Había pasado casi un año, pero no podía acostumbrarse a la idea de que la persona de la que había estado enamorado no existiera más. O, más bien, no podía acostumbrarse al hecho de que había sido su culpa. Se relamió los labios e intentó ordenar un poco su cabello, repentinamente consciente de lo patético que debía de lucir en ese momento.


Se atrevió a moverse después de unos segundos y se sentó en la silla del escritorio, algunos metros alejado de Mingyu. Fijó su vista en un punto muerto y esperó. Esperó por lo que parecieron horas a que Mingyu finalmente le dijera que era lo que quería, que le explicara la razón por la que había pedido verlo, y cuando sentía que la ansiedad comenzaba a carcomerlo finalmente escuchó la voz del menor.


— Yo... lamento no haberme puesto en contacto.


Hanahaki (Meanie)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora