—De verdad que estoy bien —se quejó Bruno.
Estaba harto de estar tumbado y sin poder moverse de esa habitación. Miró las blancas paredes y las dos camas de su alrededor, era deprimente. La luz parpadeante tampoco es que ayudase en absoluto.
—El chico tiene razón, está perfectamente. En dos horas o así podrá salir de aquí —dijo la enfermera, un señora bajita y algo rellenita con el pelo castaño rizado.
Bruno suspiró, dos horas más ahí... Nicole miró a su hermano, sabía que le agobiaba que tanta gente lo mirase como si fuese de porcelana.
—¡Todos fuera que hay muchas cosas que hacer! —ordenó, pero al ver la cara de María comprendió que la joven deseaba quedarse ahí con él más que nada en el mundo.
Se giró para ver a su hermano y se dio cuenta de que él también la miraba así.
—María, ¿podrías quedarte tú con él? Es que yo tengo que hacer unas cosas y no quiero que se quede solo...
La cara de María de iluminó. Claro que quería quedarse con él. Se apresuró a responder por si alguien más se ofrecía y observó como todos abandonaban la sala.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó mientras colocaba una silla junto a la cama.
Bruno la miró divertido, le gustaba que se hubiese quedado junto a él.
—Estoy bien, de verdad —dijo fingiendo que no sentía dolor alguno.
Ella posó su mirada en el brazo del joven. En él se podían apreciar las marcas de los dientes del huargo. Seguramente se quedase con esa cicatriz para siempre. Habría tenido que ser verdaderamente doloroso.
—Gracias.
Él la miró algo confuso.
—¿Por qué?
—Me has salvado la vida. Le pediste a Nathaniel que me sacase de ahí y tú te quedaste —respondió ella sin poder mirarlo a los ojos.
Sus mejillas estaban llenas de color. Aún se sentía abrumada por la emoción. Ahora sabía que le importaba a Bruno, tenía que importarle o no hubiese hecho eso.
—No es para tanto. Ahora estamos en el mismo grupo —manifestó él tratando de restarle importancia, pero en el fondo sabía que no lo hubiese hecho por cualquiera.
Ella era alguien especial para él.
—Grupo en el que tú me metiste.
Vaya con la niña. Estaba cogiendo confianza, ya no se quedaba callada.
—¿Te arrepientes de haber entrado?
Si la joven decía que sí lo entendería. Le dolería, pero lo entendería. No llevaba ni veinticuatro horas con ellos y ya casi había muerto dos veces.
Ella negó con la cabeza. No podía arrepentirse de estar cerca de él.
—¿Por qué lo hiciste? —insistió ella.
—Eres una Ignis.
—Me ayudaste antes de saberlo.
Él sonrió ampliamente, le gustaba cuando ella no se cortaba y era capaz de ir a por lo que quería.
—Digamos que eres especial —dijo mirándola de forma intrigante.
Las mejillas de María no podían estar más rojas. Desvió la mirada hacia el suelo, ¿qué significaba especial? Era en plan como dices cuando alguien tiene problemas o en el sentido de que le interesaba. Con Bruno nunca se podía estar segura...
Él se incorporó de la cama, cogió la barbilla de la joven y la obligó a que lo mirase.
—¿No vas a decir nada? —preguntó con una seductora sonrisa.
El corazón de ella latía más rápido de lo que nunca lo había hecho. Sus rostros comenzaron a acercarse. Sus labios casi se rozaban.
—Señorito Jaquinot debe tomarse esto antes de abandonar la enfermería.
Ambos se separaron bruscamente al escuchar la voz de la enfermera.
¿Qué acababa de pasar? ¿Casi se habían besado? Estaba tan nerviosa... Y entonces recordó las palabras de Bea acerca de Bruno. Seguramente estaba haciendo con ella lo mismo que con Bea.
—Bueno, ¿por dónde íbamos? —preguntó él de forma cautivadora.
Ella le alejó y él la miró confuso.
—¿Qué pasó con Bea? —preguntó seria.
Él la miró sin entender nada. ¿Bea? ¿Que Bea? ¿Quién era esa?
—¿Qué?
—Sí, ya sabes, mi amiga, o examiga, ya no lo sé. Tú estuviste con ella. Quiero saber qué pasó entre vosotros.
Bruno no entendía nada de nada. Lo justo conocía a esa chica. Nunca había tenido nada con ella. ¿A qué venía eso?
—¿De qué hablas?
—Sé sincero. ¿Qué pasó con ella?
Un par de lágrimas resbalaron por su rostro. ¿Por qué no podía ser sincero y reconocer que había tenido algo con Bea? ¿Por qué fingía? Seguro que era porque solo había sido un juego, y ella también lo sería.
—María, no sé de qué me hablas. Yo no he estado con esa chica —respondió él tratando de contenerse.
Estaba comenzando a perder la paciencia. Sí, había estado con muchas chicas, pero Bea no era una de ellas, y si lo hubiese sido no tenía porque esconderlo. Él no era una de esas personas.
—¡No te creo! —chilló entre lágrimas y salió corriendo de la habitación.
¿Cómo había sido tan tonta de confiar en él?
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Domadores | #1 | (En Amazon)
FantasyDesde tiempos inmemoriales, todos los chicos de entre 7 y 18 años con habilidades especiales son llamados a asistir al internado Morsteen, una institución seria y privilegiada que los forma según sus poderes para que sirvan al régimen el día de maña...