Capítulo 52. Llegó la hora

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El grifo se fue acercando de forma lenta y segura hasta Nathaniel, quien seguía inmóvil en el suelo. El cuadrado comenzó a temblar y a brillar. Todos miraban atentos, pero el brillo era tan intenso que apenas podían fijar los ojos sin que el resplandor les obligase a cerrarlos.

Pocos minutos después el suelo dejó de moverse y la luz se fue disipando. Todos corrieron a ver como estaba Nate y lo que se encontraron fue al grifo tumbado junto a él golpeando suavemente con la cabeza en el hombro del joven esperando a que se despertase.

María miró perpleja el cuello del joven, tenía una especie de quemadura con la forma del grifo. No entendía nada. Claramente el grifo había ganado la pelea, ¿cómo habría conseguido la conexión?

Lo que la chica desconocía era que la conexión no consistía en una pelea física, sino mental. Debías someter a la criatura introduciéndote en su mente y logrando que te fuese leal solo a ti. El resultado de la conexión era bastante parecido al vínculo que forjabas con un amigo. Te quería porque quería hacerlo, no porque te impusiese a él mediante la fuerza.

—¡Lo has conseguido! —le felicitó Bruno tratando de levantarlo, pero Nate tenía demasiadas heridas.

Óscar se acercó y se arrodilló junto a él. Puso las manos a escasos centímetros de las lesiones y fue cicatrizándolas una a una con pequeñas bolsas de agua aprovechándose del poder que le brindaba el anillo Domus. El grifo le observaba alerta sin despegarse ni un centímetro de Nathaniel, sentía como el joven no terminaba de fiarse del profesor.

—Ya estás listo. ¡Levanta! Tenemos trabajo —le dijo una vez termino de curar los golpes más graves.

Aún después de sanar algunas de sus heridas Nate no estaba del todo bien. Se levantó a duras penas ayudado por el grifo y comenzó a andar con una cojera más que evidente.

—¡No está para luchar! ¿Es que acaso no te das cuenta? —increpó Cesar negando con la cabeza.

—Estoy bien —sentenció Nate.

Por primera vez estaba de acuerdo con el profesor. No podían esperar a que se recuperase, debían realizar el rescate ya y aprovechar esta oportunidad. Cuanto más tardasen menos posibilidades habría de que los rehenes siguiesen con vida. Se subió encima del lomo del grifo, ya que le dolía demasiado el corte detrás de su rodilla izquierda como para caminar hasta el Morsteen, y todos avanzaron de nuevo hasta el recinto del internado.

Estaban a pocos metros de la imponente puerta. Sabían que posiblemente ninguno sobreviviese a la pelea. Les superaban en número de efectivos y en criaturas, además que ellos contaban con la ventaja de los rehenes.

Marco cerró los ojos y llamó a su rinoceronte. Cesar lo agarró fuerte del brazo, no quería que su novio entrase ahí. Todos los presentes tenían formación de combate, pero Marco no. Él era un Natura, un alma buena con dones para la vida y la creación, no para la guerra y la destrucción.

Marco besó tiernamente sus labios. Estaba preparado, no le importaba dar su vida para salvar al resto.

—Si conseguimos sacarlos del Morsteen mi kraken hará el resto. Si se quedan dentro estamos perdidos, ¿entendido?

Todos asintieron. Sacarlos fuera era la única posibilidad, bueno, no era la única, pero sí la más rápida.

Bruno se giró hacia María.

—Ve al lago y espéranos. Ahí estarás segura.

Ella le miró estupefacta. ¿Cómo le podía pedir eso? Claro que no. Ella iba a entrar con ellos.

—Tu hermana me salvó la vida. Si estoy aquí es por ella. No la voy a abandonar —sentenció.

Por primera vez la voz de la chica sonó segura y autoritaria. Bruno la miró molesto, no quería que los acompañase, ella no controlaba sus poderes, pero sabía que no se lo podía impedir.

—Está bien, pero quédate junto a mí, ¿está claro? —le dijo preocupado.

Ella sonrío. No eran las mejores circunstancias, pero le gustaba que él se preocupase y estuviese pendiente de ella.

Óscar la miró divertido. Acababa de tener una magnífica idea, o quizás no, pero no tenía otra.

—En realidad sí que hay algo que puedes hacer.

Ella le miró ilusionada, por fin la tomaba en cuenta.

—Claro, dime —le respondió entusiasmada con una sonrisa de oreja a oreja.

—Entra ahí y haz lo que mejor sabes —dijo con una divertida sonrisa.

Ella lo miró confusa. ¿Lo que mejor sabía hacer? Pero ella aún no controlaba su don, no podía entrar ahí y comenzar a lanzar llamas...

—No creo que pueda dominar mi don... —le reconoció algo avergonzada.

Para una vez que la necesitaban no podía hacer lo que le pedían...

Él arqueó una ceja, ¿su don? Claro que no, él le estaba pidiendo que entrase como siempre metiendo la pata para que sirviese de distracción y el resto pudiese atacar por sorpresa.

Bruno al comprender lo que pensaba el profesor la echó hacia atrás y se puso a la defensiva.

—¡No la vas a utilizar de carnaza! —espetó a gritos enfadado.

María hizo una mueca, ¿cómo había podido pensar que el profesor Quemada la estaba tomando en serio? Pero en fin... Si eso les ayudaba a tener una oportunidad lo haría.

—Está bien.

—¿Qué? ¡No! ¿Es que no me has escuchado? ¡He dicho que no lo harás! —gritó Bruno colérico.

¿Pero qué le pasaba? No se iba a poner en peligro de esa manera. No pensaba permitirlo.

María lo miró, esta vez no le haría caso. Se sentía segura de si misma, estaba harta de sentir que no tenía capacidad de decisión. Quería ayudar y lo iba a hacer.

Domadores  | #1 | (En Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora