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Las agujas del reloj parecen moverse en cámara lenta cada segundo marcado por aquel acompasado sonido.
¡Tic, tac! ¡Tic, tac!
Resuena como una tortura en sus oídos. Sus pies repiquetean desesperadamente contra el suelo, el profesor explica algo al frente, pero está muy ocupada arañando la madera de la mesilla como para prestarle atención.
Las agujas del reloj se detienen a mitad del semi círculo colgado en la pared. Juntas marcando el final de la hora. El sonido metálico del timbre hace eco en las paredes. El profesor calla y el bullicio de los alumnos aumenta.
El peso del tiempo muerto carga sobre sus hombros a medida que el aula es vaciada, y de un segundo a otro, se encuentra sola. Se levanta con los pies plantados en el suelo, da dos pasos y se aferra a su la correa de su bolso en busca de la seguridad que necesita.
Pero no la encuentra y casi se arrepiente de lo que está a punto de hacer, pero sigue hacia adelante. La duda la está torturando, como si no fuera suficiente con su vida, ojos verdes y rizos castaños aparecen en sus sueños, cada que cierra los ojos, cada que respira, él está ahí, acechándola.
El bolso en su hombro derecho parece pesar toneladas, la cámara parece un yunque de hierro puro.
¿O solo ella lo imagina así?
El aire contaminado de la ciudad le intoxica los pulmones y el sonido de los motores y la faena diaria de la ciudad le taladra los oídos. Por unos segundos se desorienta. Se pierde y el zumbido de la multitud la envuelve con rudeza, la consterna haciendo que se cuestione su realidad.
Se rehúsa a seguir caminando aún cuando el local de Sally está a pocos metros, simplemente la presión en su pecho se niega rotundamente a salir del hoyo, la acorrala al lado equivocado:
El de la mentira.
Porque aunque pruebas digitales en su cámara son la causa de su insomnio, parte de ella no quiere saber nada, solo olvidar el asunto y perderse en otra dimensión paralela. A pesar de ello, quiere hacer algo por una vez en su vida correctamente, salir de dudas porque sabe que si no revela esas fotos y tiene en sus manos pruebas contundentes e irrefutables terminará volviéndose loca.
Traga grueso, y aunque su voz interior le reprocha, todos sus sentimientos son una sopa en ese momento. No tiene la valentía suficiente y dobla en una esquina planeando llegar al callejón de sus sueños y pesadillas.
Respira agitadamente, la ansiedad la carcome y siente que en cualquier momento no dará un paso más. Sabía que los nervios jugaban malas pasadas, pero jamás pensó que sería así de delirante.
Las estrechas paredes parecen más angostas que de costumbre a medida que se interna en ellas. La luz del día se pierde en un relampagueo de las farolas y está sola en el callejón. Respira, decide calmarse y bajo la escasa luz que el día le ofrece, se recuesta en una de las paredes para repetir su rutina.
En la profundidad de su bolso, escondido entre los bolsillos y gomas de mascar, está una bolsita transparente con papeles enrollados. Comienza con algo más suave, quiere alargar todo lo posible el momento.
El papel blancuzco va a parar bajo sus orificios nasales, ella inhala y deja que el aire le dé justo a los pulmones. Cierra los ojos y disfruta de la suave sensación, pero segundos después quiere más. Necesita más.
Se levanta y busca tras el cubo de basura una caja de metal, una especie de baúl antiguo que sirve como depósito, de allí saca dos las tabletas coloridas. Sonríe, las píldoras de la felicidad están allí.