Capítulo once

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Berlín-Alemania,

20 de agosto del 2014



Algunas semanas habían pasado desde la última vez que Charlotte y Gabriel cruzaron palabra. Las cosas entre ellos no estaban bien, ni lo estarían nunca. Cualquier tipo de acuerdo amistoso o tregua entre ellos estaba totalmente descartado después de las cosas tan hirientes que se dijeron aquel día.

Una joven rebelde y orgullosa como lo era la pequeña Luttenberger jamás podría olvidar lo que le dijo el agente, tampoco sería capaz de perdonarlo. Por otro lado, alguien tan recto y disciplinado como lo era Midford, tampoco podría olvidar la manera en la que una muchacha maleducada y altanera como Charlotte le había hablado.

Ambos eran tan tercos y orgullosos a la vez. Ninguno daría su brazo a torcer y pediría una tregua por el bien de la larga convivencia que tendrían, ya que el contrato de Gabriel Midford vencía todavía el próximo año.

Admitir que ambos se habían equivocado y habían estado actuando de una manera tan infantil durante todo este tiempo no era opción y no darían ese importante paso. Era una lástima, porque aunque Gabriel Midford y Charlotte Luttenberger se negaran a aceptarlo, ambos tenían mucho en común, pero la soberbia en ellos les impedía ver más allá de lo que sólo deseaban ver.

— Un día difícil, ¿no? — murmuró Franz al notar que el cielo estaba gris y algunas nubes se acercaban —. Parece que lloverá. — se quejó.

Gabriel asintió.

— Así es, lo escuché en la radio. Lo extraño es que el cielo esté tan gris a la mitad del verano. — se encogió de hombros.

— Quizá el clima se puso de acuerdo con el evento de hoy.

— Tal vez. — comentó el agente.

Tanto Gabriel como Franz, su compañero de trabajo, otro agente que se había formado en el ejército como él esperaban a las afueras de una iglesia de Berlín. Ambos esperaban a que la ex familia real y sus invitados salieran una vez que la misa que se celebrada en memoria de Margot Luttenberger culminara, la misma que en vida fue la madre de aquella fierecilla que había convertido su vida en casi todo un infierno.

8 años habían pasado desde que la esposa de Arthur Luttenberger, ahora ministro de Alemania había muerto. 8 años en los cuales, todo en su familia había cambiado para mal, ya que desde que Margot fue asesinada, cada uno de los integrantes de su familia había pasado por momentos muy difíciles:

La pérdida de un reinado que duró más de 200 años en el país.

El divorcio de la hija mayor de la familia y la anorexia nerviosa que padecía desde ese entonces.

La rebeldía y los actos que iban en contra del buen nombre de la familia por parte de la hija menor.

Hasta ahora todo en el panorama de los Luttenberger no había sido bueno. Claro estaba que habían tenido tiempos en los que la oscuridad se apoderó de sus vidas y los momentos de luz habían sido relativamente escasos todos estos años. Lo único que Arthur realmente deseaba para su familia era que los tiempos buenos llegaran y que todos ellos no tuvieran que pasar por momentos tristes una vez más.

— La ceremonia ya culminó. — anunció Gabriel —. En guardia, Franz. — captó la atención de su colega después de verlo adormecido.

— Lo estoy. — quiso convencerlo, recuperando su postura recta y de alerta.

Los Luttenberger se encontraban al exterior de la iglesia con algunos de los que habían sido invitados a la ceremonia religiosa. No hacía falta ser adivino para darse cuenta que la mayoría de ellos habían asistido simplemente por compromiso y no necesariamente para acompañar a familia en la conmemoración de un año más de la pérdida de Margot. Honestamente, Alemania estaba llena de políticos hipócritas y que actuaban según su propia convivencia. Todo en la vida política era pura apariencia. Nadie era capaz de sentir simpatía por los otros y lamentablemente los miembros se tenían envidian entre sí.

El Secreto de la PrincesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora