Capítulo dieciocho

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Berlín-Alemania,

15 de octubre del 2014



Allí estaba ella.

Se encontraba sola, tenía un arreglo de margaritas blancas en las manos, las cuales eran las favoritas de su madre.

El viento de otoño soplaba con fuerza, algunas hojas ya secas se desprendían con facilidad de los árboles, dejándolos poco a poco desnudos, algo tan típico en esa época del año.

La joven sintió un pequeño escalofrío recorrer su cuerpo, intentó estirar las mangas de su suéter para contrarrestar el frío, pero fue en vano, ya que la tela de este era muy delgada. No obstante, había algo más detrás de ese escalofrío, no se trataba de una simple sensación sobre su piel, sino de una extraña como si alguien la observara.

Charlotte no tenía por qué estar allí en esos momentos. Era una visita muy inusual a esas horas de la tarde, pero la necesitaba, hoy más que nunca, aunque le trajera malos recuerdos y más dolor.

— Regresé — musitó, la suavidad en el tono de su voz se debía a la melancolía —, tiempo sin verte, mamá.

La muchacha colocó las flores en los pequeños floreros que se encontraban a los lados de la tumba de su madre. El lugar donde descansaban los restos mortales de Margot se trataba de un mausoleo nuevo que Arthur ordenó a construir después que perdiera el título de alteza real y que dejara de ser el gobernante absoluto de Alemania. Él creyó que la construcción de un mausoleo familiar sería como un alejamiento de sus orígenes reales y un nuevo comienzo, claro que jamás imaginó que haría uso de él tan pronto.

Charlotte tocó las letras grabadas en la lápida de su madre y no pudo aguantar más el llanto.

— Necesitaba venir — Unas lágrimas se deslizaron por su bello rostro —, en días como estos, te extraño aún más. Si no me hubieras dejado, todo sería muy diferente.

Aunque quisiera dejar el pasado atrás, ella no podía hacerlo. No así de fácil.

Cuando terminemos con el compromiso de tu padre, iremos a casa y lo celebraremos en familia, es una fecha muy importante. No todos los días se cumplen 14 años, Charlotte. Margot le sonrió a la menor de sus hijas, le tenía una gran sorpresa una vez que llegaran a casa.

¿Una sorpresa? — inquirió con inocencia, su madre sólo asintió y volvió a sonreírle ¿Crees que podrías adelantarme algo de ella?

Sin embargo, Margot se negó a hacerlo.

Si te dijera algo, dejaría de ser exactamente una sorpresa. Espera a que lleguemos a casa, hija.

Ambas ignoraban que una de ellas no regresaría a casa ese día.

— Me prometiste que regresaríamos y no fue así. — Y a pesar que la pequeña de la familia odiaba llorar, le era inevitable. Era imposible que algún día dejara de llorar la muerte de su madre.

Por otro lado, allí estaba él, observándola, escondido tras uno de los mausoleos del cementerio. Gracias al cielo que el lugar donde se encontraba enterrada la esposa de Arthur se trataba de un mausoleo abierto al público, es decir que cualquiera que deseara dejar flores o algún recuerdo, podía hacerlo sin necesidad de tratarse de un familiar directo. Esto aliviaba a Gabriel, ya que de lo contrario, habría perdido de vista a su dulce tormento.

Los otros mausoleos y tumbas eran un perfecto escondite para no ser descubierto por la muchacha a quien deseaba proteger y que por una mala jugada del destino, había terminado volcando su odio hacia él. Si tan sólo Charlotte conociera los verdaderos sentimientos del agente. Si tan sólo ella supiera que nunca quiso ocultarle la enfermedad de su padre, pero había hecho una promesa y no podía romperla, eso lo tenía muy claro alguien como Midford.

El Secreto de la PrincesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora