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l u k e

Lía estaba encerrada en el cuarto de invitados de su casa puesto que su habitación no tenía mueble alguno. 

Su mamá intentó abandonar todo lo que tenía que hacer allá en Italia, pero le tomó unos días. Ahora por fin había tomado el primer vuelo a Los Ángeles. Estaba en camino. Addy intentó hablar con Lía, pero ella no quería hablar con nadie, no pronunciaba palabra alguna. 

Las pocas veces que me dejó entrar se mantuvo hecha una bolita en la cama. Intentando hacerla reaccionar me sentaba en un sofá de la habitación y le hablaba, intentando sacarla de su mente. No funcionaba. 

Tampoco sirvió decirle que Blake estaba encerrado. Lía debía ir a testificar, pero por el momento otras tres chicas estaban haciéndolo. Aprovecharon la situación actual para hablar. 

—Les diste una voz, Lía... fuiste lo que las motivó a hablar —le dije cuando le conté lo sucedido—. Por favor no pierdas la tuya —rogué.

Se mantuvo en silencio de todas formas, aunque lloró un poco. 

Me permitía tocarla. Los últimos días fui yo quien se encargó de cambiarle la ropa y bañarla. Me dejaba hacerlo, no le daba miedo, pero lloraba mientras le pasaba la esponja por su cuerpo, luego me la quitaba e intentaba limpiarse ella, con tanta rabia que llegó a raspar su piel. 

Le tenía un odio inmenso a ese hijo de puta. Merecía irse al infierno, quedarse tras las rejas el resto de su miserable vida.

La presencia de la mamá de Lía apareció en la entrada.

—¡¿Qué pasó, Addy?! —preguntó abrazando a Adelaide como si de su vida dependiera.

—Lía... —murmuró.

—¿Qué le pasó a Lía? ¡No entendí nada en lo que me dijeron! —exclamó preocupada.

Sin atreverme a mirarla a los ojos le expliqué.

—Blake era un abusivo. Lía intentó dejarlo y éste la golpeó y... la tocó.

La oí sollozar. Me atreví a levantar la mirada. Se estaba cubriendo la boca con una mano y sosteniéndose el pecho con la otra. 

—No quiere hablar con nadie, es como una muerta en vida, mamá... —comentó Addy. 

Su mamá asintió entristecida y dejó las maletas de lado. Tomó una bocanada de aire y subió las escaleras, seguro para hablar con Lía.

Por favor que la haga hablar.

O M N I S C I E N T E

Un suave toque en la puerta resonó por la habitación esperando una respuesta. Una que nunca llegó.

Danna, sin importarle, decidió pasar, encontrando a su hija hecha una bolita en mitad de la cama. Estaba llorando en silencio.

Sintió como su corazón se quebró un poco ante la imagen, pero se mantuvo firme. Su hija la necesitaba. 

—Oh Lía... mi amor —murmuró adolorida. 

Caminó hasta ella sentándose en el borde de la cama acariciando su espalda.

—Cariño, lo siento tanto —no podía evitar sentir que tenía la culpa.

Lía carraspeó y murmuró:

—¿Por qué dejaste que me fuera con él? —la madre suspiró intentando no llorar.

—Creí que él te hacía feliz, y yo no quería quitarte esa felicidad... perdóname, Lía.

—Mamá... creo que abusó de mí más de una vez —se atrevió a decir.

Llevaba días intentando encontrar las palabras, encontrarle un sentido a lo que quería decir. Nada funcionaba, le avergonzaba, enfadaba y entristecía a la vez. Había perdido su voz.

Los suaves dedos de su madre tocaron su rostro quitando los cabellos rebeldes que lo cubrían.

—Pediré hora con una terapeuta, ¿sí? Encontraré una forma de hacerte sentir mejor. 

—No sé si quiera sentirme mejor, mamá. No sé si pueda.

—Amor, sé que duele, cariño, y es un peso horrible que vas a tener que cargar, pero con ayuda se hará cada vez más liviano, créeme. Yo cargaré un poco por ti, lo prometo —un par de lágrimas se le escaparon, pero las secó rápidamente, no quería verse débil frente a su pequeña.

—No sé cómo hacerlo mamá —contestó unos segundos después.

—Nadie sabe como hacerlo, nena, sólo lo hacen y ya —le acarició suavemente la mejilla—. Lía, cuando quedé embarazada de ti y tu padre me abandonó, y mi madre me echó de casa, ¿crees que me paré de inmediato, y busqué trabajo y casa? No. Estaba asustada y mi hermana me acogió en su hogar. Nadie me contrataba por estar embarazada y el dinero se me estaba agotando, encontraba uno que otro trabajo por ahí, y no fue hasta que cumpliste cinco años que pude tener un empleo en la empresa de la que hoy soy gerente.

Se puso de pie y se agachó frente a Lía para poder mirarla a los ojos.

—Cariño, sé que yo soy tu ídola, ¿pero sabes qué? Tú eres la mía —la menor dejó entrever una muy pequeña sonrisa.

—¿De verdad?

—¡Claro que sí, nena! Siempre fuiste una de las mejores de la clase, y a la vez la más fiestera y divertida. Cuando tu abuelo murió y tu tía enfermó, tú me consolaste a mí y a tu hermana, te hiciste la fuerte para que nosotras lo seamos. Sobreviviste a los rumores que habían en tu escuela de que te follaste a un profesor —Lía rió—. Y cuando Phoebe también se fue de este mundo, seguiste siendo la pequeña niña fuerte que siempre fuiste. 

Peinó con suavidad su cabello.

—Es por eso que necesito que te pares de esta cama, te tomes una ducha y bajes a comer algo. Después podrás regresar a esta cama y deprimirte, pero primero debes levantarte.  

Veinte minutos después Lía bajó la escalera con ayuda de su mamá. Addy y Luke la miraron sorprendido, pero Danna les dijo que hicieran como que nada pasó. Como si todo fuera normal.

Decidieron ver una película, la que Lía quisiera. Comieron galletas, rieron y conversaron de los viajes de Danna en Italia.  

Dos días después Lía empezó las terapias, y una semana y media más tarde Lía recuperó la confianza para abrir la puerta de la casa y hablar con el cartero. También se atrevió a besar a Luke. 

Danna, que bien conocía a su hija, notó que el miedo en ella no tardaría en desaparecer. Lía no se dejaría vencer.

someone to you; luke hemmingsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora