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l í a

¡Por fin tenía mi ansiada casa victoriana!

Tras un año de relación decidimos que era hora de mudarnos juntos. No podía vivir con mamá eternamente, además, Addy no dejaba de molestar con que quería mi cuarto, y yo con tal de no tener que oírla más sobre el tema, quise callarla.

Había visto una preciosa casa celeste en venta, similar a la que tenía mi abuelo. Me iba a mudar allí con Luke o sin él, pero agradecí que él se haya enamorado de la casa igual que yo. Creí que él se inclinaría más por algo moderno o rústico, aún lo creo, pienso que quiso apoyarme en la idea solo para verme feliz. 

Hace unos días nos habíamos mudado y la casa era perfecta. Clásica, pero el hecho de que la hayan remodelado le daba un aire más actual. Tenía tres habitaciones junto con una oficina, que Luke pensaba convertir en un pequeño estudio. Era de dos plantas, ancha y lo suficiente espaciosa para ambos. 

El jardín era del tamaño perfecto, suficiente para una terraza, una pequeña huerta, y en algún futuro, una piscina. A pesar de que con Luke habíamos dividido el dinero para comprarla, sin haberme avisado, había puesto la casa a mi nombre. Dijo que era un regalo de aniversario.

—Creo que tienes un gusto excelente —dijo acunando su rostro en mi hombro, mientras besaba mi mejilla. 

—Luke, compramos cada mueble juntos —le recordé.

Me di vuelta, entrelazando sus manos con las mías. Me fijé en el pequeño agujero que tenía su labio. El muy tonto había perdido su piercing y no sintió la necesidad de volver a ponérselo. Ahora realmente parecía un hombre adulto que paga impuestos. 

—Estoy tan feliz por ustedes —comentó Liz acercándose a nosotros, nos extendió un papel—, aquí están todos los números de emergencia, pónganlos en el refrigerador para que se acuerden.

Reí ante su rostro de preocupación.

—Mamá, vives en Australia, si se quema la casa no te llamaremos a ti para ayudar —Liz rodó los ojos.

—¿Te crees un sabelotodo? ¡Son números de emergencia de California! —fingió darle un golpe en la cabeza— Bien, debo irme, ¿nos vemos el sábado entonces?

Asentimos al mismo tiempo. El sábado sería la fiesta de inauguración. 

—Cuídense hasta entonces, los quiero —nos dio a ambos un beso en la mejilla— ¡Ah, y Lía! no trabajes mucho. Eres joven, no te estreses tanto —se despidió nuevamente con la mano y se subió al auto que había alquilado.

Me giré hacia Luke.

—¿Le dijiste que estaba trabajando mucho? —se encogió de hombros y sonrió.

—Estás trabajando mucho, creí que escucharías a mamá.

Rodé los ojos y junté nuestros labios con dulzura.

—Gracias por preocuparte, amor.

Había decidido que no iría a la universidad. Como había trabajado hace años un tiempo en la empresa de mamá, me preguntó si me gustaría tenerlo de vuelta, aunque en realidad me había asignado uno mucho mejor, y por ende, más ocupado. 

Ahora trabaja como diseñadora de ropa, pero mis habilidades de costura eran horribles, así que ahí estaba, cosiendo día y noche, intentando poder traspasar mis ideas de papel a físico. Quería impresionar a mamá. 

Pasamos el resto de la tarde terminando de ordenar algunas cajas y por fin rellenando el clóset con nuestra ropa. Ya estábamos instalados.

Mientras Luke se fue a duchar, me vestí con mi ropa de dormir y me recosté. La ansiedad que me estaba atormentando desde hacia días regresó de pronto. Recordé que no había revisado las pruebas. 

Tenía atraso. 

Debía de tener la regla hace unos días, pero nunca llegó. Habíamos decidido estrenar la casa el día de la mudanza, después de todo, se suponía que no estaba en ovulación, pero tras unos días empecé a sentirme mal.

Compré tres pruebas de embarazo, pero el miedo me invadió antes de ver los resultados. Oculté las pruebas en el mueble del baño, lejos de mi mirada. 

Luke tenía veinticuatro años, yo casi veintiuno. ¡Mamá me asesinaría si salían positivas! ¿Y Luke? ¡Estaba ocupadísimo con su nuevo álbum y tours, no podía agregarle otra cosa más para estresarse! 

l u k e

Envolví la toalla en mi cadera y salí de la ducha. Miré mi reflejo en el espejo.

Mi barba estaba cada vez más larga, ya era hora de recortarla un poco o a Lía se le irritaría la piel cada vez que meta mi cabeza entre sus piernas.

Me agaché frente a los cajones del mueble del lavabo y busqué mi afeitadora eléctrica. Metí mi mano entre todos los productos que Lía había comprado y logré encontrarla, pero unos palillos similares a termómetros llamaron mi atención.

Con una mano tomé la máquina de afeitar y con la otra los palillos. Los miré confundidos. 

Al momento de darlos vuelta para examinarlos entendí qué eran. Pruebas de embarazo.

—¡Lía, Lía, ven! —grité, la puerta del baño se abrió de golpe.

—¡¿Qué pasó?! ¡¿Estás bien?! —preguntó asustada.

Le mostré lo que había encontrado, sin saber cómo reaccionar.

—¿Por qué no me dijiste que tenías atraso? 

Me sentía... herido. No me contó que creía que estaba embarazada, y desde luego no me dijo que realmente lo estaba. Creí que podía confiar en mí y prefirió ocultármelo. 

—Tenía miedo. Me las hice hoy, pero no me atreví a ver los resultados —explicó arrepentida.

—¿Pensabas decírmelo siquiera? —me miró sin entender— Si hubieran salido negativas, ¿me habrías dicho que te las hiciste?

Sus labios se entreabrieron de la sorpresa. Se dejó caer contra el umbral de la puerta.

—¿Son positivas? —preguntó en un murmuro.

—Las tres —respondí.

Lía empezó a reírse como si le hubiera contado el mejor chiste de su vida. Curiosamente, empecé a reírme también. Ocultó su cabeza entre sus piernas mientras peinaba con frustración su cabello.

—No me lo puedo creer. Acabamos de comprar una casa y ahora esto... —dijo entre dientes.

Me acerqué a ella, poniéndome de cuclillas frente a ella. Tomé su mano entrelazando mis dedos con los suyos. Con mi mano libre sujeté su mentón, forzándola a mirarme.

—Lo arreglaremos, Lía. Podemos tener este bebé, la casa tiene otro cuarto y definitivamente podemos mantenerlo —dije intentando tranquilizarla.

—¿Y qué si yo no quiero a este bebé? —preguntó con la mirada apagada— ¿Qué tal si decido abortarlo, me dejarías?

Aunque sentí mi pecho apretarse en un nudo al oírla pronunciar aquellas palabras. Tragué mi orgullo y acaricié su mejilla con cariño.

—No te obligaré a ser madre, Lía, es tu decisión, no la mía.

Alzó las cejas en sorpresa y acunó mi rostro con sus manos. Me miró fijamente, sus grandes orbes mieles empezaron a lagrimear. Sonrió levemente. 

—Quiero tenerlo. 

Apenas la oí decirlo, la envolví en mis brazos. No sabía que mi boca podía sonreír tanto. Lía me haría papá, ella sería mamá. 

Estaba cumpliendo mi sueño.


someone to you; luke hemmingsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora