Capítulo: 17

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Llevando consigo la bata, Patty apresuradamente se acercó a Terry y lo cubrió con la prenda; percatándose además la novia cómo los hermosos ojos de aquel adonis de hombre brillaban de ira al observar tras la ventana a hombres y maquinaria trabajando en conjunto.

Sintiéndose traicionado, Terry, conforme se ataba las jaretas de su vestimenta, descalzo y a paso veloz, salió de su habitación para bajar de dos en dos las escaleras. Después y con agigantadas zancadas cruzó la sala para abandonar la casa y demandar, a plenos gritos en lo que atravesaba el jardín, la presencia de todos sus trabajadores para que le confesaran ¿quién había arreglado las máquinas?

El temor que se apoderó de los empleados que de sobra conocían el carácter explosivo-agresivo del ex militar, los apuntó como responsables. Pero no faltó el valiente que dijera:

– ¡Ninguno de nosotros ha sido!

– ¡¿Entonces dime quién carajos lo ha hecho?!

Como una fiera, Terry había saltado sobre el pobre infeliz el cual sintiéndose fuertemente asido de la solapa de su sencilla chaqueta vaquera, contestaba:

– Debe creernos, patrón; ya que le dimos nuestra palabra por la memoria de su señor padre, Richard Grandchester.

A la mención de su nombre, las gentes ahí reunidas descubrieron sus cabezas en señal de respeto hacia el difunto, acto que a Terry le pareció franco.

Sin embargo no perdió instante para amenazar:

– Si llego a descubrir que entre ustedes está el culpable... ¡ténganlo por seguro que pagará muy caro su afrenta! ¡¿entendido?!

– Sí, patrón – hubieron respondido todos sin vacilación.

No obstante, cuando Terry se disponía a marcharse, le causaría agruras la voz de aquella que saludaba – Buenos días – contestándole, entre murmullos, el grupo.

Lógico, el hijastro era grosero al espetarle cerca del rostro:

– ¡¿Qué tienen de buenos?!

– ¿Te parece poco? – la mujer, haciéndose a un lado, le señalaría el campo. – ¡Las máquinas están funcionando! ¡Qué bien! – había chillado feliz. Al segundo siguiente, se burló de él al apreciarle: – ¡Gracias por arreglarlas! – observándole también Candy: – Ya Richard me había advertido que por fuera eres únicamente odioso, pero que por dentro, ¡guardas un corazón de oro!

Con lo dicho, Terry apretó sus puños y raudamente se giró, oyendo a sus espaldas risitas de sus empleados. Éstos al recibir una fulminante mirada se dispersaron para dirigirse a sus actividades laborales, advirtiéndosele al capataz que había llegado detrás de su patrón:

– Archivald, ya que "mi querido hijastro" amablemente nos compuso los tractores, espero que hoy los trabajadores sí puedan cumplir con la producción del día. Y si es necesario, rescatar lo perdido de ayer.

– Se hará como usted mande, señora –. El "obediente" empleado, después de mirar a su patrón, se marchó.

Candy también lo pretendía hacer pero la mano de Terry la detuvo para decirle:

– No te pavonees demasiado, mocosa, porque si me lo propongo, en un pestañear, ¡te puedo desplumar!

– ¿Sin importarte el bienestar de tu sobrino que viene en camino? – Candy, seductora, se había acercado a él.

Terry al sentir atrevidamente una resbalosa mano y su "principal destino", la detuvo; y rudo la soltó al escuchar:

– ¡Terry! –, mirando la pareja a Tony quien corriendo feliz a ellos, comentaba: – ¡Arreglaste las máquinas!

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