Capítulo: 20

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Explicada la situación de la tambaleante herencia, el Licenciado Johnson, después de cortar comunicación con Candy, llamó de inmediato a Terry. Éste en la sala disfrutaba de un delicioso cóctel de frutas en compañía de Tony y Paty quien abandonó su lugar para correr al teléfono móvil que sonó. Seguidamente de atendido...

– ¿Quién es? – Terry preguntó viéndola venir a él.

– Johnson – le respondió escuetamente y le entregó el aparato, el cual al recibirse:

– Buen día, Abogado – contestó un alegre Terry.

– No creo que lo sea, hijo.

El pesimista empleado logró borrar la sonrisa en el rostro del ex militar.

– ¿Por qué lo dice? – lo cuestionó.

– Mejor tú dime, ¿qué le sucedió a Candy?

– ¡Ah, ella! – el hijastro había sido despectivo: – tuvo un accidente; pero nada de cuidado. Ella está bien.

Johnson, frente a la grave situación no perdió tiempo y diría:

– ¿Sabes que ha perdido a su hijo?

– ¡¿Qué?! – Terry, levantándose abruptamente, dejó caer el tenedor que sostenía para cuestionar: – ¡¿Quién se lo dijo?!

– Acabo de hablar con ella –, pero ni los ¡Terry, Terry! del abogado por teléfono ni los de Patricia quien iba detrás de él, lo detuvieron en su acelerada carrera.

Con el portazo, acostadita sobre su cama y con la música de Billy Idol en alto volumen, la encontraron. Pero la estruendosa melodía "Cradle of Love" se opacó ante la voz de él que diría:

– ¡¿QUÉ DEMONIOS LE DIJISTE A JOHNSON?!

Sin amedrentarse de la presencia de aquel demonio, Candy, en el colchón buscó el control remoto y presionó el botón hasta bajar el sonido del estéreo. Ya moderado y sin apartar sus ojos de él, contestaba:

– Con referente, ¿a qué? –, ¿acaso ella recordaría? – ¡ah, sí! –, y Candy se acarició el vientre. – Mi bebé –, pero mirándole fijamente le decía: – ¿No te dije que lo perdí?... No, ahora que recuerdo, sólo le dije a él quien me informó de dichosa carta que tu padre activó al casarse conmigo. ¡Qué desgracia, ¿verdad?!

Cansado de sus burlas, Terry fue a ella; y tomándola de los hombros la levantó; y con brusquedad la sacudió conforme le gritaba:

– ¡ERES LA ESTÚPIDA MÁS GRANDE QUE HE CONOCIDO!

– ¿En serio? – Candy no cesaría de mofarse al mirar a la metiche: – Yo pensé que la tenías como novia.

Terminando de decir eso, la joven viuda fue aventada toscamente, estrellándose su frágil cuerpo contra el buró, del cual cayó al suelo la lámpara y luego, al no haber modo cómo sujetarse, la mujer que para nada se protegió con la clara intención de ser vilmente golpeada.

Mas, al ser sujetado por Patricia quien le pedía detenerse, Terry escupiría:

– ¡ME DAN GANAS DE MATARTE!

– ¿Y por qué no lo haces? – la joven viuda, aunque dolorida, aventaría la pedrada contra la entrometida: – ¿Qué o quién te lo impide?

Mientras se deshacía de su amarre, él contestaba:

– ¡POR SUPUESTO QUE NADIE!

– Entonces, ¿qué esperas? ¡Hazlo! Sólo que sin dinero, la cárcel sería tu nueva casa.

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