Capítulo: 3

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Cuando Terry desapartó su mirada de Candy, ésta, afuera, hubo corrido a los brazos de su esposo. Éste acompañado de Archivald, había dado un recorrido por el rancho. Y en el momento de cuestionársele a la fémina sobre su estado anímico, respondió un muy remarcado "¡aburrido!". Por ende Richard, al ver a su hijo con compañía y sin saber de sus planes a realizar, les había sugerido la llevaran consigo.

Al notar la obvia incomodidad causada en el rostro de Terry, una melosa Candy pediría:

– ¿Por qué mejor no me llevas tú, Richard? Tal vez ellos... –, los miró de reojo, y pícaramente proseguiría: – quieran estar a solas. Y yo, únicamente, les haría un mal tercio. ¿O no lo crees así... – la joven esposa dirigió su mirada a la cual no había sido presentada...

– Patricia – se llamó aquella estirando su mano hacia Candy la cual no sólo la recibió sino que acortó distancia para dejarle amigablemente un beso en la mejilla y decirle:

– Patty, espero no te moleste que te llame así.

– No, claro que no.

– Y tampoco te molestará que vaya con ustedes, ¿cierto?

– Cierto –, con un poco de miedo, se había contestado.

– Bien. Entonces yo voy adentro porque tengo algunos asuntos que tratar por teléfono –. Richard besó la frente de su chiquilla esposa, y los dejó.

No obstante, en el momento que su padre se perdió en la puerta de la casa, un furioso Terry miró a la "aguafiestas" y toscamente le ordenaba:

– ¡Tienes cinco minutos para llegar a las caballerizas y si no lo haces... no lo sentiré mucho si te quedas!.

El guapo hijastro tomó la mano de Patty y a jalones se la llevó de ahí, dejando a una Candy que no pudo ahogar sus burlonas carcajadas y ganándose nuevamente la reprobación de Stear. Éste en lo que abonaba las flores de las jardineras, los había estado observando.

= . =

Ignorando el gesto de aquel jovenzuelo, Candy se dirigió a sus habitaciones para cambiar sus shorts por unos ajustadísimos pantalones vaqueros a la cadera, los cuales combinó con unas botas altas y usando la misma camisa llevada, sólo que ésta la anudó al frente para dejar a la vista su ombligo con un simpático y curioso lunar por dentro.

Después de mirarse por última vez en el espejo, sonrió coqueta y se encaminó sola hacia el lugar indicado, donde ya dos jinetes estaban listos para su cabalgata mientras que un empleado sujetaba con fuerza las riendas de un hermoso caballo blanco que en lo que se admiraba se gritaba:

– ¡Vaya! ¡Hasta que te dignas llegar!

Haciendo caso omiso al regaño sardónico, Candy colocó unos guantes y se preparó a montar.

Sin embargo, cuando el animal sintió al jinete, dio un leve reparo; y ahora las risas burlonas provinieron de Terry el cual sin dejar de ser irónico preguntaba:

– Me imagino que sabes montar, ¿cierto?

Controlando apenas al cuadrúpedo, Candy, sin perder su gracia ni sonrisa, contestaría:

– ¡Por supuesto!

Con su positiva contestación, se indicaría:

– Bien, entonces en marcha – y Terry, en un dos por tres, pateó la rudeza empleada con Candy para ser amable y cuidadoso con Patty quien temía de los caballos.

Tomando las riendas del animal que transportaba a su novia, en un trote tranquilo, se inició el recorrido. Más no habían sobrepasado los primeros cien metros, cuando el corcel de Candy volvió a reparar inquieto y ella nuevamente lo tuvo que controlar.

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