Capítulo: 19

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Ya la noche había caído; y su cena la había suspendido avisando con Tony el cual aguardaría a la llegada de Terry quien por completo se olvidó de llamarle a su novia para enterarse, por lo menos, cómo seguía de sus heridas.

Debido a su inexplicable salida, Patty, todavía muy adolorida de la espalda, yacía parada junto al ventanal de su habitación y a través del cristal miraba al horizonte, esperando ver, por la entrada del Rancho, el vehículo de Terry.

Cuando éste finalmente apareció, la mujer, esbozando una gran sonrisa, salió de su recámara para ir a su encuentro. Sin embargo, al llegar al corredor de arriba, y percatarse de que su novio no entraba a la casa, Patricia bajó a la sala y ahí aguardó por él el cual se tomó su tiempo al estar platicando con Archivald y venciéndole a ella... el sueño.

Por su parte y no sabiendo que su novia estaba en el área, Terry, al ingresar a su vivienda, cerró tan fuerte la puerta que consiguió despertar a Patricia. Ésta al divisarlo dirigirse a la habitación de la joven viuda, ¡por supuesto! lo siguió, escuchando detrás de la puerta además de la increíble proposición...

Aunque Terry portaba una actitud calmada, lo frío en su varonil voz, el brillo que proyectaban sus iracundos ojos y lo pesada de su respiración, por instantes, hicieron temblar a Candy quien segura estaba que, al dar ella un paso en falso, sería presa fácil de aquel tigre que sin ninguna consideración, la atacaría fieramente para hacer cumplir su amenaza.

Ser suya, era una misión a cumplir desde que lo vio. No obstante, avanzando hacia él y llevando consigo la idea, la joven, fascinada, repetiría:

– ¿Un hijo tuyo? –. Para hacerlo desconcertar y ser ella la dueña de la situación, se decía: – Aunque eso no estaba dentro de mis planes –, Candy, con pasos y movimientos, seductoramente comenzó a rodearlo, deteniendo su giro justo a espaldas de él. Ahí la mujer se paró de puntitas para alcanzarle el oído y decirle queda y sensualmente: – ¡me encantará!

En cambio Terry, habiéndola seguido de soslayo, toscamente se alejó para seguir oyendo de ella:

– Sin embargo, para que eso suceda hay muchas cosas que arreglar entre los dos.

– ¡No me digas! – él sonó llanamente burlón.

– ¡Por supuesto! – ella dijo; – y el primero es ese pequeño detalle que en estos momentos –, Candy no sabía que Patricia los estaba escuchando, – yace durmiendo en tu cama.

Con lo dicho, la joven viuda consiguió que Terry soltara tremenda carcajada y le observara:

– ¡No cabe duda! ¡Eres increíblemente cínica, Candy! Pero da la casualidad –, ahora él, amenazante, se fue acercando a ella, – de que no vengo a preguntarte si quieres o no acatar ¡mi! voluntad.

– ¿Ah, no? – Candy, sintiendo un calorcito de temor, retrocedió pequeños pasos. – Entonces, ¿me tomarás a la fuerza? –. Ella sabía que él, decidido y en ese preciso momento ¡era capaz! mas valentona lo retaría: – No, no lo creo.

– ¿No me crees capaz de hacerlo? – se había fingido incredulidad al cuestionárselo.

– ¡Absolutamente! Pero –, la voz de la mujer se oyó débil al aseverar: – ¿para qué usar la fuerza cuando... hay otros modos de hacerlo?

– ¿Como cuáles según tú? – Terry, aunque lento, no se detenía en su andar: – ¿Esperar a que me enamore de ti y entonces –, sería burdo al decir: – "hacerte el amor" como toda pareja normal? No, ¿verdad? ¿para qué? Si a ti, hasta leguas se te ve, que esas cursilerías románticas no van contigo, ¿o sí?

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