Capítulo: 5

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Terry se perdió en la claridad de unos iris por unos instantes y dentro de los mismos, su interior sintió deseos de hacer dos cosas: una, por supuesto, el responder a la invitación de la ofrecida boca; y dos, simplemente dejarla caer por su descarada insinuación.

No obstante, y sólo porque sí, él le insinuaría:

– ¿Qué estarías dispuesta dar a cambio de un beso mío?

– Interesante proposición – respondió Candy, y a una señal pidió ser bajada. Cuando fue colocada en el suelo, apuntándolo y recargándose sobre la pared, ella reafirmaba:– Porque es cierto, Terry, ¡me encantas! – le alcanzó a acariciar el pecho, – ¡me fascinas! –, y sin ningún recato confesaría: – Y sé que un simple rato a solas contigo, te bastaría para volverme loca, sin embargo...

Porque ella había callado y retrocedido sus pasos, él urgía:

– ¿Qué?

Tocándose la sien Candy completaría:

– Necesito la cordura conmigo porque esto... –, musitaba: – todavía no ha comenzado.

– ¡Comenzado ¿qué cosa?!

Debido a que su voz había alterado, Candy poniendo su dedo índice en la boca, le pidió silencio; y como una perilla de puerta su mano encontró, la mujer se despediría:

– Hasta mañana –, y al estar en el interior de la habitación, conforme cerraba, estúpidamente sonriente y a la par de un guiño de ojo, diciendo: – gracias por el aventón –, y cerró, quedando ella por dentro; y por fuera él quien desconcertado, se preguntaba:

– ¿Qué demonios quisiste decir, muchachita?

Además a Terry no sólo eso le inquietaba sino las apariencias; así que, se dio la media vuelta y fue en busca del elevador para dirigirse a la recepción y darse la tarea de averiguar quién había visto llegar o dado el acceso a su mal comportada madrastra. No obstante, su confusión aumentó cuando le dieron respuesta:

– Lo lamento, Señor Grandchester, pero nadie con las señas descritas ha ingresado al edificio.

– ¡¿Estás seguro?! – había espetado con asombro mayúsculo.

– Completamente.

– ¡Entonces, ¿cómo carajos subiste, Candy?!

– ¿Perdón?

– No, nada, Tim, buenas noches.

Meditabundo, Terry regresó al pent-house donde se dirigió al sofá y ahí... recibió la mañana despertándole Beatrice, la encargada de la limpieza, la cual ya le llevaba su acostumbrado té además de que, por los años a su servicio, le bromeaba:

– Sin Patty, ¿tan incómoda te sabe ya la cama?

Mirándole y regalándole una media sonrisa, el adolorido hombre respondía:

– No.

La mujer, con obvia curiosidad, quiso saber:

– ¿Y por qué no estás en ella?

Terry, quien siempre le daba respuestas, únicamente decía

– Porque... –, y optó por pedir: – hazme un favor.

– Tú dirás.

– Ve a mi habitación y tráeme la ropa que dejé lista.

– Está bien. ¿Quieres que te prepare el baño?

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