Capítulo: 1

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Sostenida la cortina y percibida por sus dedos la calidad y textura con que estaba hecha, Candy, conforme caminaba por una área de una lujosa oficina, entablaba una animada conversación vía telefónica:

– ¡Deberías ver el palacio de casa que tiene!

– Me imagino. Todo mundo conoce lo exitoso que es en su negocio.

– ¡Las tierras son inmensas! La vista no alcanza a cubrir ni la cuarta parte de esta propiedad.

– ¡Claro! Y de todo eso, por el simple hecho de ser su esposa ¡fácil! la mitad es tuyo.

– Sí, claro.

Por el modo desganado de contestar, se aventuraron a preguntar:

– ¿Qué? ¿acaso te parece poco?

Gracias a que estaba sola, la interlocutora no percibió la mirada que Candy proyectó; empero se la imaginó al escuchar de ésta última:

– Tú, ¿qué crees?

– ¡Ay, Candy! Desde que se te metió esa absurda idea de atrapar a Richard Grandchester, ya no sé ni qué pensar ni qué creer.

La mencionada, en lo que decía empleando un tiple en su voz:

– Sólo cosas buenitas de mí, Eli – asimismo sonreía traviesamente; y lo haría abiertamente al oír:

– Pues si estuviera hablando con mi amiga de días atrás, ten por seguro que sí; pero en el momento que tus ojos se toparon con él cuando lo viste en Las Vegas, no sé que te sucedió.

Mirándose las uñas, Candy observaría cínicamente:

– Fue la suerte ¡recuérdalo! Porque ya bastante había perdido en esa cochina máquina tragamonedas y por supuesto no iba a perder la oportunidad de casarme con Richard y más cuando éste mostró interés por mí.

– ¡Sí, claro! un interés que se le puso curiosamente enfrente.

– Como haya sido. Lo importante es que ahora soy su esposa y no dejaré de disfrutar todo lo que se me ha ofrecido.

Con tono suplicante en una voz, se aconsejaría:

– Candy, ten cuidado por favor. Mira que tiene dos hijos...

– ... que por cierto ¡el menor es un encanto!

– ¡Y el mayor un hijo de la armada nacional!

Con todo descaro Candy, habiéndose ido a parar justo en frente de un valioso reconocimiento militar, se carcajeó y se burlaría al calificarlo:

– Sí; un guapo soldadito de plomo que...

– ¡... puede ser muy peligroso, Candy Lidia, y fácilmente no se dejará quitar lo suyo!

– Eso, ya lo veremos.

La nueva señora Grandchester suspendió su habla porque un estruendoso ruido provino de afuera. Curiosa, fue a mirar a través de la ventana; y arqueando una ceja al distinguir de quién se trataba, Candy, caminando en busca de la salida, se despedía:

– Bueno, querida, debo dejarte porque precisamente "mi hijastro" ha aterrizado.

– Cuídate – apenas alcanzó a decir la amiga porque la otra ya le había colgado.

Cuando Candy abrió la puerta, se le decía:

– Justo venía por ti.

La actriz fingiría sorpresa al decir:

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