Capítulo: 11

346 54 13
                                    

Conforme se alejaba, Terry nunca dejó de ser observado. Y mientras aquél se perdía en los corredores del gran rancho, Candy ahora molesta, estrujaba fuertemente, a sus costados, la delicada tela del vestido que la cubría.

Cuando ya no le vio más, la joven se giró para quedar nuevamente de frente a los elegantes tulipanes; y de los muchos que ahí había, se eligió uno. El que se tomó, asesinamente se arrancó de su tallo, quedando dentro de la mano, los coloridos pétalos que fueron remolidos con los dedos hasta casi desaparecerlos.

Limpiándose lo dejado sobre su vestido, Candy inhaló profundamente el aire. Ya después de liberado, sonrió y dejó su lugar para ir de camino hacia el camastro que anteriormente había sido ocupado por su hijastro.

Con estudiada elegancia, la joven se sentó; y sabiéndose sola, se acostó, colocando de inmediato su mirada en el cielo todavía claro. Sin embargo, el resplandor del sol la hizo cerrar los párpados quedándose así un buen rato, hasta que escuchara:

– ¿Candy? –. Ella abrió los ojos; y sus oídos oían: – Linda, ¿qué haces aquí? Los invitados preguntan por ti.

Poniendo una sonrisa en su juvenil rostro, ella se enderezó y extendió: su mano para ser ayudada a incorporarse, y su falta de atención:

– Perdóname, Richard. Me dio un ligera jaqueca y salí para hacerla calmar.

– ¿Estás bien? – el hombre había notado un gesto.

– Ya, ya se me ha pasado – sonó lo más segura posible; y colgándose de su brazo decía: – ¿Vamos adentro para despedir a los invitados? –, revelando con lo dicho su siempre sí incomodidad.

Richard, comprensivo, la apoyaría:

– Sí, será lo mejor –, y abrazados caminaron los dos hacia donde la fiesta se efectuara.

Ya que el último invitado partiera, Candy anteponiendo su incesante molestia, también se retiró a su habitación, no queriendo la joven saber de nadie, por lo menos hasta el siguiente día, cuando el ruido de un helicóptero la despertó, entendiendo con ello que Terry dejaba el rancho.

Alegremente, ella abandonó la cama y se dirigió con rapidez hacia la ventana para hacer descorrer la cortina y mirar hacia los cielos donde el artefacto se perdía.

Profetizando que sería un gran día debido a que ese lunes había amanecido esplendoroso, Candy se tomó su tiempo en asearse y vestirse para bajar, solicitar: a Susana con sus alimentos que fueron llevados a la mesa y, la presencia del capataz al que se le ordenaría:

– Tenga listo un caballo.

Porque ella no tenía el suyo propio, Archivald preguntaba:

– ¿Le gustaría montar uno en especial?

– Sí; y como a mí me gusta domar... ¡el de Terry estará perfecto!

– Pero –, el empleado, sosteniendo su sombrero en las manos, comenzó a hacerlo girar en lo que revelaba: – el joven patrón es severamente quisquilloso con sus cosas, Señora.

Ésta, demandaría autoridad al decir:

– ¿Y? Si no mal recuerdo, todo lo que hay aquí ¡también me pertenece!

– No le discuto eso, sino...

– ¡Haz conforme se te ha solicitado, Archivald!

A la voz de aquél que llegaba, no se replicó, al contrario, se obedecería:

– Como usted ordene, Señor Grandchester.

El hombre se giró, y al dar el primero de sus pasos, colocó el sombrero en la cabeza, dejando atrás la siguiente conversación:

Adorable PerversiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora