Tragedia

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La calidez me arropaba. Se sentía tan bien que no quería despertar, pero poco a poco me volvía más consciente, tanto que comenzaba a hacerse familiar ese ardor que quemaba mi piel. Matías.

Desperté, efectivamente me encontraba a su lado. Uno de sus brazos se aferraba a mi cintura y pese a que estaba dormido me resultaba difícil soltarme de su agarre.

Me aparté con cuidado para después sentarme, aunque enseguida lo lamenté, hacía mucho frío y al parecer seguía siendo de madrugada. Dejé ir un suspiro aferrándome más a las sábanas y como si mi cerebro quisiera probar que tan despabilada me encontraba comenzó a inundarme de recuerdos. Recordaba absolutamente todo, sus labios húmedos y carnosos sobre cada espacio de mi piel, sus manos que se aferraban a mi cuerpo y sus movimientos que me habían vuelto loca.

Tragué audiblemente, no, no, no.

No podía ser posible que...

—¿Acaso te volviste loca? —Me cuestioné en susurros—. Estás enferma, necesitas un psicólogo.

Raras veces hablaba conmigo misma, solo cuando me desesperaba y ahora más que desesperada me encontraba anonada ante mi inaudita conducta. Si, esa noche había abusado del alcohol un poco, aunque eso no quería decir que no fuera consciente de lo que hacía.

Llevé mis manos a mi rostro avergonzada. Matías me dio tantas oportunidades de escapar y aunque en esos momentos sabía que era lo correcto, me negué. El deseo había sido más grande, no pude simplemente ignorarlo y al parecer él tampoco, me lo demostró de muchas formas. Incluso podía asegurar que el color de sus ojos había cambiado por una fracción de segundos. Me parecieron verlos de color dorado intenso.

Sus besos, sus malditos besos... nadie me había besado como lo hizo él. Eran tan urgidos y necesitados, llenos de pasión. Dudaba que pudiera volver a ver sus labios o a él sin hacerme recordar esa noche.

De pronto el frío se esfumó, me sentía bastante abochornada.

¿Hacía alguna diferencia que no hubiera intentado siquiera adentrarse en mi intimidad cuando me había hecho sentir tantas cosas, cuando sus manos y sus labios habían reclamado mi cuerpo?

En qué estaba pensando, él era mi carcelero...

En un movimiento rápido me encontré junto a él de nuevo.

—Hace frío, te enfermaras —dijo como excusa.

—¿Desde cuándo estas despierto?

—Desde hace media hora.

¡Rayos! La vergüenza surtió efecto una vez más. Era muy posible que me hubiera observado mientras me reprendía a mí misma.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —Su voz era tan calmada que lo envidiaba.

Criaturas Malditas #2: Tu Dueño, Tu TormentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora