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ALGO DE ABRIL

Abrió la puerta del bar lanzando el último suspiro y sin saber si entraba en el cielo o el infierno. El lugar era como tantos, y estaba lleno de gente dada la hora. Una barra a la derecha, con el personal arracimado en torno a los vinos y las tapitas, las mesas a la izquierda y al fondo. Las paredes estaban decoradas con motivos rurales y fotografías antiguas, muy antiguas, de comienzos del siglo XX. El recinto tenía sabor, un sello muy personal, entre caduco y añejo.

No se movió de la puerta mientras lo buscaba. Pasó de la barra, imposible que estuviese en ella. Primero las mesas cercanas, después las más alejadas. Por un momento pensó que no había acudido a la cita o bien todo era una broma incluso quizás a última hora no se atrevió a llegar hasta el final. Entonces lo localizó.

Estaba en la mesa más alejada, al fondo, en el ángulo de la izquierda. Apostó algo a que llevaba allí mucho rato, desde antes de que se llenara el local al cierre del horario de oficinas, precisamente para tener aquel lugar protegido y discreto.

Por entre las risas y a veces, los gritos de los más exaltados, por entre el humo de los que aún no conocían el respeto a los no fumadores, y por entre aquella pequeña marea humana que los separaba; pareció abrirse un camino, un canal de comunicación.

A él empezó a latirle el corazón muy rápido. Buscó un poco más, por si se equivocaba. Pero no, no había error posible. Tenía el libro en la mesa, y leía el periódico que también debía servir de contraseña. Justamente quedaba medio oculto por sus páginas. Fue como si lo llamara.

Èl volvió la cabeza y le miró. A Taehyung se le paralizó el corazón.

—Dios... —gimió.

Era guapo. No una belleza radiante, espectacular y provocadora. Solo guapo, precioso, de rasgos delicados, aspecto angelical, un rostro bellamente dibujado por la mano de un artista sensible.

Tuvo que ponerse en marcha, forzar una primera sonrisa, no demasiado aparatosa. Se dio cuenta de que él también le estudiaba mientras cruzaba el local, por entre las mesas, los camareros y la gente que se movía de un lado a otro. Trató de parecer normal pero no supo si lo consiguió. Seguían pendientes de sus ojos, de sus respectivas miradas.

A medida que se aproximaba vio su cabello corto, negro, el óvalo de su mejilla, los labios deliciosamente rosados, los ojos tan oscuros como pozos... Se detuvo frente a él.

En lo último que pensó fue en la paradoja del destino. ¿Cómo era posible que aquel ángel...?

—¿Jungkook?

—Sí.

—Soy Taehyung.

—Bien.

La primera sonrisa, se sintió turbado.

—¿Puedo... sentarme?

—¡Oh, sí, claro, perdona! —logró reaccionar Jungkook.

Ocupó la silla frente a la suya, no se dieron la mano. No pudo decir nada porque en ese instante el camarero que pasaba por su lado le preguntó qué iba a tomar. Se fijó en que él estaba tomando un simple vaso de de jugo de naranja. Pidió un refresco de limón.

Luego volvieron a mirarse, ahora sin disimulo. De cerca era más guapo, más intenso. Tenía un cuerpo bonito, seguramente con abdominales se podía notar incluso a través de la ropa.

Llevaba una camiseta ligeramente ajustada. Los brazos eran largos y las manos perfectas, con las uñas cortas y cuidadas. No llevaba maquillaje así que se le antojó natural, un ramalazo de la primavera que se había estrenado un par de días antes. Entonces se dio cuenta de algo más.

Por un puñado de besos | VKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora