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Jae estaba con un paciente, así que tuvo que esperar veinte minutos a que terminara con él. La enfermera lo trató con cortés frialdad pese a decirle que era «amigo del doctor» y que por esa razón no tenía hora. Por si acaso, se aseguró.

Ojeó algunas revistas en la sala de espera y también a las dos personas que llegaron después de él. Uno era un hombre joven con aire de despistado. Otra, una anciana de unos ochenta años o más, pero bien conservada. Su mayor signo de senectud consistía en llevar un bastón. Se preguntó qué pensaría Jungkook de los ancianos, un estado que jamás alcanzaría.

Tenía diecinueve años, con unas expectativas de vida de diez... Ni tan solo llegaría a saber lo que era la madurez. Taehyung se llevó una mano a los ojos, no servía de nada pensar en ello, mortificarse. Jungkook parecía no hacerlo.

Lo único que fluía de él era amor, deseo, capacidad de dar y recibir. Acabó con todas las revistas de cotilleo, en las que mujeres imposibles hablaban de sus estabilidades emocionales, aunque llevasen enormes carreras de romances a modo de muescas en su alma, y en las que famosos de pacotilla pontificaban sobre lo divino y lo humano. Cuando dejó la última, volvió a observar a la anciana, con su piel apergaminada, porcelana añeja, una elegancia innata. En la época victoriana habría sido una gran dama. En la España de comienzos del siglo XXI era el largo lamento del tiempo.

En su memoria vivían los recuerdos, las imágenes de tantos seres queridos ya perdidos, las guerras de los hombres en forma de contienda civil o mundial, la esperanza de robarle al tiempo un día más, y un mes más, y un año más.

El propio Jae asomó la cabeza por la puerta de su consulta para hacerle pasar.

—Oye —le dijo Taehyung mientras le estrechaba la mano con calor—, si tienes mucho trabajo...

—Los dos que esperan pueden seguir esperando. Descuida. Pero podíamos haber quedado para comer o cenar.

—Hoy tendré un mal día en el periódico.

—Entonces no hay más que hablar. ¿Vienes en plan paciente o aún sigues con lo del otro día?

—Sigo con ello.

—Espero que rompas ese falso certificado médico y el análisis —le advirtió—. Podrías buscarme un lío, ya te lo dije.

—Tranquilo, hombre.

—Oh, sí, yo muy tranquilo —le observó con suspicacia—. ¡Que te conozco, Tae! Vamos, siéntate.

Ocupó una de las dos sillas enfrentadas a la mesa y Jae se sentó en su butaca. Con su bata blanca y su incipiente calvicie no parecía ser de la misma cuerda que él, aunque un año y medio mayor. Habían estudiado juntos hasta la edad universitaria, y después siguieron viéndose, con Yoongi. Hyung era el único al que perdieron la pista cuando se fue de la ciudad.

—¿Qué tal te sientes metido en la piel de un sidoso? —disparó el médico.

—Fatal.

—Pues imagínate ellos y ellas. ¿Qué has estado haciendo?

—Hablé con asociaciones, enfermos terminales... ya sabes, lo normal.

—Pero tú querías el test a tu nombre para ver a un chico que había puesto un anuncio diciendo que era seropositivo.

—Sí.

—¿Y?

—Luego te lo cuento. Primero déjame que te haga unas preguntas.

—Adelante —le invitó.

—Desde tu punto de vista médico, ¿de qué forma crees que los seropositivos tiran para adelante?

Por un puñado de besos | VKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora