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Jonathan alzó levemente los ojos por encima de las gafas cuando él metió la cabeza por el hueco de su puerta.

—¿Querías verme? —preguntó Taehyung.

—Sí, pasa, un segundo y acabo esto.

No fue un segundo. Fue un minuto. Las manos del jefe de redacción teclearon con rapidez sin dejar de mirar la pantalla del ordenador. Taehyung se sentó en una de las sillas por si acaso y contempló la pared que tenía enfrente, llena de fotografías en las que se veía a Jonathan con distintas personalidades del mundo de la política, el arte o incluso la ciencia, porque en una de ellas compartía sonrisas con unos astronautas. No faltaban una docena de premios y menciones, honores para un profesional que había sabido construirse una reputación a base de honestidad, lealtad y por encima de todo, amor por su trabajo.

—Bueno —alargó la e y golpeó la tecla que ponía el punto final a su escrito. Tal vez el editorial del periódico del día siguiente. Jonathan se enfrentó a su visitante y como siempre, fue directo.

—¿Cómo estás?

—¿Yo? Bien, ¿por qué?

—Has estado unas semanas... ido, ausente.

Taehyung bajó los ojos.

—Pensaba que después de lo del sida se te había acabado la cuerda, y el crédito —continuó el jefe de redacción sin que su tono resultase amenazante. Al contrario—. Sin embargo...

Recuperó la horizontalidad de su mirada para enfrentarse a su superior.

—Esto es muy bueno.

Taehyung parpadeó una sola vez, cogido a contrapié. Acompañando sus palabras, Jonathan golpeó con su dedo índice unas cuartillas impresas del ordenador. Jaime reconoció en ellas el texto del reportaje previsto para uno de los dominicales siguientes y que había entregado la tarde anterior. Jonathan nunca cometía el error de dar elogios.

—Gracias —dijo sinceramente él.

—Es más que bueno —aseguró el jefe de redacción—. Aquí aparecen los rasgos que te hicieron entrar en este periódico y que estabas a punto de perder o parecías haber perdido. Hay emotividad, intensidad, es directo, diría incluso que bello, y expresa lo justo con las palabras precisas.

—No creía que hablar de la extinción de las ballenas...

—No importa de qué hables —le recordó Jonathan—. Da igual de qué escribas mientras lo sientas. Y esto lo has sentido. Ballenas muertas por la locura humana. Personas muertas por la locura humana. Qué más daba. Lo había escrito pensando en Jungkook.

—¿Vas a decirme qué te ha sucedido estas semanas?

—Me enamoré.

—Sabes que los problemas personales han de quedarse en la puerta, Tae y más en este trabajo.

—Él tenía el sida.

El hombre se echó hacia atrás en su sillón, igual que si las palabras de su reportero lo hubiesen golpeado. Se tomó unos segundos antes de volver a hablar.

—¿Así que fue eso?

—Lo siento.

—¿Cómo acabó?

—No lo sé. No he vuelto a verlo.

El nuevo silencio fue más ominoso. Sus miradas chocaron, se entremezclaron y se diluyeron en el fondo de aquella dimensión irreal, igual que si se precipitaran a una sima abierta por sus palabras. Hasta que uno recuperó su seria dignidad profesional y el otro la estabilidad.

—¿Crees que podrás seguir siendo este? — Jonathan golpeó por segunda vez las cuartillas impresas.

Taehyung las miró. —Sí —suspiró.

—Entonces muy bien: adelante. Y bienvenido de nuevo a esta casa.

Se levantó al dar por terminada la conversación y alcanzó la puerta con dos pasos. No llegó ni siquiera a abrirla porque la voz del jefe de redacción le detuvo de pronto.

—¿Serías capaz de escribir ahora ese artículo sobre el sida?

Taehyung frunció el ceño y no supo qué decir.

—¿Por qué no lo hablas con él? —sugirió Jonathan—. Después de lo de las ballenas sé que sería un gran reportaje. Y necesario, hablarlo con él.

Logró esbozar una sonrisa. —Te diré algo —convino lleno de paz.

Su superior también esbozó una sonrisa. Fue lo último que vio de él antes de salir de su despacho y regresar a su mesa. Se sentó y se quedó mirando la pantalla del ordenador. Un entramado de escaleras virtuales se extendía y se extendía sin ir a ninguna parte, llenando el espacio hasta la saciedad. Cuando el rectángulo quedaba saturado, desaparecían y volvía a iniciarse el ritual. Los demás tenían salvapantallas más originales pero a él le motivaba más el del laberinto. Un nudo gordiano que no se deshacía con un golpe de espada.

Pensaba en el reportaje acerca del sida y en Jungkook. El septiembre real estaba allí, día uno. Miró el teléfono y en ese mismo instante su zumbido le arrancó de su abstracción.

—¿Sí?

—Tae, soy Yonngi.

—Ah, hola.

—Tienes el móvil desconectado.

—No me había dado cuenta, ¿pasa algo?

—El sábado ven a cenar a casa.

—Vale.

—Si tienes algún plan...

—No, no.

—Digo que si tienes algún plan puedes traerlo.

—No tengo ningún plan.

—Escucha —la voz de Yoongi tenía un tono jovial—, iba a darte la sorpresa el sábado pero... bueno, así le traes algo a Suran y la pones contenta.

—No me digas que se van a casar.

—Mejor que eso, hombre: está embarazada.

Fue un impacto. —¿Qué?

—Lo que oyes.

—Pero ¿ha sido premeditado? Quiero decir si...

—No, falló la píldora pero ¿sabes qué? Ya está. Estamos... en una nube.

—Min, me dejas...

—Eso mismo: serás su tío, ¿qué tal?

No supo qué decirle, no era necesario. La voz de Yoongi era un canto, como si la vida hubiera dado un súbito y repentino salto hacia delante.

—He de felicitarte, claro.

—¡A ver!

—Entonces, el sábado, ¿qué hago? ¿Les llevo ya pañales?

—A las nueve. —Su amigo se echó a reír—. Y si te portas bien dejaré que le des un beso a Suran, donjuán. Ahora he de colgar.

—Vale, hasta el sábado.

Los dos cortaron la comunicación al mismo tiempo. La pantalla del ordenador seguía trenzando aquellas escaleras infinitas. Taehyung comenzó a sonreír. Las piezas de la vida encajaban. Yoongi y Suran y pronto serían tres.

Todo giraba en torno a lo mismo, el acomodo de cada cual en el entorno y en sí mismo. Jonathan tenía razón, sentía la suficiente paz como para...

Septiembre, miró la hora. Todavía tenía que acabar un artículo. Cuanto antes pusiese la directa, antes podría largarse zumbando.

Por un puñado de besos | VKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora