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Bajó en la parada del autobús y echó a correr. No tenía por qué hacerlo, anochecía, ninguna prisa lo empujaba, pero sentía la imperiosa necesidad de correr y correr, sentir sus piernas ágiles y veloces, el aire en el rostro, el corazón batiendo la sangre con intensidad a causa del esfuerzo. Correr.

Y no huía. No podía escapar. Ni siquiera de la imagen de un Yungyeon que ya lo acompañaría el resto de sus días. Su carrera no tenía nada que ver con él, solo consigo mismo.

Correr libre. Vivo. Pensaba en Taehyung. Pensaba en él más y más, queriendo que llegase el día siguiente para decirle que, después de todo, habían perdido dos días, que él ya estaba dispuesto, que todo dependía de él.

Listo y preparado. ¿Y por qué esperar al día siguiente? No tenía más que detenerse, sacar el móvil y llamarlo. Jungkook se detuvo. Pero no para extraer el móvil, sino para mirar a su alrededor a cuanto lo envolvía. Personas, coches, motos, casas, tiendas, árboles. Tuvo tantos deseos de gritar, de abrir los brazos y gritar a pleno pulmón, que le costó dominarse.

Gritar porque todavía tenía una oportunidad y se sentía feliz. Extraordinario: feliz. Venía de ver la muerte y lo que sentía era justo lo contrario: la vida. Y la esperanza. Jamás lo hubiera creído. En el corazón de las sombras latía una luz, y con él crecía una ilusión. Yungyeon no lo había sepultado en el dolor, al contrario, lo había disparado hacia la vida.

—Tae...

Sacó el móvil. Lo tenía bajo de batería, pero alcanzaba para hacer una llamada. Aún jadeaba por la carrera, así que primero atemperó su respiración. Marcó el número despacio sin saber muy bien qué decirle ni cómo. ¿Y si él se sentía presionado, agobiado? Lo desechó. Lo apartó de su mente. Pulsó la última cifra y se lo llevó al oído. Un hombre que pasaba por su lado se giró para mirarlo.

Una pareja que se arrullaba en un portal no se dio cuenta de nada que no fuera la fusión de sus ternuras. En un escaparate unos letreros bastante cutres anunciaban que en mayo todo eran ventajas y grandes descuentos «porque la primavera nos vuelve a todos locos».

Taehyung tenía el móvil desconectado, le salió el buzón de voz. Vaciló un segundo, sin saber qué hacer o decir. No quería dejarle todo lo que sentía en un maldito mensaje. Pero tampoco quería cortar sin más. Encontraría la llamada perdida y se extrañaría de no escuchar su voz. Cerró los ojos y se mordió el labio inferior.

—Te quiero —suspiró.

Le salió del alma. No pensaba en algo así pero lo dijo. Luego cortó la comunicación y aunque se guardó el móvil, continuó quieto en mitad de la calle, cerca de la pareja, del escaparate, y de otros hombres que al pasar, volvían la cabeza para mirarlo.

«¡Tengo el sida!», les gritaba su mente. Reanudó el paso, ya sin correr. Estaba emocionado, sentía vértigo. Nadie sería capaz de entenderle. Jimin, el primero.

Jimin ¿Y si tenía razón? ¿Amor o espejismo? ¿Magia o desesperación? ¿Realidad o necesidad? Jungkook se miró en el espejo de un escaparate. Era él mismo, el de siempre, solo que ahora en su cuerpo había algo más. Su fragilidad, aquel aspecto de niño dulce, todo jugaba en su contra. Nunca sería fuerte más que para sí mismo. Pero la fortaleza se medía con algo más que la resistencia frente a la derrota. En su caso la resistencia también dependía de no estar solo. Amaba el amor, así que lo necesitaba. Y estaba seguro de que no se estaba imponiendo el de Taehyung. Seguro. Aunque para muchos, unos pocos días no fueran nada. Taehyung era distinto a él, nada más.

—Vives de prestado —le dijo a la imagen del espejo—. Ya no tienes una vida, tienes un epílogo.  Se llevó la mano a los labios. El beso había sido definitivo, casi siempre bastaba con eso, con ese primer beso que dispara los sentidos o los dormía. Después del beso lo tenía claro.

De acuerdo, estaba loco. Loco por ser normal o creerlo. Loco por vivir.

Reemprendió la marcha y pasó por aquella esquina donde le sorprendió esperándolo. Flotaba. Nadie diría que venía de ver a la muerte. Nadie diría que estaba lleno de aquel horror ni del espanto que producía. Sonreía y en esa sonrisa latía el desafío final. Llegó a su casa, subió a su piso y entró en él dispuesto a quemar la última espera.

Se encontró con Jimin, de pie.

—Hola, ¿qué haces aquí tan temprano?

—Te esperaba.

No le gustó el tono, ni la expresión. El tono era adusto, amargo. La expresión, de resignado dolor.

—¿Qué pasa?

—Ven.

—Jimin ¿qué pasa? —insistió.

Llegaron a la sala, el periódico estaba encima de la mesa. Su compañero de piso se colocó a su lado sin llegar a cogerlo.

—Tu Taehyung ¿Qué te dijo?

—No es mi Taehyung...

—Jungkook ¿qué te dijo?

—¿De qué?

—De su trabajo.

—Que es fotógrafo.

—¿Solo fotógrafo?

—Sí.

—¿Kim Taehyung?

—¡Sí!

Jimin extendió la mano y ahora sí atrapó el periódico. Estaba ya doblado por una de las páginas interiores. Se lo tendió a Jungkook. Lo primero que vio fue un titular acerca de un hombre que había estado propinando malos tratos a su mujer desde hacía veinte años, sin que ella lo denunciara. Junto a la noticia y el artículo se incluían dos recuadros con informes y datos.

—No entiendo nada —reconoció.

—Mira la firma.

Miró la firma: Kim Taehyung. Jungkook frunció el ceño.

—¿Pero...?

Se puso pálido al comprenderlo de golpe.

—Es periodista, no fotógrafo —dijo Jimin, aunque ya no era necesario—. ¿Por qué iba a mentirte si...?

No concluyó sus palabras. Jungkook volvió a mirar el periódico, aquella firma, aquella certeza. Pensó que no significaba nada, pero se dijo que lo significaba todo. Sus manos temblaron. Ahora sí, como en casa de Yungyeon, sus rodillas amenazaron con doblarse y hacerlo caer al suelo. Se aferró aún más al pliego de hojas llenas de noticias y verdades.

—Lo siento, cariño —dijo Jimin.

Por un puñado de besos | VKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora