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Las visitas al médico eran de rutina, pero las temía. Lo pasaba mal a lo largo de la semana y al acercarse el día se sentía fatal, mareado, predispuesto a todo, con el humor por los suelos y una sensación de vacío que se extendía por su cuerpo y su ser hasta inutilizarlo por completo.

Aquella mañana, sin ir más lejos, había vomitado. En el trabajo tampoco estaban demasiado contentos con sus ausencias. Cualquier día lo despedirían y entonces ¿qué? Bastante justo iba ya en todo. Lo peor era ir solo.

No quería que Jimin lo acompañase. Una vez, bueno, pero más ya no. También su amigo tenía su vida, sin soportar cargas de los demás. Así que temía el día en que el médico pudiera decirle que la cosa iba a peor, porque entonces se hundiría. Volvería solo a casa y se enfrentaría a la fase decisiva de...

—Bueno, bueno, bueno. Todo está perfecto, Jungkook.

—¿Qué?

—Como un toro —repitió el médico—. Aunque me preocupa que hayas perdido peso.

Estaba bien. Prueba superada.

Sacó todo el aire retenido en sus pulmones y se dio cuenta de que había estado tan atascado que le dolía todo. Pero lo más extraño era que mientras escuchaba el veredicto del doctor, su cabeza no estuviese allí. En fin, todo era extraño en su vida.

—Gracias. —Suspiró.

—No tienes por qué dármelas. Ojalá pudiera hacer más, cariño. Pero en serio, has perdido peso y eso sí que es preocupante. ¿No comes?

—Sí.

—Pues algo te ha sucedido.

—Bueno, algunas cosas.

—¿Como cuáles?

—El chico que me contagió murió.

—Lo siento.

—Fui a verle y...

El doctor no dijo nada, aunque sus ojos se empequeñecieron un poco. Era un hombre mayor, de unos cincuenta años, afable y risueño. Inspiraba confianza y Jungkook se la tenía.

—No debes dejarte arrastrar por lo negativo —le recordó finalmente—. Tu predisposición ha de ayudarte tanto como la mejor de las terapias. Recuerda lo que te digo siempre: tu cabeza es la mejor medicina. No subestimes el poder de la mente.

—Intento ser optimista, ya me conoce. Pero a veces...

—A veces tocas fondo.

—Sí.

—¿Por qué fuiste a ver a ese muchacho?

—Me llamó. Quería pedirme perdón.

—No quisiera inmiscuirme en tu vida privada pero... ¿todavía le querías?

—No, eso no. Quería al que era antes y murió cuando nos separamos.

—¿Te causó impresión verle?

—Mucha.

—No deberías haber...

—Lo sé —le interrumpió—. Aunque puede que también lo necesitase. Se quedaron mirando el uno al otro antes de que el hombre recuperara su tono más profesional.

—Jungkook, yo no puedo hacer mucho más, pero tú sí. Cuídate, come, sal, diviértete. La vida no ha terminado. Actúa con naturalidad. No esquives la verdad, pero tampoco te sometas a ella y a su dictadura. Es esencial tu calidad de vida. Vivirás muchos años, créeme.

—Esto a veces te traiciona. —Jungkook se tocó la frente.

—En tu caso haz que prevalezca esto. —El médico se tocó el corazón—. ¿Sales con alguien?

—No.

—Hazlo.

—¿Así de fácil?

—Eres joven, muy atractivo, tienes algo especial y lo sabes. Úsalo.

—¿Quién va a querer salir conmigo?

—Inténtalo.

—Ya lo hice, y no funcionó.

—¿Era seropositivo?

—No.

—¿Sabía él que tú...?

—Sí.

—Escucha, cariño —el doctor buscó las palabras más adecuadas—, nadie sabe cuando uno va a morir, no todos llegamos a viejos. Ni siquiera tú tienes un reloj fijado de antemano.

—Pero tarde o temprano se me manifestarán los síntomas.

—Incluso en eso no hay reglas fijas. Puedes vivir unos años maravillosos. ¿Que nunca serán suficientes? De acuerdo. Pero maravillosos al fin y al cabo. Y siempre es mejor un tiempo feliz, por breve que sea, que un largo tiempo de desdicha. Tú no eres de los que se rinde.

—Si salgo con alguien y le digo que tengo el sida, echa a correr y si no se lo digo, si dejo que se haga ilusiones, le estoy engañando.

—Siempre existe un término medio. Debes buscarlo. Ahí afuera —señaló la ventana—, no todo el mundo es idiota, ni está tan mal informado. ¿Quieres salir conmigo?

—No se atrevería. —Logró hacerlo reír.

—¿Que no? —El médico alzó las cejas—. Mi esposa falleció el año pasado. Cáncer. Soy libre.

—Lo siento.

—Creí que me moría, que era el fin. Para mí no hubo nadie más. La conocí en la adolescencia, fue mi primer amor, y nos casamos cuando acabé la carrera. ¿Sabes qué es ser médico y no poder hacer nada por la persona a la que más amas? Y sin embargo yo sigo aquí, y he de vivir, ahora no solo por mí, sino también por ella. No puedo traicionar su memoria rindiéndome sin más.

Jungkook sostuvo su mirada. Creía ver a Taehyung en todo el mundo, incluso en el doctor.

—No estés solo en esto, cariño —pareció suplicarle.

—Está bien —aceptó sin saber qué más decir.

La visita tocaba a su fin. El resto fue un ritual. Levantarse, despedirse, salir de allí, abandonar el edificio, llegar hasta la calle batido por el sol del verano... Caminó hasta la parada del autobús.

Mientras lo esperaba, semi oculto por las restantes personas que se protegían bajo la marquesina del implacable calor, miró hacia la otra acera y tuvo uno de sus sobresaltos. Uno, dos, tres segundos. Y luego nada, no era él, no era Taehyung.

Pero resultaba asombroso que creyera verle en todas partes, sin sacárselo de la cabeza. Asombroso porque lo reconocía en un sinfín de hombres que pasaban cerca o lejos de él. Asombroso porque cada vez que sucedía eso su corazón lo traicionaba y se le disparaba con una batida de latidos demoledores que amenazaban con destrozarle el pecho. Y no solo era cuando creía reconocerlo. Lo peor eran sus noches, imaginándolo, soñándolo. Tampoco a él podía odiarle.

Un hombre, a su lado, leía el periódico. El mismo periódico en el que escribía taehyung. Los días siguientes a su separación lo compró, sin faltar uno. Quería ver qué escribía, cómo, cuándo. Pero no hubo reportaje, ningún artículo. Nada.

Aún se preguntaba por qué. Todavía no entendía... Algo no encajaba y ya era tarde para volver atrás. Aquella noche, cuando Jimin le cerró la puerta, tal vez lo que hizo en el fondo fue sellar su propio abismo. Lo peor de pensar en Taehyung era tener que reaccionar, enfrentarse al siguiente paso.

Se acercaba un autobús. La gente se arremolinó en la acera para tomarlo al asalto.

Por un puñado de besos | VKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora