CAPÍTULO 20

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Los personajes de INUYASHA no me pertenecen sino a RUMIKO TAKAHASHI

Esta obra pertenece a ROGERS ROSEMARY, ha sido adaptada y modificada por mí

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(LOS PERSONAJES DE SESSHOMARU, MIROKU, KOGA Y AYAME PUEDEN TENER OoC)

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CAPÍTULO 20


K

oga POV
Koga había dedicado los años que había pasado en Inglaterra a convertirse en el caballero cultivado que su madre siempre había deseado que fuera, incluso mientras se preparaba en secreto para volver a Francia como soldado.
Bueno, no como un guerrero tradicional capaz de defenderse de una espada o disparar a un hombre a veinte pasos de distancia. Siempre había tontos a los que se podía enseñar a caminar en fila y utilizar un arma sin matarse. Lo que él había desarrollado había sido su talento para manipular a la gente y había descubierto que todos los que le rodeaban podían ser como peones de ajedrez si se les ofrecía los incentivos necesarios. Solo era cuestión de encontrar la debilidad de cada persona y saber explotarla.
Probablemente muchos dirían que ese tipo de maquinaciones no eran propias de un verdadero caballero, pero a él no le afectaba que otros pudieran censurar su comportamiento. Al fin y al cabo había sido un supuesto caballero el que había intentado violar a su madre y había enviado a su padre a la muerte.
Además no se podía poner en duda la efectividad de sus esfuerzos. Había regresado a París siendo un verdadero maestro de la coacción y disponía de una docena de poderosos caballeros ingleses que podían demostrarlo.
Incluyendo al señor Taisho Steel.
Sin embargo el lord de Inugami parecía inmune a sus dotes de manipulador. Muy a su pesar, debía admitir que ese cretino arrogante era demasiado terco como para dejarse manejar.
Pero eso no quería decir que él estuviese dispuesto a reconocer la derrota. Bajó la mirada hasta la pistola que ahora le apuntaba al pecho y con la que Sesshomaru parecía estar retándole tácitamente a intentar escapar para así tener una razón para dispararle.
Por mucho que se esforzase en aparentar lo contrario, el lord no estaba del todo seguro sobre su decisión de delatar a Inuyasha; con el empujón adecuado, podría convencer incluso a aquel inglés obstinado a que cambiara de opinión.
Por desgracia, el sutil ataque dialéctico se vio interrumpido por el sonido de un silbato procedente de la costa que había bajo el acantilado.
Sesshomaru se cuadró de hombros.
-Ya está aquí Miroku con el bote.
Movió la pistola y Koga volvió junto a los demás, buscando instintivamente a Ayame, que permanecía apartada, completamente rígida de miedo.
El cuerpo de Koga respondió con igual temor.
En el aire flotaba la promesa de la violencia y eso le hizo mirar hacia los árboles. No podía ver a sus hombres, pero sentía su presencia. ¿Qué pasaría cuando Sesshomaru intentara obligarlo a bajar de lo alto del acantilado?
La duda le provocó un escalofrío que le sacudió el cuerpo.
Quizá Sesshomaru estuviese pensando lo mismo que él porque se acercó al borde del acantilado y miró a su esposa.
-Baja tú primero, Kagome -al ver que ella no respondía, el lord se tragó su orgullo y añadió-: Por favor.
Kagome titubeó un instante, debatiéndose sin duda entre la necesidad instintiva de proteger a su marido y la certeza de que, mientras ella estuviese cerca, él no podría prestar toda su atención a los soldados que los acechaban.
-Está bien.
Kagome comenzó a caminar y se hizo un silencio ensordecedor que duró hasta que por fin oyeron de nuevo el silbato que anunciaba que la lady había llegado al bote. Sesshomaru miró entonces a su hermano, que vigilaba los árboles apuntando hacia allí con la pistola. Koga contuvo la respiración, pues sabía que aquella rata estaba tan nerviosa que bastaría un pequeño susto para hacerle disparar.
-Inuyasha, tú eres el siguiente.
El menor de los hermanos frunció el ceño.
-No estamos solos.
-Lo sé -aseguró Sesshomaru-. Baja hasta el bote.
Pero Inuyasha meneó la cabeza.
-No. Ve tú con Koga y yo me quedo aquí para cubriros.
Koga soltó una carcajada.
-Sacré bleu. ¿Es posible que el gusano por fin muestre algo de valor?
Los dos hermanos se miraron el uno al otro sin hacerle el menor caso.
-Haz lo que te digo, Inuyasha -insistió Sesshomaru.
-Esta vez no -respondió Inuyasha con obstinación.
-Maldita sea... -Sesshomaru movió la cabeza con evidente frustración y finalmente se dirigió a Koga-. Vamos.
Un nuevo escalofrío le recorrió el cuerpo al mirar a Ayame. Tenía la impresión de estar sobre un polvorín que estallaría al menor movimiento.
No tenía miedo por sí mismo. Dios sabía que, desde que había decidido entregarse a la causa de Francia, había contemplado la idea de morir joven. Hacía mucho que había aceptado que probablemente no viviría lo suficiente para ser testigo del fin de la guerra.
Pero la posibilidad de que Ayame sufriese algún daño le provocaba una presión en el pecho que prácticamente no le dejaba respirar.
Al verla dar un paso hacia él, levantó la mano rápidamente para impedírselo.
-Quédate donde estás, Ayame -le pidió-. Ahí estarás segura.
Ella lo miró con la pasión a la que había acabado por acostumbrarse hasta el punto de no valorarla.
-No quiero estar segura, quiero estar contigo.
-Non, Ayame, no...
Como si el leve movimiento de Ayame hubiese desencadenado la tormenta, se oyó una ráfaga de disparos procedente de los árboles.
Koga no se paró a pensar, el pánico le hizo lanzarse sobre Ayame y derribarla al suelo, donde podía protegerla con su propio cuerpo.
-Arrêtez -ordenó a sus hombres al oír que Sesshomaru e Inuyasha respondían a los disparos. En ese momento sintió una bala que le pasó silbando cerca de la oreja y comenzó a agitar los brazos-. Mon Dieu. Dejad de disparar, idiotas.
Se cernió sobre ellos un intenso silencio y el aire se empapó del olor punzante de la pólvora. Koga se atrevió a mirar a su espalda y llegó a tiempo de ver a Inuyasha caer al suelo con la mano en el pecho, Sesshomaru se arrodilló junto a su hermano herido.
Era ahora o nunca, pensó Koga al tiempo que se ponía en pie y levantaba también a Ayame.
-Aquí -dijo un soldado francés a lo lejos.
Solo dieron un paso antes de que Ayame estuviera a punto de caerse.
-Ayame -dijo, alarmado, estrechándola en sus brazos-. ¿Estás herida?
-Solo es el tobillo -aseguró ella, poniéndole las manos en el pecho-. Ve tú, a mí no me harán nada los ingleses.
-No digas tonterías -murmuró justo antes de levantarla en brazos.
-Koga -protestó, revolviéndose en sus brazos.
-Non, no te muevas.
Echó a andar hacia los árboles, pensando que en cualquier momento lo alcanzaría una bala.
-Pero...
-Calla.
No hizo el menor caso a sus protestas, se limitó a seguir caminando sin apartar la mirada de los árboles. ¿Acaso pensaba que iba a abandonarla?
Por fin llevó al macizo de árboles y vio al primero de sus hombres.
-Voy a necesitar su caballo -informó al joven, que parecía casi un niño.
-Por supuesto.
El muchacho desapareció entre los árboles para aparecer unos segundos después con caballo castaño seguido de otros dos soldados igual de jóvenes que el primero.
-¿Quiere que capturemos a ese cerdo inglés? -le preguntó uno de ellos, con una avidez que revelaba su inocencia. Cualquier hombre que hubiese matado a otro no querría repetir la experiencia,
-Non. No podríamos alcanzarlos y enseguida aparecerá la tripulación de Inugami -subió a Ayame al caballo y luego se montó detrás de ella-. Volveremos a Calais y alertaremos a los soldados para que envíen un buque de guerra tras ellos.
-Como usted ordene.
El soldado no se molestó en ocultar su decepción, pero acató las órdenes tal y como le habían enseñado a hacer.
-Agárrate bien, ma belle -le pidió a Ayame y se puso en movimiento detrás de sus hombres, sin molesstarse en mirar atrás.
Al diablo con el lord de Inugami y su maldito hermano. Si había algo de justicia en el mundo, su barco se hundiría de camino a Inglaterra.
-Perdóname, Koga -una voz femenina interrumpió la agradable fantasía de Sesshomaru hundiéndose en el Canal de la Mancha.
Bajó la mirada hasta los claros ojos de Ayame.
-¿Perdonarte?
-Todo esto... -buscó las palabras adecuadas-. Este desastre, es toda culpa mía.
Koga tuvo que admitir que era una buena descripción de lo ocurrido, pero nadie tenía la culpa excepto él.
-No debería haber ayudado a lord y lady Inugami a escapar del palacio.
La estrechó contra su pecho, admirando la belleza de su rostro a la luz del amanecer.
-Ya ha pasado todo -le aseguró-. No quiero que volvamos a hablar de ello.
-Y esta noche -siguió diciendo, como si necesitara castigarse a sí misma-. Si yo no hubiera entrado, no habrían podido escapar otra vez.
-Estabas preocupada por mí.
-Solo a medias -admitió-. Sabía que estabas con Kagome y, cuando oí que se rompía algo, lo utilicé como excusa para interrumpiros. Me daba miedo que...
-¿Qué?
-Que intentaras llevártela a la cama.
-¿Y pensaste que podrías impedirlo?
-No pensé demasiado, solo seguía a mi corazón -reconoció con tristeza-. No soportaba la idea de que estuvieras con otra.
Aquella inesperada confesión le hizo aminorar el paso. La bella actriz siempre había ocultado sus sentimientos, incluso mientras lo complacía a él en todos sus deseos.
-Ayame.
Ella apartó la mirada hacia el campo que se extendía a ambos lados.
-Sé que no quieres tener que cargar con unos sentimientos que no has alentado -dijo en voz tan baja que apenas se oía-. Pero esta noche he estado a punto de perderte y me he dado cuenta de que no podía aguantar la idea de que murieras sin saber que te amo.
-Yo... -se movió sobre la silla, abrumado por su declaración de amor-. Ya lo hablaremos más tarde -murmuró.
Sintió su tensión entre los brazos.
-No es necesario que hablemos nada, chéri.
Pero a Koga le dolió la resignación que oscureció su rostro. El que prefiriera hablar un tema tan delicado en la comodidad de la casa en lugar de a lomos de un caballo y estando los dos tan cansados no era lo mismo que no volver a hablar de ello.
-¿Estás segura?
-Oui -lo miró a los ojos, sin duda confundida por sus impredecibles reacciones-. Sé que he traspasado los límites de nuestra relación.
-Desconocía que nuestra relación tuviera límites.
Ella frunció el ceño.
-No te burles de mí, Koga.
-No era eso lo que pre...
-La primera lección que aprende una cortesana es a no dejarse llevar nunca por las emociones -lo interrumpió, había un cierto rubor en sus mejillas-. Los caballeros nos buscan por placer, no por obligación.
¿Obligación?
Koga pensó que nada tenía que ver la obligación con el tiempo que habían pasado juntos, tanto dentro como fuera de la cama.
-Lo cierto es que yo nunca te he considerado una obligación, ma belle.
-Y nunca tendrás que hacerlo -Ayame levantó la bien la cabeza-. No debería haber intervenido en tu relación con Kagome. Es evidente que es una dama extraordinaria y, si tú quieres hacerla tuya, yo os desearé que seáis felices.
-¿De verdad? No pareces muy feliz -bromeó Koga.
-Por favor -le imploró, con los ojos llenos de lágrimas.
-No llores, Ayame -le pidió él, sorprendido ante tal vulnerabilidad.
Estaba acostumbrado a que las mujeres trataran de influir en él mediante el llanto, pero jamás había visto llorar a Ayame.
-No estoy llorando -mintió inútilmente-. Yo nunca lloro.
Sintió una profunda ternura al ver cómo se acurrucaba contra su pecho. Parecía increíblemente frágil.
-¿Otra lección de cortesana?
-Oui.
-No tengo ningún deseo de hacer mía a Kagome, ma belle -dijo y en ese momento se dio cuenta de que era cierto. Había sido divertido pensar que la estaba salvando de las garras de su cruel marido y saber que estaba haciendo daño a los nobles ingleses al secuestrar a toda una lady ante sus arrogantes narices. Pero lo cierto era que su corazón pertenecía ya a otra-. No tengo intención de hacer mía a ninguna mujer que no seas tú.
Ayame se estremeció, pero su gesto se volvió duro.
-No digas eso.
¿Por qué se ponía tan difícil? ¿Acaso no acababa de decirle que lo amaba? Sin embargo ahora que él admitía sus sentimientos, se comportaba como si hubiera amenazado con ahogarla en el pozo más cercano.
-¿Aunque sea cierto? -le preguntó.
-No puede ser -apretó los labios para tratar de ocultar unas emociones que hacían brillar sus ojos-. Tú quieres una mujer de la que sentirte orgulloso, no una actriz nacida en los barrios bajos.
Koga enarcó una ceja.
-Creo que olvidas que mi madre también era actriz.
-Y sufriste mucho por ella -le recordó.
Levantó la mirada hacia la ciudad de Calais.
Por difícil que le resultara admitirlo, una parte de él siempre había culpado a su madre de la muerte de su padre. Sabía que era una locura porque su madre no era responsable de su propia belleza, ni de la reacción de su padre, que había hecho que acabara encerrado en la Bastilla.
Pero, obligado a madurar sin su querido padre, Koga no había podido evitar preguntarse cómo habría sido su vida si su madre no hubiera atraído la atención de aquel lujurioso.
¿Era posible que hubiese alejado a Ayame precisamente porque le recordaba a su madre?
La simple idea le provocó un desagradable sentimiento de culpa.
-Non -negó con fuerza-. Sufrí por culpa de un depravado sin moral alguna, por un noble que ahora está tan muerto como mi padre.
-Pero al que no has olvidado -añadió ella suavemente.
-Nunca podré olvidarlo y nunca cejaré en el empeño de acabar con los hombres como él -juró antes de volver a mirarla a los ojos-. ¿Querrás luchar a mi lado, Ayame Linghinton Absalon?
Ella lo miró, consciente de que quería que fuese algo más que su aliada en su guerra contra la clase dirigente.
-Estaré a tu lado mientras tú lo desees, pero...
Koga se inclinó y la besó en la boca apasionadamente.
-Eso es lo único que necesito -se alejó lo justo para mirarla a los ojos-. Tú eres lo único que necesito, ma belle.
-Koga -susurró Ayame a modo de rendición.
El deseo lo invadió tan bruscamente que espoleó al caballo para que fuera más a prisa.
-Es hora de ir a casa.

Tiempo de TraicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora