CAPÍTULO 22

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Los personajes de INUYASHA no me pertenecen sino a RUMIKO TAKAHASHI
Esta obra pertenece a ROGERS ROSEMARY, ha sido adaptada y modificada por mí
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(LOS PERSONAJES DE SESSHOMARU, MIROKU, KOGA Y AYAME PUEDEN TENER OoC)
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CAPÍTULO 22

Miroku POV
Como era habitual en él, es mañana Miroku se levantó muy temprano, se vistió y salió a desayunar. No comprendía a la gente que se pasaba toda la mañana en la cama esperando que un ejército de criados atendiera a todas sus necesidades como si fueran inválidos.
Además, ser el primero en levantarse tenía ciertas ventajas. No solo pudo disfrutar de un desayuno compuesto de huevos frescos, tostadas y jamón sin tener que disculparse ante nadie por su buen apetito, además pudo deleitarse con la vista de los acantilados y del mar a lo lejos sin tratar de buscar conversación.
Una vez hubo dado cuenta del desayuno, se levantó y salió al balcón que daba a los enormes jardines.
Habían llegado a Carrick Park el día anterior, pero el agotamiento le había impedido hacer otra cosa que no fuera irse directo a la cama. Ahora se apoyó en la barandilla de piedra y consideró sus planes inmediatos.
Tenía que volver a Londres, por supuesto. No tenía ninguna duda de que su repentino viaje con Sesshomaru habría originado muchos rumores que tendría que acallar, especialmente si querían hacer creer a los traidores que sus actividades seguían siendo un secreto, como esperaba Sesshomaru.
Después de eso, tendría que ir a pasar unas semanas en su casa de Derbyshire. Sus propiedades no eran tan grandes como Carrick Park, pero tenía arrendatarios y criados que dependían de él. Además, le gustaba mucho estar en el campo; tanto, que su padre decía a menudo que tenía alma de granjero.
Así pues, él se iría y Sesshomaru se quedaría allí porque no creía que estuviese dispuesto a marcharse de Carrick Park inmediatamente. En realidad, no creía que Sesshomaru quisiese salir de la cama de su mujer en los próximos días. Solo tenía que recordar el modo en que había agarrado a Kagome en brazos y la había subido al piso superior, impaciente por llegar al dormitorio y sin importarle que todos los criados supieran de dicha impaciencia. La imagen le hizo sonreír.
Y seguía sonriendo cuando oyó unos pasos que se acercaban y, un segundo después, se abrió la puerta del comedor. Le sorprendió enormemente ver entrar a Sesshomaru.
El atuendo y la imagen de su amigo eran de nuevo impecables, pero solo con mirarlo a la cara Miroku se dio cuenta de que su estado de ánimo no lo era tanto.
—No esperaba que bajaras a desayunar esta mañana —admitió Miroku.
—Ni yo tampoco —gruñó él—. Te aseguro que no ha sido decisión mía.
—No hace falta que rujas —le advirtió—. Si lo has hecho porque pensabas que necesitaba compañía, ya puedes volver con tu esposa. Sé entretenerme solo sin ningún problema.
—Puedes estar seguro de que no hay nada que me gustaría más que pasar la mañana con mi esposa, pero me han echado del dormitorio.
Miroku no pudo contener la carcajada. Apenas podía creer que una mujer hubiera echado a Sesshomaru de su cama. Las mujeres llevaban persiguiéndolo despiadadamente prácticamente desde el colegio.
Sesshomaru lo miró fijamente, con cara de pocos amigos.
—No tiene ninguna gracia.
—Desde luego que no —admitió Miroku sin poder dejar de sonreír—. Es trágico por lo que da a entender de tus dotes como amante. Si necesitas algún consejo para tener satisfecha a tu mujer y que no vuelva a echarte de la cama...
—No me ha echado de la cama —se apresuró a aclarar Sesshomaru, ruborizado. ¿El orgulloso lord se había dejado provocar por las bromas de su amigo?—. Y por supuesto que no necesito ningún consejo de un hombre que en los últimos años se ha convertido en un verdadero misógino.
La acusación de Sesshomaru lo pilló desprevenido. Quizá fuera cierto que huía de las debutantes como de la peste y que hacía ya varios meses que había despedido a su última amante, pero eso no quería decir que no le gustasen las mujeres. En realidad las adoraba, pero siempre y cuando no intentaran atraparlo como esposo o convencerlo de que les comprara una joya tras otra.
Lo que ocurría era que...
Simplemente estaba buscando una mujer que empezaba a creer que no existía.
Enseguida apartó tal pensamiento de su mente y se limitó a negar con la cabeza.
—No soy ningún misógino. Pero estoy harto de cazafortunas —hizo una pausa y esbozó una sonrisa—. Claro que, si hubiera más mujeres como Kagome, podría cambiar de opinión sobre el sexo femenino.
—Cuidado, amigo mío —le advirtió Sesshomaru, como era de esperar en él.
Miroku se echó a reír.
—Hablaba en general. No quiero morir joven.
—Me temo que no hay otra mujer como mi esposa —aseguró Sesshomaru, mirando hacia la puerta como si albergara la esperanza de verla aparecer.
—Tienes razón.
Miroku no había dicho del todo en broma lo de que hubiera más mujeres como Kagome. No estaba enamorado de la mujer de su amigo, por supuesto, pero lo cierto era que admiraba profundamente su fuerza de espíritu y su lealtad, dos cualidades poco comunes en la sociedad en la que vivían.
—Desde luego es una mujer muy valiente —comentó Miroku, olvidándose de su extraño estado de ánimo y centrándose en Sesshomaru—. Pocas personas se atreverían a echarte de su dormitorio.
—No me ha echado Kagome, sino mis propios criados —admitió a regañadientes.
—¿Tus criados?
—Empezaron a llegar nada más amanecer.
—Estarían deseando comprobar que estabais bien después de tantas aventuras.
—No estaban preocupados por mí, solo por su querida lady Inugami. Por el amor de Dios, si al salir he dejado a la señora Kaede llorando de alegría.
Miroku abrió los ojos de par en par al imaginarse llorando a la dura ama de llaves de Carrick Park.
—Y para el colmo, Kagome me ha comunicado que tiene intención de dedicar el resto del día a visitar a los arrendatarios.
—Quizá sea mejor así —bromeó Miroku ante la frustración de su amigo—. Si ella no va, no tardarán en venir todos aquí a comprobar que su señora está sana y salva.
Pero Sesshomaru no se dejó convencer por dicho argumento.
—Aún está cansada del viaje. Debería quedarse a descansar y no pasarse el día yendo de un lado a otro.
Miroku se echó a reír una vez más.
—Ya.
—¿Qué?
—Nada, me preguntaba si lo que te molesta es que no pueda descansar o que tengas que compartir sus atenciones.
Sesshomaru le lanzó una nueva mirada de advertencia.
—Soy el lord de Inugami, yo no tengo que suplicar atenciones a nadie y mucho menos a mi esposa.
—Si eso fuera cierto, ahora mismo el lord de Inugami no estaría aquí con un genio tan insoportable que lord Houshi está considerando la idea de tirarlo por el balcón.
Sesshomaru se quedó callado un momento.
—Puede que tengas razón.
—Siempre tengo razón.
—Cuidado, Houshi. Sigo con muy mal genio.
Miroku sonrió y se contuvo de seguir burlándose de su amigo.
—¿Cuándo piensas volver a Londres?
—Debería hacerlo pronto para informar al rey lo antes posible de la identidad de los traidores.
Tenía razón. Cada segundo que pasaba les daba una oportunidad a esos sinvergüenzas de poner en peligro a las tropas británicas.
—¿Y qué duda tienes?
—A Kagome no le va a gustar tener que quedarse en Carrick Park.
—¿Por qué no le va a gustar, si parece gustarle más el campo que la ciudad?
—Lo sé, pero cuando le dije que iba a ir a Londres sin ella me advirtió que no iba a permitir que la escondiera aquí como si fuera un vergonzoso secreto.
—¿Y qué demonios quiere decir eso?
—No tengo la menor idea —murmuró Sesshomaru—. Pero me temo que se va a empeñar en venir conmigo.
—¿Y por qué no dejas que lo haga?
—No.
Miroku miró a su amigo sin comprender a qué se debía tan rotunda negativa y la fragilidad de ánimo de Sesshomaru cuando debería haber estado celebrando el haber conseguido rescatarla, escapar de Koga Wolf y encontrar la manera de denunciarlo como traidor sin exponer a Inuyasha.
—¿Por qué? ¿No pensarás que está en peligro?
—Tampoco lo pensaba cuando la mandé a Carrick Park y mira lo que pasó.
Dios. ¿Aún seguía culpándose por eso? Cualquiera pensaría que él mismo la había hecho caer en la trampa.
—Tú no podías saber que había un espía francés en vuestra propiedad.
—Es mi responsabilidad protegerla —insistió Sesshomaru con obstinación.
—Pues si realmente quieres protegerla, la mejor manera de hacerlo es teniéndola cerca.
En el rostro de Sesshomaru apareció una emoción indefinible.
—Miroku, te ruego que dejes que sea yo el que decida qué es lo que debo hacer con mi esposa.
—No mientras te comportes como un tonto —replicó Miroku, que no estaba dispuesto a permitir que su amigo pusiese en peligro su matrimonio—. ¿O es que no te acuerdas de la última vez que decidiste qué era mejor para tu esposa?
Sesshomaru maldijo entre dientes al tiempo que se giraba para darle la espalda.
—No es lo mismo.
Miroku lo siguió y se colocó delante de él para obligarlo a mirarlo a la cara.
—¿Por qué no, si puede saberse?
—No puedo permitir que le hagan daño.
—¿Qué quieres decir? —no comprendía a qué se debía tanta preocupación.
Pero no pudo obtener una respuesta porque la conversación quedó interrumpida por la llegada de un mayordomo.
—Disculpe, milord —dijo el viejo sirviente—. Hay alguien que quiere ver a lady Inugami.
—¿A estas horas?
—Sí, milord.
—Si es un arrendatario, dígale que tendrá que esperar su turno para hablar con la lady.
—No es un arrendatario, milord. Es una tal señorita Taijiya Yamada Sango.
—¿Quién? —preguntó Sesshomaru, completamente despistado.
Miroku también estaba confundido. Recordaba a un tal sir Taijiya, un noble de rango inferior que no creía que tuviese relación alguna con Mitzuo Higurashi Wells ni con su hija.
—Dice que es amiga de la lady —aclaró el mayordomo.
—Ah —parecía que Sesshomaru había recordado algo—. Sí, creo que sé quién es.
Fuera lo que fuera lo que recordó de la señorita Sango Taijiya era evidente que no era nada bueno.
—¿Debo informar a la lady? —quiso saber.
—No, no es necesario —respondió Sesshomaru de inmediato—. Yo atenderé a la señorita Sango Taijiya.
—Como desee.
—De hecho, prefiero que mi esposa no se entere siquiera de la visita de la señorita Sango Taijiya.
El criado lo miró con un fugaz gesto de confusión que enseguida ocultó tras una reverencia.
—Como ordene.
—¿Qué demonios te ocurre? —le preguntó Miroku a su amigo en cuanto estuvieron a solas de nuevo.
—No quiero que nadie moleste a Kagome.
Miroku resopló. No se preciaba de conocer o comprender la complicada mente de las mujeres, pero desde luego sabía que a su madre y a sus hermanas les encantaba recibir visitas a cualquier hora.
—Dudo que la visita de una amiga le pareciese una molestia.
—Mi esposa es demasiado buena como para rehuir una visita —explicó con dureza—. Pero yo mismo vi el comportamiento de las mujeres que decían ser sus amigas después de que mi hermano abandonara a Kagome en el altar —miró a Miroku a los ojos y en los suyos había una clara determinación—. Estaban allí bebiendo champán, riéndose y burlándose de su humillación.
Miroku comprendió entonces su furia y sintió lo mismo que su amigo.
No consentiría que nadie se atreviera a insultar a la lady de Inugami, se prometió a sí mismo, sin recordar lo que él mismo había pensado de la señorita Higurashi Sellers antes de conocerla. Lo importante ahora era que adoraba a Kagome y que haría pagar a aquellos que trataran siquiera de ponerla en ridículo.
—¿Esa señorita Taijiya Sango se burló de Kagome? —le preguntó a Sesshomaru.
—No, que yo oyera, pero no pienso correr el riesgo de que la disguste.
Miroku estaba completamente de acuerdo. Nadie iba a molestar a Kagome cuando aún estaba afectada por las aventuras que había vivido.
—Deja que yo me encargue —le pidió.
Sesshomaru lo miró con sorpresa.
—¿Tú?
—Sí, yo os libraré de cualquier indeseable que pretenda entrar en vuestra casa —le prometió—. Tú vuelve con tu mujer y acompáñala a visitar a los arrendatarios.
—Está bien —Sesshomaru no dudó en aceptar tan generosa oferta—. Te debo una —le dijo poniéndole una mano en el hombro.
—No dudes que te la haré pagar —respondió Miroku con una sonrisa.
Después de ver salir a su amigo, Miroku se dirigió al salón principal. Se estiró los puños de la camisa que llevaba debajo de la chaqueta y, al entrar, vio por el rabillo del ojo una dama mayor, vestida de negro y con velo del mismo color. Estaba sentada en uno de los sillones pequeños del salón y parecía estar echándose un sueñecito. Hasta que llegó a la chimenea y se apoyó en la repisa de mármol, no se fijó realmente en la mujer que iba de un lado a otro de la estancia con evidente agitación.
Su primera reacción fue de sorpresa.
Esperaba ver a la típica joven de la alta sociedad, perfectamente vestida y peinada y con mirada tímida pero coqueta. Había conocido cientos de ellas a lo largo de los años y todas parecían tan iguales que la única manera de distinguirlas era por sus nombres.
Pero esa mujer...
Observó fijamente el vestido color ámbar arrugado por el viaje, el rostro anguloso y sonrojado por el enfado. Era obvio que no se había molestado en cambiarse de ropa ni en descansar un poco antes de pasar por allí, lo que explicaba los mechones de pelo que se le habían escapado del moño, ni las ojeras. Y era igualmente obvio que no estaba nada contenta de que la hubiesen hecho esperar.
Muy curioso.
No parecía el tipo de mujer vanidosa y despiadada que iría a ver a Kagome para hacerla sufrir. Lo cierto era que parecía sinceramente preocupada.
Al ver la mirada de furia que le estaba dedicando, Miroku se olvidó en parte de su propio enfado y se acercó a hacerle una elegante reverencia.
—¿Señorita Sango Taijiya?
Ella se inclinó también, pero no parecía muy contenta de poder hablar con un soltero con fama de ser uno de los mejores partidos de Londres.
—Lord Houshi —murmuró ella.
—¿Nos han presentado? —le preguntó Miroku, sorprendido.
—Así es, aunque es evidente que usted no recuerda tan trascendental momento —contestó sarcásticamente.
Miroku se tensó. ¿Eran imaginaciones suyas o esa mujer acababa de reprenderlo? Resultaba inaudito. Las mujeres normalmente hacían cualquier cosa para agradarle.
—Le pido disculpas, tengo una memoria...
—Olvídese de eso, no importa. No es usted el primer caballero que no me recuerda —interrumpió sus disculpas sin ningún miramiento—. He venido a hablar con lady Inugami.
—¿Dónde?
Ahora era ella la sorprendida.
—¿Cómo dice?
Miroku dio un paso más hacia ella, olvidándose de los motivos que lo habían llevado a hablar con ella. Observó los rasgos de aquel rostro pálido que no parecía nada especial hasta que uno lo miraba de verdad. En sus ojos castaños de largas pestañas había una inteligencia llena de inquietud y en sus mejillas dos suaves hoyuelos cerca de unos labios carnosos, hechos para besar.
—¿Dónde nos presentaron?
—¿Qué importa eso?
—Porque me cuesta creer que haya podido olvidarla. Es usted... —buscó la palabra adecuada. No era una belleza, al menos en el sentido más tradicional de la palabra. Tampoco había demostrado ningún encanto, sin embargo había algo que había atraído su atención desde el primero momento—. Única.
—Fue la temporada pasada, en el baile de lady Jersey —le aclaró a regañadientes.
Miroku meneó la cabeza.
—Debía de estar borracho para no llevarla conmigo a la pista de baile.
La señorita Taijiya Yamada cruzó los brazos sobre el pecho, lo que hizo que el escote del vestido le mostrara algo más de piel. La imagen excitó a Miroku de una manera inmediata e inquietante.
Madre de Dios.
Ajena al estado de Miroku, ella lo miró con cara de pocos amigos.
—Creo recordar que estaba muy ocupado llevándose consigo a lady Sandford al dormitorio más cercano —lo acusó—. Si pretende hacer que me olvide a qué he venido mediante adulaciones, debo decirle que no tiene nada que hacer.
—¿Por qué? ¿Es usted inmune a los halagos?
—¡Ya está bien de tonterías! —exclamó poniéndose en jarras—. Informe a lady Inugami de que estoy aquí o...
—¿Sí?
—Gritaré hasta que venga.
¿Estaría dispuesta a hacerlo de verdad? La posibilidad de que hiciese semejante escena no hizo sino aumentar la fascinación de Miroku.
—¿Por qué está tan empeñada en hablar con ella?
Ella lo miró con gesto digno y obstinado.
—Porque estoy preocupada, para que lo sepa.
Por mucho que lo dijera Sesshomaru, la señorita Sango Taijiya no había ido hasta allí para hacer daño alguno a Kagome.
—¿Le preocupaba el bienestar de la lady?
—Sí.
—Eso es absurdo.
—¿Ah, sí? —lo miró con verdadera furia—. Kagome desapareció de Londres solo unas horas después de su misteriosa boda con el lord de Inugami y, a pesar de las numerosas cartas que le enviado suplicándole que me dijera que estaba bien, no he sabido nada de ella.
—¿Y cuál es exactamente su temor, señorita Sango? ¿Acaso piensa que lord Inugami haya encerrado a su joven esposa en las mazmorras? ¿O quizá cree que haya podido tirarla desde lo alto del acantilado?
En sus mejillas apareció un evidente rubor y Miroku sintió la imperiosa necesidad de saber si la culpa de ese rubor la tenía simplemente el enfado o querría decir que sentía la misma excitación que él.
—¿Quién sabe? —lo desafió—. Yo estaba con Kagome cuando el lord entró a la fuerza en sus aposentos privados y me echó de allí. Desde luego parecía lo bastante furioso como para desearle algún mal.
Miroku meneó la cabeza, entre la indignación de oír semejante acusación sobre su amigo y la más absoluta fascinación por el valor de aquella joven.
Solo conocía otra mujer capaz de retarle de ese modo, agotada después de un viaje. Kagome.
No era de extrañar que fueran amigas.
—Hasta un caballero se enfada de vez en cuando —señaló Miroku y se atrevió a pasarle un dedo por el contorno de sus curvas tratando de llegar al final de estas—. Pero eso no significa que vaya a cometer un crimen tan atroz. Después de todo, vivimos en una sociedad civilizada.
Ella resopló furiosa pellizcando la mano de Miroku para retirarlo de donde no debía estar y dio un paso atrás.
—Eso no impide que muchos caballeros hagan verdaderas barbaridades y la próxima vez que me toque sin permiso conocerá de lo que soy capaz, dijo con la amenaza inminente en su mirada y voz.
Miroku no podía rebatir aquel argumento, pero sintió curiosidad por saber de que tanto era capaz y si odiaría a los hombres en general o nada más a los nobles.
—Dígame, ¿es usted aficionada a leer novelas? —le preguntó en tono burlón.
—¿Por qué?
—Porque no todos los hombres son los sinvergüenzas que aparecen en las novelas de las autoras de moda.
—No tiene ninguna gracia —se limitó a responder ella, asqueada.
—No estoy de acuerdo. En realidad tiene bastante gracia que haya podido pensar que lord Inugami mataría a su esposa.
—Ya he soportado bastantes burlas por su parte, lord Houshi —dijo antes de darse media vuelta en dirección a la puerta.
Pero Miroku se adelantó y le bloqueó la salida.
—Apártese.
—¿Dónde cree que va? —le preguntó sin poder apartar los ojos de aquellos labios tan sensuales.
—Si no me trae a Kagome, tendré que encontrarla yo sola.
—¿Por qué está tan preocupada?
—¿Por qué? —repitió, desconcertada por la pregunta—. Es mi amiga.
—Perdone mi confusión, pero tenía entendido que las amigas de Kagome habían hecho que su vida en Londres fuera una pesadilla.
La señorita Taijiya Yamada se puso en tensión, visiblemente ofendida porque la incluyera entre las que se habían burlado de Kagome.
—Si se refiere a esas arpías que disfrutan atormentando a mujeres menos afortunadas que ellas, nunca fueron amigas de Kagome, ni ella fue jamás tan tonta como para considerarlas tal cosa —replicó—. Era su padre el que la obligaba a estar con ellas.
—¿Y usted?
—Creo que es bastante obvio que yo era la otra fea del baile —había orgullo y dignidad en sus palabras—. Somos amigas porque las dos sabemos lo que es ser rechazadas por la sociedad.
En el corazón de Miroku surgió de pronto una extraña emoción que intuyó más peligrosa que todos los traidores ingleses y los espías franceses juntos.
Tratando de no hacer caso a dicha emoción, levantó la mano para colocarle el camafeo que llevaba prendido al lazo del cuello y le rozó la piel con los dedos.
—Perdóneme —murmuró—. No debería haberle hecho ninguna broma.
Sintió el pulso acelerado bajo los dedos, pero tuvo la determinación de apartarle la mano y mirarlo con dureza.
—No quiero su compasión —le dijo—. Lo que quiero es ver a Kagome.
No tenía ninguna duda de que la señorita Sango Taijiya era de verdad amiga de Kagome, pero le había prometido a Sesshomaru que se libraría de ella y tenía intención de cumplir con su palabra, aunque no sin antes asegurarle que Kagome estaba perfectamente bien.
—Me temo que es imposible en estos momentos. No obstante, le prometo...
Dejó de hablar al ver que abría la boca de par en par, dispuesta a llevar a cabo la amenaza.
Sin pararse a pensar lo que hacía, Miroku se inclinó sobre ella y le tapó la boca con la suya para evitar que gritara. No tenía otra intención que impedir que la oyeran los criados y Kagome, al menos eso fue lo que se dijo mientras seguía besándola cada vez con más ímpetu y haciendo participar también a su lengua.
Sin embargo aquella excusa no justificaba que la estrechara en sus brazos o que la apretara contra sí. O que cerrara los ojos para saborear el intenso aroma de su cabello.
A pesar de su corta estatura, se amoldaba perfectamente a su cuerpo, pensó mientras se deleitaba en sentir la generosidad de esas curvas que nada tenían que ver con los cuerpos flacos y frágiles de la mayoría de las mujeres de la alta sociedad. A un hombre delgado como él no le gustaba tener la sensación de tocar solo huesos en una amante.
Su amante...
Aquella palabra hizo saltar la señal de alarma.
¿Qué demonios estaba haciendo?
Un caballero no podía seducir a una exasperante doncella en el salón de la casa de su mejor amigo. Por lo menos hasta después de la comida.
Así pues, se obligó a sí mismo a apartarse de sus tentadores labios, pero antes de que pudiera mirarla, ella le dio una bofetada que lo dejó temblando.
—¡Cómo se atreve!
Miroku no pudo evitar esbozar una ligera sonrisa al ver el ardor de su mirada, a pesar de su evidente indignación.
No era del todo inmune a sus besos.
—Solo quería evitar que hiciese una escena —le explicó—. Pero me temo que he caído en mi propia trampa.
Miroku percibió las dudas de la dama antes de que ella tomara la sabia decisión de pasar por alto la irónica confesión. No era el momento adecuado para hablar de la poderosa atracción que le había golpeado como un rayo.
—Suélteme —le ordenó.
—¿Promete no gritar?
—No, no prometo nada.
Miroku tuvo ganas de sonreír. Muchacha testaruda.
—Señorita Sango, le aseguro que Kagome está perfectamente y que Sesshomaru no supone peligro alguno para ella —le dijo, tratando de calmar sus temores—. De hecho, la verdad es que está completamente loco por ella.
—¿Entonces por qué no ha respondido a las cartas que le he enviado?
Miroku lamentó no haber hablado aún con Sesshomaru sobre la historia que iban a contar para justificar su repentina ausencia y era evidente que a aquella mujer no iba a poder disuadirla con mentiras vagas.
—Ha estado varias semanas fuera de Carrick Park —le explicó finalmente.
—¿Dónde ha estado? —le preguntó con obvia desconfianza.
—Navegando en el barco de su marido.
—¿Navegando?
—Es normal que los recién casados disfruten de la luna de miel —respondió pensando que era un argumento irrebatible—. ¿Y qué mejor lugar para encontrar un poco de intimidad que un barco en medio del océano?
Naturalmente, ella no tardó en encontrar el gran fallo de la historia.
—¿Y usted los ha acompañado en su viaje de luna de miel?
—Claro —su sonrisa era casi una mueca—. A mí me encanta navegar.
—No le creo.
No le extrañaba. Miroku apretó los labios tratando de encontrar una solución, hasta que, de pronto, como si fuera un regalo de Dios, vio por la ventana a Kagome y a Sesshomaru paseando hacia las cuadras.
—Ahora me creerá —le dijo antes de llevarla de la mano hasta la ventana—. ¿Le parece asustada o infeliz?
La señorita Taijiya Yamada retiró la mano de inmediato, pero al ver a la pareja agarrada del brazo, se suavizó su beligerancia y la tensión de su cuerpo.
Era lógico porque a nadie le habría pasado desapercibida la adoración con que Sesshomaru miraba a su esposa, o la manera en la que ella se acurrucaba contra él.
Los vieron alejarse en silencio y luego la señorita Taijiya Yamada se volvió hacia Miroku para dedicarle una nueva mirada de furia.
—¿Por qué no me deja hablar con ella?
Consideró varias mentiras antes de lanzar un suspiro de resignación. Merecía al menos un poco de verdad.
—Es la primera vez que Sesshomaru está enamorado —le confesó—. Y aún tiene que superar una primitiva necesidad de proteger exageradamente a su mujer del resto del mundo.
—Vaya —murmuró la señorita Taijiya Yamada.
Miroku adivinó en su rostro algo parecido al anhelo. El mismo anhelo que llevaba atormentándolo a él desde que habían regresado de Francia.
—¿Kagome está... contenta? —le preguntó ella unos segundos después.
—Muy contenta —aseguró Miroku—. Y sospecho que, cuando haya conseguido domesticar un poco a su esposo, va a ser increíblemente feliz.
—Estupendo —dijo—. Si pudiera pedir que me preparen el carruaje, debo volver a Londres.
Miroku frunció el ceño. Había dado por hecho que estaría alojada en casa de algún familiar o amigo y, al descubrir que no era así, se le heló la sangre de pensar en el larguísimo viaje que había hecho sin protección, por caminos llenos de asaltantes y forajidos.
—¿Viaja sola?
Le señaló a la anciana que seguía dormitando en el sofá.
—Es obvio que no.
—Por favor —se burló Miroku, pero luego trató de controlar su reacción—. No creo que esa mujer pudiera protegerla de nada.
—Afortunadamente, usted no es mi guardián y no es asunto suyo a quién elija como compañero de viaje.
—Se equivoca —dijo Miroku antes de darse cuenta siquiera de lo que iba a decir—. He decidido convertirlo en asunto mío.
Ella reaccionó con el mismo asombro que sentía él.
—¿Cómo dice?
Habría sido muy sencillo retirar sus palabras o echarse a reír y fingir que solo había sido una broma. Después, podría despedirse de la señorita Sango y dejar que se marchase con su aletargada acompañante. Y quizá entonces él recuperara la cordura.
Pero no hizo nada de eso.
No iba a permitir que la señorita Sango saliera por esa puerta sin él.
—Da la casualidad de que yo me disponía precisamente a viajar a Londres —anunció—. Así que viajaremos juntos.
Ella dio un paso atrás con gesto de horror.
—De eso nada.
Miroku sonrió, se acercó de nuevo y le puso una mano en la mejilla.
—Pequeña, ya se dará cuenta de que es mejor aceptar la derrota cuando yo tomo una decisión. En tal caso, tendremos un futuro mucho más agradable.
La señorita Taijiya Yamada meneó la cabeza con asombro.
—¿Es que se ha vuelto completamente loco?
Miroku la miró a los ojos con tal presión en el pecho que apenas podía respirar.
—Es más que probable.

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P.D: Agradecería su apoyo y si no fuera molesta algunos review.
Gracias de antemano por darse un tiempo en leer esta historia.

Tiempo de TraicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora