CAPÍTULO 25

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Los personajes de INUYASHA no me pertenecen sino a RUMIKO TAKAHASHI
Esta obra pertenece a ROGERS ROSEMARY, ha sido adaptada y modificada por mí
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(LOS PERSONAJES DE SESSHOMARU, MIROKU, KOGA Y AYAME PUEDEN TENER OoC)
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CAPÍTULO 25

Sesshomaru POV 
Las palabras salieron de su boca antes de que pudiera frenarlas de algún modo y, durante un instante, no habría sabido decir quién de los dos estaba más asombrado.
Había empezado a sospechar que lo que sentía por Kagome iba más allá del deseo o la pasión, o incluso del afecto que muchos caballeros sentían por sus esposas. Pero jamás se le habría pasado por la cabeza hacer semejante declaración.
Pero una vez lo hubo dicho, no sintió el deseo de retirarlo.
¿Por qué habría de hacerlo?
No se avergonzaba de lo que sentía por Kagome, más bien lo habría gritado al mundo entero.
Lo único que le preocupaba era cómo había reaccionado ella.
¿No debería mostrarse más contenta?
A menos que no le correspondiese.
No, no quería ni pensar en tal posibilidad.
Le daba igual lo que tuviese que hacer o el tiempo que tardase en conseguirlo, acabaría conquistándola y ganándose su corazón.
Por fin la oyó aclararse la garganta y tratar de hablar con apenas un hilo de voz.
—¿Acabas de decir que me amas?
—Sí —la apretó con fuerza por si trataba de escapar.
—¿Ya no tienes miedo de que pueda ser una carga? —siguió preguntándole con recelo.
—Lo que siento por ti... —se quedó a medias, sin saber cómo explicar la magnitud de sus emociones.
Kagome le puso una mano en la mejilla y lo miró como implorándole.
—Dímelo, por favor.
—Pensé que me haría más débil, pero lo cierto es que nunca me había sentido tan fuerte —le confesó—. Es como si no hubiera nada que no pudiera conseguir si te tengo a mi lado.
La vio abrir los labios y entonces, con un grito ahogado, le echó los brazos alrededor del cuello y esbozó una sonrisa llena de luz.
—Sesshomaru.
La estrechó entre sus brazos sin esforzarse en comprender qué había motivado el cambio o esa sonrisa que le iluminó el alma. En ese momento no le importaba.
Le bastaba con sentirla contra su cuerpo, recordándole que habían estado separados demasiado tiempo.
—Mi bella esposa —murmuró antes de besarla apasionadamente.
La apretó contra su excitación mientras pensaba cuál era el camino más corto hasta el dormitorio. Pero Kagome le puso las manos en el pecho y se alejó de sus labios.
—Espera.
—Te he echado mucho de menos, querida —le dijo él, desesperado.
—Todavía no me has dicho porque no querías que viniera a Londres contigo.
No entendía por qué seguía con eso.
—Ya te lo he dicho. No quería que te hiciesen daño.
—Pero...
Era evidente que estaba demasiado preocupada como para dejarse seducir, así que lo mejor sería confesarle todo el plan.
—Deja que termine —dijo, poniéndole un dedo sobre los labios.
—Sí, milord.
—No puedo cambiar el pasado, pero sí puedo asegurarme de que tu futuro en sociedad sea bastante más agradable.
—No dudo de tu capacidad para intimidar a los demás y conseguir que hagan lo que quieras, pero, sinceramente, prefiero que me insulten.
Sesshomaru se echó a reír. A veces olvidaba lo ingenua que era.
—Subestimas mis habilidades. Yo no voy a intimidar a nadie.
—¿Entonces quién? ¿Lord Houshi?
—Te tiene en tan alta estima que seguramente sería de ayuda, pero no. Nuestra mejor arma será mi madre.
—¿Tu madre? —repitió sin voz.
Sesshomaru no la culpa por mostrarse incrédula.
El horror que había mostrado la lady viuda respecto a la esposa de su hijo había provocado mucho interés en la alta sociedad londinense. La anciana apenas había perdido oportunidad de lamentarse del cruel destino que les había impuesto Mitzuo Higurashi, sin culpar en ningún momento a su hijo Inuyasha de dicha crueldad.
Y el hecho de que se marchara de Londres el mismo día de la boda no había hecho sino confirmar su desaprobación.
Pero Sesshomaru conocía lo suficiente a su madre para saber que aquel comportamiento se debía más a un afán por ser el centro de atención que a lo que realmente pudiera opinar de Kagome.
—Al margen de sus muchos defectos, mi madre es la que dicta las normas en este mundo —le siguió explicando.
—Pero me detesta.
—No te conoce.
—Eso no le impidió marcharse de Londres en lugar de asistir a nuestra boda.
Sesshomaru lamentó por un momento estar teniendo la conversación que ella había querido evitar para no hacerle recordar lo mucho que había sufrido a lo largo de los años o la fría boda que había tenido que aguantar.
—¿Habrías podido negarle la oportunidad de que todo el mundo la compadeciese por la llegada de una intrusa que le robó el hijo, el título y la posición social? —le preguntó, bromeando.
—No le veo la gracia.
—Ya te acostumbrarás al dramatismo de mi madre —o al menos eso esperaba—. Especialmente cuando tiene ocasión de interpretar el papel de heroína trágica.
—¿Quieres decir que solo fingía estar enfadada?
—No sé hasta qué punto se cree sus interpretaciones —admitió—. Lo que sí sé es que no tardará en cansarse del exilio y que buscará alguna excusa para volver a Londres —le dio un rápido beso—. Lo que pretendo hacer es ofrecerle dicha excusa.
—¿Qué piensas hacer?
—Quiero que vaya a conocerte a Carrick Park.
—¿Estás seguro de que es buena idea? —preguntó Kagome, sin poder ocultar su inquietud.
—Claro. Vas a ver cómo te adora. Te lo prometo.
—Promete todo lo que quieras, pero me cuesta creer que pueda adorar a la hija de Mitzuo Higurashi.
Sesshomaru eligió las palabras cuidadosamente. Se había hecho la promesa de que no iba a volver a mentir a Kagome nunca más, pero tampoco quería que pensara que la familia de su marido nunca podría aceptarla. Su madre no era una mujer complicada.
Se dejaba llevar por emociones exageradas, pero sus ataques eran tan intensos como fugaces. Kagome nunca comprendería que una mujer pudiese cambiar de sentimiento con la misma facilidad que cambiaba de vestido.
Por el momento bastaba con convencerla de que se ganaría la aprobación de la condesa viuda.
—Te va a adorar porque eres generosa, amable y leal —insistió.
Pero Kagome no se dejaba impresionar.
—Cualquiera diría que soy un perro de caza.
—Está bien —la miró a los ojos y sonrió con todo el amor que llevaba dentro—. Entonces te va a adorar porque se va a dar cuenta de lo mucho que yo te quiero y de que, sin ti, en mi vida no habría felicidad alguna.
Tal y como esperaba, Kagome se derritió al oír aquello.
—¿Tú crees que se va a dar cuenta de todo eso? —le preguntó mientras comenzaba a bajar la mano por su pecho.
Sesshomaru se mordió los labios para no gemir. Estaba harto de palabras, quería demostrarle su amor, su compromiso y su absoluta felicidad de un modo mucho más primitivo.
Por suerte fue lo bastante listo como para darse cuenta de que tendría que esperar a que Kagome estuviese completamente convencida de que no tenía ningún plan oculto para apartarla de Londres.
—No tengo la menor duda.
—¿Y después de eso?
—Después, volverá a Londres para decirle a todo el que quiera oírlo que su nuera es una joven encantadora a la que va a apoyar con todas sus fuerzas en la siguiente temporada —anunció con una sonrisa de satisfacción—. Todo el mundo estará deseando invitarte a sus fiestas.
Kagome frunció el ceño y se quedó pensando un buen rato.
—Haces que parezca sencillo.
—Kagome, hemos sobrevivido a la traición de mi hermano, al acoso de tu padre y a los espías franceses. Todo lo demás es sencillo.
Pero ella meneó la cabeza una vez más.
—Nada de eso era tan peligroso como la alta sociedad londinense.
—Confía en mí, haremos que todos esos pomposos arrogantes caigan rendidos a tus pies.
Hubo una nueva pausa durante la que Sesshomaru se dijo a sí mismo que debía comprender su inseguridad. No solo le estaba pidiendo que confiara en ganarse la aprobación de una mujer que la había tratado con verdadero desprecio, sino que se olvidara además de lo mucho que la habían hecho sufrir los miembros de la sociedad londinense.
—Sí —dijo de pronto.
—¿Qué?
—Que confío en ti.
Sesshomaru se estremeció al oírle decir esas palabras. Dios, había llegado a creer que no podría volver a ganarse su confianza. Le dio un beso en el cuello, con una mezcla de alivio y ansiedad de oírle decir otras palabras que aún no había pronunciado.
—¿Y? —le preguntó.
—¿Y qué?
—¿No hay nada más que quieras decirme?
—Pues —fingió pararse a pensar en ello—. La señora Kaede me ha hecho traerte su pastel de carne preferido. Está convencida de que tu cocinera de Londres te mata de hambre.
—No es eso lo que quería oír —le mordisqueó el labio inferior para azuzarla un poco más.
—Entonces quizá quieras que te cuente que la mula del señor Price...
—Ya sabes qué es lo que quiero oír —gruñó—. No me tortures más.
Fingía estar bromeando, pero lo cierto era que tenía un nudo de tensión en la boca del estómago. Por mucho que pensara que Kagome jamás se habría tomado tantas molestias por salvarlo en Francia de no sentir algo por él, no podía evitar sentirse inseguro.
—Está bien —dijo ella, tomándole el rostro entre las manos antes de mirarlo a los ojos y sonreír—. Te amo, Sesshomaru. Te amo con todo mi corazón.
El corazón le saltó dentro del pecho.
—¿Estás segura?
Kagome se puso de puntillas y lo besó en la boca.
—Me quedé fascinada por ti desde la primera vez que te vi en un baile —le confesó—. Eras tan guapo...
Lo invadió un júbilo indescriptible que lo hizo sonreír también.
—No puedo llevarte la contraria en eso.
—También eras frío, distante y tan arrogante que me sentía aliviada de que nunca me miraras siquiera. Me dabas miedo.
—No digas eso —murmuró—. Era la única manera que conocía para que la gente no se me acercara.
—Pues funcionaba. Pensaba que siempre serías una fantasía que podría admirar de lejos. Hasta el día que te presentaste en mis aposentos y dijiste que ibas a casarte conmigo.
—Dios, no quiero ni acordarme de ese día —se lamentó una vez más de haberle hecho daño.
Ella le acarició la cara tiernamente.
—Es cierto que me hiciste daño al echarme de Londres, pero la verdad es que el alejarme de mi padre y también de ti me ayudó a descubrir una fuerza que no sabía que tuviese dentro.
—Kagome, eres la mujer más fuerte y valiente que he conocido en toda mi vida.
—Pero entonces me secuestró Koga...
—Hijo de perra.
—Y tú viniste a salvarme.
—Aunque en realidad fuiste tú la que me salvó a mí. Dos veces.
Kagome se echó a reír.
—Habías arriesgado tu vida por mí y supe que, aunque jamás sería correspondida, te amaría el resto de mi vida.
Aquellas palabras lo hicieron estremecer. Impulsado por la necesidad de demostrarle su amor de una manera más tangible, la levantó en sus brazos y echó a andar hacia la puerta, pero apenas había dado dos pasos cuando ella volvió a frenarlo.
—Un momento.
—Dios, no —protestó él.
—Tengo una última pregunta.
—Estás intentando castigarme deliberadamente.
—¿Por qué no me dijiste claramente que querías que me quedara en Carrick Park? —quiso saber—. Me hiciste creer que te avergonzabas de mí.
Sesshomaru respiró hondo y meneó la cabeza con resignación.
—Porque no me imaginaba que pudieras ser tan loca.
—Sesshomaru —lo reprendió de inmediato.
—No quería que pensaras que me preocupaba lo que la gente pensara de ti. No es así. Por lo que a mí respecta, se pueden pudrir en el infierno. Pero sabía que tarde o temprano querrías volver a Londres y quería asegurarme de que no volvieran a hacerte daño. Lo hice por ti, para que estuvieras cómoda, no porque me importe lo que puedan decir de nosotros.
—Dios. Te amo.
—¿Entonces podemos retirarnos ya a nuestros aposentos?
La risa de Kagome llenó la habitación.
—¿A qué estás esperando?
 

Tiempo de TraicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora