Capítulo 11. Nadie dijo que fuera justo

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La caída del chico que se posicionaba en el centro de los atacantes le proporcionó a Donovan la distracción que necesitaba para escaparse de la habitación y contactar con sus hombres de seguridad para que le sacaran de allí cuanto antes. Mientras estos buscaban alguna manera de sacar a su jefe del lugar sin dejar rastro, éste se fue a borrar todas las pistas que los policías pudieran encontrar cuando llegasen.

Se apresuró a bajar al sótano donde tenía a Roxanne y Alejandra y, con gasolina, prendió fuego al colchón y los demás muebles que allí había. Fue hasta las habitaciones y salas superiores e hizo lo mismo a prisas. Cerró las puertas de todos los sitios y, tapándose con un trapo para no asfixiarse con el humo, se apresuró al cuarto donde estaban los monitores de todas las cámaras, y justo cuando iba a destrozarlo todo, sus secuaces le llamaron por el walkie.

-Jefe, estamos esperándole en el camino que está tras el edificio. La policía está al llegar, apresúrese.

Donovan respondió con una maldición y lo único que se le ocurrió fue coger varias torres y tirarlas al suelo de manera estrepitosa, con la esperanza de que las grabaciones de las cámaras desapareciesen. Corrió como nunca había corrido en su vida para salir por la puerta de atrás mientras sus esbirros iban despistando a los pocos policías que iban llegando. La casi noche le favorecía y pudo escabullirse entre los árboles y la maleza del bosque.

Al ver el coche negro y grande aparcado medio camuflado tras unas ramas bajas, respiró más tranquilo y corrió a refugiarse en su interior. En cuanto cerró la puerta trasera, el conductor aceleró todo lo que pudo para salir del camino de tierra y, finalmente, dejar de dar bandazos para acabar en la carretera, en plena autopista. Dieron un par de vueltas para despistar a los radares: rotonda arriba, rotonda abajo, vuelta a la ciudad y vuelta camino al campo. Cuando el conductor aminoró la marcha, fue el copiloto el que habló con Donovan.

-Señor, ¿a dónde lo llevamos?

-A cualquiera de los moteles que hay de camino a Ottawa. Os avisaré para que paréis.

Donovan sacó el walkie y marcó la combinación del de Mara, pero la comunicación no era respondida. Lo intentó varias veces y nada. Marcó al de Kieran y al de Viktor, pero de estos no obtenía ninguna señal. Cada vez más cabreado, decidió que si su hijo no le respondía, se los haría pagar muy caro a todos. Brendan  tardó en responder varias conexiones, pero cuando lo hizo, Donovan explotó.

-Dime ya mismo dónde cojones han llevado Viktor, Kieran y Mara a esas chicas. Las quiero ver ya.

-Padre, no sé dónde están. Acabo de dejar a la señora Uriel donde me ha pedido.

-Estupendo, ahora debes averiguar dónde coño están y qué puñetas han hecho con sus walkies, que yo no me gasto el dinero para nada, ¿vale? Y en cuanto lo sepas, me avisas.

-Vale, Donovan.

La comunicación con Brendan se cortó y Donovan estuvo a punto de estampar el aparato contra el suelo del coche. En ese momento sólo podía pensar en que habían descubierto su paradero y que todos sus planes se habían ido a la mierda. Pero él tenía un plan B, siempre  lo tenía, y esta vez no iba a ser una excepción. Se irían de Canadá a otro país, no importaba cual siempre y cuando la policía les perdiera la pista. Se negaba a pasar lo que le quedaba de vida en la cárcel, y para disfrutar de esos años que aún le quedaban tenía que recibir el dinero del rescate de las dos muchachas. Solo entonces, cuando estuviera podrido en billetes y esas dos chicas acabasen o muertas o prostituyéndose, se sentiría a gusto y podría estar tranquilo.

Caprichoso destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora