Capítulo 14. La calma antes de la tormenta

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Dos días después de la llegada de Alejandra a su hogar, todo se había convertido en una locura de sucesos. Primero había llegado su familia al completo de México: sus padres, sus dos hermanos, su cuñada y su pequeño sobrino. Ella les contó por encima lo que le había dicho a la policía y ellos, desolados por la muerte de Roberto, no podían parar de llorar. Alejandra ya no lloraba. Sus lágrimas ya no daban más de sí, pero seguía muy triste por la muerte de su hermano mayor. 

Sus padres, por seguridad, le pusieron un guardaespaldas que antes fue militar llamado Philip, a lo que ella se negó en redondo, pues la policía la estaba atosigando ya bastante y no necesitaba ningún perro guardián para estar más encarcelada si cabía. Pero hicieron oídos sordos y ahora, a donde quiera que iba, lo hacía acompañada de un gran armario empotrado. Nadie llegó a preguntarle nunca qué era su nuevo collar, y ella lo agradeció porque estaba cansada de inventar mentiras. 

Su madre, como una buena mamá latina, le preparó tanta comida como para llenar el frigorífico entero. Se encargó de que todos los armarios de la cocina estuviesen llenos de comida y la ayudó a limpiar toda la casa, incluida la habitación de Roxanne. A Alejandra le invadió la tristeza al ver las cosas de su mejor amiga ahí, sin que nadie las utilizase. Sus libros de medicina todavía abiertos y esparcidos por el gran escritorio a causa de haberla sacado a rastras para celebrar su cumpleaños número veintidós. Hacía solo dos meses que esto había sucedido, pero para ella eso estaba a años luz.

Ella sabía perfectamente por qué todo le resultaba tan lejano: se había enamorado como una boba de uno de sus secuestradores y ya no había marcha atrás para lo que sentía. 

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Una semana más tarde, Gabriel Weys ya había sido dado de alta en el hospital y se encontraba ante la puerta del apartamento de Mahy a la espera de que esta le abriera. Mahy había estado todo el sábado buscando información sobre prostíbulos de lujo hasta tal punto que el historial de su ordenador parecía el de un salido mental. Se había sobresaltado al escuchar el timbre y, como n o esperaba visita, le extrañó bastante.

Fue hacia la puerta y la abrió para encontrarse con un guapo rubio de ojos verdes que la miraba con una sonrisa resplandeciente.

-Buenas noches.

-Oh, ¿Qué haces quí?-dijo ella preocupada-deberías estar en casa descansando. Hace solo una semana que te dispararon y ahora te pones a coger peso, es que eres tonto.

Ella se apresuró a coger una de las bolsas que él llevaba y le hizo pasar. Tras dejarlas en la barra americana de su cocina, se volvió al escuchar la risa de Gabriel.

-En primer lugar, no me llames tonto. En segundo lugar, mi herida es ya solo una cicatriz; en tercer lugar, lo que he traído no pesa tanto.

-¿Te quedan muchos lugares por mencionar?-preguntó ella con una sonrisa, apoyada en la barra.

-Solo tres. En cuarto lugar, he venido para que tengamos nuestra cita, como te prometí. Ha sido improvisado pero no quería esperar más. En quinto lugar-dijo dando un paso hacia ella, lo que hizo que quedasen a pocos centímetros de distancia-, espero que no estuvieses demasiado ocupada, porque pretendo ocupar lo que queda de tu día. Y en sexo y último lugar… Estás preciosa.

Caprichoso destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora