s e v e n

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Lunes, 18 de marzo


Quedan veinte días:

En mi casa, el lunes por la mañana es, seguramente, el peor día de la semana. Nunca consigo robarle quince minutos más de sueño al despertador, porque Georgia siempre quiere levantarse supe temprano para rebuscar por todo el armario. No quiera Dios que escoja el modelito equivocado. Por lo visto el aspecto de los lunes es muy importante: según Georgia, lo que llevas puesto ese día condiciona cómo te irá el resto de la semana. Dicho de otra forma: si el vestido que llevas es bonito de verdad y recibes un montón de cumplidos por él, aprobarás el examen de álgebra del martes. No creo que los polinomios tengan nada que ver ni con unas plataformas ni con unos vaqueros ajustados, pero Georgia está convencida de esa teoría. Lo bueno es que yo llevo variaciones del mismo modelito a diario -camiseta gris a rayas de manga larga, vaqueros negros y zapatillas de deporte grises-, así que jamás ha existido la posibilidad de que cambie mi suerte en el día a día.

-Rydel -me dice con voz susurrante-. Rydel, despierta.

-Georgia -mascullo, y me doy la vuelta hacia el otro lado. Hundo más la cara en la almohada con la esperanza de ahuyentarla-. Me da igual si llevas el vestido de punto lila o la falda de tubo roja. Sé que todo el mundo pensará que estás guapísima, te pongas lo que te pongas.

Oigo un crujido a los pies de mi cama. Empieza a darme golpes en los costados y yo me aparto de ella, tengo las piernas enredadas entre las sábanas.

-Pero ¿qué narices haces?

-¡Despierta! -Se levanta de un salto y empieza a dar vueltas por la habitación-. Mira por la ventana.

Me froto las sienes. Había pensado dormir por lo menos quince minutos más, veinte, si decidía no peinarme. Resoplo y salgo de la cama a regañadientes. Tropiezo y caigo en dirección a la ventana pequeña, que está justo en el centro de la pared del fondo. Esa ventana ha actuado como línea fronteriza para ambas durante los últimos tres años; el lado izquierdo es para mí, el derecho, para Georgia. Su pared está empapelada con páginas de revistas de moda, fotos de sus amigos y de ella, y alberga su colección de saleros. Tiene una extraña fijación con los saleros peculiares: saleros en forma de búho, de camión, de lobo; los encuentra en las tiendas de regalos. Yo tengo la pared vacía.

-Mira -insiste señalando hacia la ventana.

Veo que la hierba está cubierta de nieve. Parpadeo, porque el sol ya ha salido y sus rayos hacen que el patio deslumbre. La nieve se apila junto a los troncos de los robles y, por lo que se ve, han caído al menos diez centímetros.

-¿Verdad que es alucinante? -exclama Georgia dando palmaditas a mi espalda-. ¡Se han anulado las clases!

-Nunca nieva en marzo -digo.

-Nevó una vez cuando éramos pequeñas, ¿recuerdas?

Lo recuerdo. Fue un buen día. No debía de tener más de nueve años, Georgia tendría unos siete, y Mike, dos. Mi padre me llevó a pasar el día a casa de mi madre porque, a pesar de la nieve, él quería trabajar en la tienda; esperaba tener más clientes de lo habitual, ya que los niños no iban a ir al colegio.

Esa mañana, mi madre nos preparó tortitas con chispas de chocolate y pasamos todo el día haciendo muñecos de nieve en el patio y tirándonos con el trineo por la cuesta de Vine Street. Ese día actuamos como una auténtica familia; ya no me sentía como una intrusa que iba de visita los fines de semana.

Eso ocurrió hace mucho tiempo.

Permanecemos en silencio durante un rato. Yo estoy mirando por la ventana la nieve recién caída y Georgia observa cómo miro. Ninguna de las dos sabe ya cómo hablarle a la otra.

MI CORAZÓN EN LOS DÍAS GRISES ✧ RYDELLINGTONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora