t w e n t y t w o

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Viernes, 5 de abril

Quedan dos días:

Llevo horas sentada en la sala de espera del hospital. Miro hacia el techo, en dirección al fluorescente parpadeante e intento dejar de obsesionarme con la imagen del cuerpo laxo e inconsciente de Ellington.

La sala de espera huele a café, a desinfectante y a lágrimas saladas. Uno jamás piensa que el miedo o la tristeza tengan olor hasta que pasa largas horas en un hospital.

Me pregunto si la culpa tiene olor: un olor cargante y nauseabundo que los padres de Ellington saben detectar. Estoy sentada entre ellos dos, y no me han dicho nada, salvo cuando van preguntándome cada cierto tiempo si estoy bien. ¿Cómo pueden seguir preocupados por mí? ¿Es que no saben que soy parte del problema, que yo formaba parte del plan? Sé que he cambiado de opinión, pero estoy segura de que me odiarían si conocieran la verdad.

Ambos acaban de visitar a Ellington. Por suerte sigue estable. Se duerme y se despierta continuamente. Supongo que no ha tenido la oportunidad de contarles que he sido una traidora, con él y con sus propios padres.

Me revuelvo en la silla. El asiento de plástico está húmedo por mi sudor y se me pega a los muslos. Debería haberme puesto vaqueros en lugar de pantalones cortos. Mientras me muerdo las pielecillas de los dedos, me doy cuenta de que cada vez estoy más enfadada con Ellington. A lo mejor soy una traidora, pero él también lo es. Ha seguido adelante con el plan y ha intentado morir sin mí.

La madre de Ellington me pone una mano en el hombro y me obliga a volver a la realidad.

—Cariño, la enfermera ha dicho que Ellington debería despertar pronto. Le he contado quién eras, y me ha dicho que puedes entrar a verlo dentro de unos minutos, si quieres. —Habla con dulzura, como si estuviera cantando una nana—. Le he dicho que eras la persona que le ha salvado la vida a Ellington. Si no llega a ser por ti... —Tira de mí y me da un abrazo que sofoca el sonido de sus sollozos—. ¡Estamos tan agradecidos!

Me suelta y me dedica una sonrisa tímida y triste.

—¿Cómo podremos pagártelo?

Me quedo sin respiración. No encuentro palabras; es como si tuviera la boca llena de arenas movedizas y todas las palabras que quiero decir son succionadas hacia el agujero que noto en el estómago.

—Tranquila, cariño. —Me da una palmadita en la nuca con sus uñas de impecable manicura—. No tienes que decir nada. Sé que estás aguantando mucho. —Inclina la cabeza para poder mirarme directamente a los ojos—. Tú quieres ver a Ellington, ¿verdad?

Me obligo a asentir con la cabeza. Quiero ver a Ellington. Sí que quiero verlo. Es lo único que quiero.

Sin embargo, al mismo tiempo, no sé cómo enfrentarme a él.

Me quedo sentada con la señora Ratliff durante unos minutos más. El señor Ratliff regresa de la cafetería del hospital con un café para ella y una galleta para mí. Coloco la galleta en la mesita que tengo al lado. No vuelvo a tocarla.

Al final, una enfermera con el pelo de color canela se acerca a nosotros. La señora Ratliff hace un gesto para señalarme, y la enfermera asiente con la cabeza. Cuando me levanto, se me pegan las piernas al asiento. Es como si la silla me suplicara que no fuera, como si intentara disuadirme.

La enfermera me guía por el pasillo embaldosado hacia la habitación de Ellington. Miro las tarjetas y mensajes de ánimo que los visitantes han colgado en las demás puertas. En la entrada de una habitación alguien ha colocado un montón de globos amarillos. Me pregunto si debería haber comprado globos. Seguramente es una idea estúpida. No parece una ocasión muy apropiada para los globos.

MI CORAZÓN EN LOS DÍAS GRISES ✧ RYDELLINGTONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora