t w e n t y o n e

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Jueves, 4 de abril

Quedan tres días:

Voy en coche hasta la casa de Ellington. Le he enviado un mensaje de texto para avisarle de que estaba de camino. No ha respondido, aunque a veces tarda un poco en contestar.

Me lo imagino en su habitación. Tirado sobre la cama, boca arriba, mirando a Capitán Nemo, dibujando de forma distraída, trazando rayas sobre el papel sin hacer mucha presión con el lápiz. Me pregunto si está con Capitán Nemo todo el día en silencio o si le hablará. Me pregunto si Ellington le hablará alguna vez sobre mí. Me gustaría conseguir que Capitán Nemo me confiara todos los secretos de su dueño.

Me sujeto al volante del coche y me recuerdo que no es necesario que nadie me revele los secretos de Ellington. Que voy a conseguir que hable conmigo. Porque voy a ser sincera del todo. Aparto los ojos de la carretera durante un segundo y miro hacia el asiento del acompañante, donde he tirado un libro que compré titulado Explorar las playas de Carolina del Norte. Supongo que empezaré intentando convencerlo de que hagamos el viaje en coche hasta el mar, y espero que lo demás vaya saliendo con naturalidad.

Ellington sigue sin responder mi mensaje de texto cuando aparco en el camino de entrada a su casa.

Me quedo sentada en el coche unos minutos, mirando el ya familiar buzón de color amarillo crema.

Vuelvo a enviarle un mensaje y, como sigue sin contestar, lo intento con una llamada. No hay respuesta.

Me sobresalto porque, mientras sigo sentada en el asiento del conductor, oigo que se abre la puerta de entrada de su casa, pero me relajo enseguida cuando veo que se trata de su madre. Salgo del vehículo y la saludo con la mano.

—Rydel —dice mientras se dirige hacia mí. Lleva un jersey rosa y sus zuecos de andar por casa con dibujitos de margaritas—. ¿Qué haces por aquí? —Lleva la melena castaña recogida en un moño alto. La hace parecer más joven de lo habitual.

Le sonrío como disculpándome.

—¡Ah!, es que estaba por el barrio y quería ver si Ellington estaba en casa. La semana pasada hablamos de quedar hoy.

La señora Ratliff frunce el ceño y se le juntan las cejas.

—Ellington no está en casa.

—¿De veras? —Intento no parecer del todo sorprendida. Creía que nunca salía de casa a no ser que fuera en mi compañía.

—Sí. Me ha dicho que iba a tu casa.

Noto cómo me quedo boquiabierta sin poder evitarlo.

—¿Cómo?

La madre de Ellington se tapa con los brazos, como si de pronto sintiera mucho frío.

—Me ha pedido permiso para coger mi coche e ir a tu casa. No estoy muy segura de si lo sabes, pero Ellington ha tenido prohibido conducir durante mucho tiempo. Sin embargo, parece que está mucho mejor desde que sale contigo, y por eso pensé que... —Deja la frase inacabada.

Un terrible pensamiento me golpea con la fuerza de un tsunami. Tengo la sensación de haberme ahogado y haber conseguido escupir el agua.

—¿Puedo subir a su habitación?

Hace una pausa y me mira; su expresión es de confusión total. Pero entonces abre los ojos de par en par y corre hacia la casa. Yo la sigo.

Ella cruza la cocina a toda prisa y empuja una silla para apartarla del camino. El mueble choca contra la repisa y hace caer una taza situada en el borde, que se rompe en mil pedazos. Salto sobre los fragmentos de porcelana y voy a la zaga de la señora Ratliff mientras ella sube disparada la escalera.

MI CORAZÓN EN LOS DÍAS GRISES ✧ RYDELLINGTONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora