Domingo, 31 de marzo
Quedan siete días:Convenzo a Ellington para que me conceda tiempo antes de contarle la historia de por qué está encerrado mi padre. Lo haré cuando lleguemos al viejo parque. En realidad, no me apetece airear los trapos sucios de mi familia a la luz de los fluorescentes de una cafetería cochambrosa. Aunque, para ser sincera, ha sido una excusa para ganar tiempo. Me da la sensación de que ahora me dedico exclusivamente a sacar más tiempo de donde sea.
Está hablando por teléfono con su madre cuando llego al aparcamiento del parque. Ella lo ha llamado unas cincuenta y siete veces desde que empezamos el viaje.
-Todo va bien. -Hace una pausa y asiente como si estuviera de acuerdo con cualquier cosa que diga su madre-. Sí, ha sido un viaje divertido. -Ella debe de haber dicho alguna ridiculez, porque él sonríe con suficiencia-. Rydel está de maravilla. Pero, oye, mamá, te llamaba porque voy a llegar un poco más tarde de lo que había pensado. -Vuelve a asentir con la cabeza-. Rydel y yo hemos pensado en pasarnos por la vieja cancha y jugar un partido. -Se ríe-. Sí, seré bueno con ella. Te lo prometo. Hasta luego.
Cuelga y se vuelve hacia mí.
-Por cierto, estás haciendo tu trabajo de maravilla.
Lo miro parpadeando, perpleja.
-¿A qué te refieres?
-Mi madre cree que vuelvo a ser completamente normal. Antes jamás me habría dejado volver a casa más tarde de la hora prevista. -Cuando sonríe, no lo hace con su tradicional sonrisa de medio lado. Es una sonrisa calculada. Me revuelve el estómago-. ¿Y te he contado que la semana pasada no entró en mi cuarto para ver si estaba bien por la noche? Gracias a ti, creo que ya no está tan preocupada por mí.
Abro la puerta del coche y salgo. La presión que siento en el pecho aumenta y arrastro los Converse de color negro por el suelo enfangado del viejo parque. Ha dejado de llover, pero el aire sigue cargado de humedad y de frío. Me protejo cruzando los brazos y camino hacia la mesa de picnic sobre la que me senté la última vez que estuvimos aquí. Me siento encima y pego las palmas de las manos a la madera mojada, me echo hacia atrás y miro al cielo. Ellington sube de un salto a la mesa y se sienta a mi lado. Lo miro y veo que se coloca la mano a modo de visera sobre los ojos.
-Siempre haces eso -digo.
-¿Qué?
-Eso de hacer visera con una mano sobre los ojos. Me he fijado en que siempre lo haces. Aunque no haga sol.
Reaparece su sonrisa de medio lado.
-Eres muy observadora. En otro universo, serías una científica genial.
-A lo mejor también en este universo -susurro.
El cuerpo se le pone en tensión. Antes de que pueda decir nada, ha bajado de un salto de la mesa de picnic y está de pie, con los brazos cruzados sobre el pecho, y me mira.
-Llévame a casa. -Habla con tono neutro. Preferiría oírlo enfadado. Al menos así sabría que siente algo.
-¡Ellington! -contesto, e intento quitarle hierro al asunto. Me doy una bofetada
imaginaria por haber dicho una tontería tan grande. Debería haber supuesto que iba a disgustarle que lo sorprendiera diciendo algo así. Necesito enfocar el tema con más sutileza. Tendrá que llegar a la conclusión él solo; no puedo obligarlo a pensar como yo quiero. Intento recular.
-Solo lo he dicho por decir. No soy tan idiota.
Enarca las cejas y hace una mueca de tensión que convierte sus labios en una fina línea recta.
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MI CORAZÓN EN LOS DÍAS GRISES ✧ RYDELLINGTON
Teen Fiction❝ I ain't no Superman, but I can change your world. ❞