t h i r t e e n

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Miércoles, 27 de marzo


Quedan once días:

Hoy, en el trabajo, estamos realizando un maratón telefónico en nombre de la ciudad de Langston. Todos los años, a finales de marzo, Langston organiza una feria en el patio trasero del colegio para recaudar fondos. (Gran parte de la recaudación se destina al programa de baloncesto, aunque los responsables hacen el paripé de que la destinan a mejorar los programas de ciencias y matemáticas.) Siempre traen atracciones de las más sencillas -una noria y las tazas giratorias-, instalan un par de puestos que venden algodón de azúcar y refrescos empalagosos, y el equipo de animadoras interpreta un par de coreografías con piruetas arriesgadas. A los viejos verdes de Langston les encanta la feria de primavera.

Levanto el teléfono y marco el siguiente número de mi agenda: John Gordon, residente en Mound Street, número 415. A lo mejor el tal John pertenece a ese grupo de población que ya está en la feria de primavera y ni siquiera necesita que se lo recuerden. El teléfono suena dos veces antes de que John conteste. No ha habido suerte.

-¿Diga? -tiene acento de Kentucky.

-Hola, señor Gordon -digo-. Mi nombre es Rydel y llamo de Tucker's Marketing Concepts en nombre de la ciudad de Langston.

-¿Sí? -Parece algo impaciente, aunque no me habla con la irritación a la que me tienen acostumbrada algunos interlocutores.

-Como quizá ya sepa, la ciudad celebra su feria anual de primavera. -Le suelto mi discurso sobre cómo los fondos que se recaudan en el evento proporcionan valiosos recursos a los colegios de Langston. Hablo con entusiasmo sobre las próximas actuaciones de las animadoras y lo divertida (y segura, claro) que es la noria. Acabo con la frase de cierre obligatoria: «Es una ocasión estupenda para personas de todas las edades. Un acontecimiento muy recomendable para familias». Por supuesto, no menciono el detalle de que las animadoras suelen llevar sujetador con estampado de leopardo y que bailan a la intemperie, aunque la temperatura no supere los diez grados.

Se hace un silencio al otro lado de la línea.

-¿Señor Gordon?

-Sí, ya conozco la feria de primavera -dice-. Mi familia ha pensado en ir mañana por la tarde.

-Genial. Gracias, señor Gordon. -Hay algo que honra a la gente de Langston: siempre da la cara por su ciudad.

Hoy estoy más concentrada de lo normal en el trabajo. Quiero hacer todas las llamadas de la agenda. De verdad, quiero que se acabe mi turno. Hace poco me he dado cuenta de que, si realmente trabajo mientras estoy aquí, se me pasa el tiempo más deprisa. Tras hacer unas seis llamadas seguidas, miro a Laura. Tiene la frente arrugada y no para de parpadear.

-¿Qué? -le pregunto, y levanto el teléfono para marcar el siguiente número.

-Hoy estás rara. -Se levanta y se dirige hacia la máquina de café-. Casi parece que estuvieras contenta. ¿Al final has conocido a alguien?

Me río, y la risa me suena a cascajo. «¿Contenta?» Lo triste es que no se equivoca tanto: sí que he conocido a alguien, pero no como ella cree.

-¿Te parece raro que esté trabajando?

Asiente con la cabeza.

-Muy raro.

-Solo intento que te sientas orgullosa, Laura. -La saludo con la mano en la frente al estilo militar, y ella niega con la cabeza.

Dos minutos antes de que termine mi turno, abro el buscador de internet. Llevo todo el día sin distraerme, por eso creo que me he ganado un rato de ocio.

MI CORAZÓN EN LOS DÍAS GRISES ✧ RYDELLINGTONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora