Domingo, 7 de abril
Ya no quedan días:
Hoy es el día: el aniversario de la muerte de Madison. Me ha costado un mundo reunir el valor necesario para venir al hospital, pero sabía que, si no venía, jamás me lo perdonaría.
Por primera vez en tres años, me he puesto algo distinto a una camiseta de rayas grises y vaqueros.
Le he cogido prestado a Georgia un sencillo vestido negro, me he lavado el pelo, me lo he peinado hacia atrás y me he hecho una trenza francesa. No es que crea que a Ellington le vaya a importar mi aspecto a estas alturas, pero a mí sí me importa. Y lo que quiero es que él se dé cuenta de eso.
Las zapatillas color plata que también le he pedido a Georgia hacen un ruidillo como de pisadas de lluvia sobre las baldosas a medida que avanzo por el pasillo del hospital. En cuanto llego a la habitación de Ellington, echo un vistazo al interior y veo que sus padres están juntos a los pies de la cama.
—¡Oh, Rydel! —dice ella. Me dedica una alegre sonrisa. Empiezo a creer que la calidez de la madre de Ellington no es solo fachada, como dice él; de verdad que alberga todo ese amor en su interior.
El señor Ratliff la rodea con un brazo y, cuando me ve, atrae más hacia sí a la señora Ratliff.
—Entra —me dice. Habla con menos efusividad que su mujer, aunque su tono tampoco resulta frío.
Ellington me mira. No dice nada. A lo mejor son solo imaginaciones mías, pero juraría que su mirada se ilumina un poco. Las ojeras todavía están azuladas, aunque resultan menos impactantes que el viernes.
—Tengo hambre, ¿y tú? —le dice la madre de Ellington al padre.
Él se muestra confuso durante un instante, pero entonces lo entiende.
—¡Ah, sí! —responde—. Estoy muerto de hambre.
La señora Ratliff se vuelve hacia mí.
—Cariño, ¿te importa cuidar de Ellington durante unos minutos mientras vamos a comer algo rápido?
—No hay problema. —Le sonrío agradecida por su amable gesto. Le agradezco que todavía me permita ver a Ellington, haberme apuntado en la lista de visitantes autorizados y tratarme como a un miembro más de la familia.
La señora Ratliff besa a su hijo en la frente y, en cuanto sus padres se han marchado, tomo asiento en la silla que hay junto a su cama.
—Debería estar en su tumba —dice Ellington al final. Todavía se le nota la voz débil, aunque más firme que el viernes—. Hoy más que ningún otro día, debería estar allí.
—Ella no necesita que estés junto a su tumba para saber que la quieres.
Me mira haciendo un mohín.
—¿De verdad lo crees?
Asiento en silencio.
—Sí que lo creo, Ellington. Puede que no esté aquí físicamente, pero sí que está presente. Y ella quiere verte feliz. Sé que eso es lo que quiere.
Permanece en silencio durante unos minutos. Tiene las sábanas subidas hasta la barbilla y está totalmente quieto. Nos miramos en silencio hasta que él me pregunta:
—Cuando salga de aquí, ¿irás conmigo?
—¿A su tumba?
Tuerce la boca y lo interpreto como un sí.
—Iré contigo a cualquier lugar. —Me arde la cara. No estoy acostumbrada a decir cosas así, pero cuando lo veo sonreír con debilidad, desaparece cualquier sensación de bochorno—. Mírame, aquí me tienes, siendo la más cursi del mundo.
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MI CORAZÓN EN LOS DÍAS GRISES ✧ RYDELLINGTON
Teen Fiction❝ I ain't no Superman, but I can change your world. ❞