Sábado, 23 de marzo
Quedan quince días:Georgia y yo estamos sentadas a la mesa de la cocina, y ella está mirando por la ventana. Creo que espera ver a Tyler de refilón antes de que nos vayamos.
-¿Quién es ese bomboncito? -Pega la cara al cristal.
Le doy un sorbo a mi café solo. Sigo intentando descubrir el gusto, pero no importa lo mucho que lo intente, no soporto su amargor.
-Creía que conocías a Tyler.
-¡No te quedes conmigo! -dice-. Ese chico no es Tyler. Es más alto y tiene el pelo más corto.
Miro por la ventana y veo el Jeep rojo de la señora Ratliff alejándose del camino de entrada de nuestra casa. Suena el timbre y me levanto para ir a abrir, pero Georgia se me adelanta. Abre la puerta de golpe, pone los brazos cruzados y con su voz más melosa dice:
-Hola, encantada de conocerte.
-Ah, hola -dice Ellington, y entra en nuestra casa.
Jamás me ha avergonzado nada relacionado con la casa de Steve, sobre todo porque me paso el tiempo avergonzándome de mí misma, pero, en cuanto Ellington entra, empiezo a darme cuenta de que todo está mal. Nuestra alfombra está manchada y hay una pila de platos sucios en el fregadero. No se parece en absoluto a su casa, limpia como una patena.
Sé que no debería importarme lo que él piense. No es que vaya a decidir que no se tirará por el acantilado de Crestville Pointe conmigo porque mi casa es una zona catastrófica, pero no me gusta pensar que le doy lástima. Me gustaría que la babosa negra cumpliera su cometido y se comiera no solo mi felicidad, sino también esta sensación de ser tan consciente de todo.
Alarga una mano para saludar a Georgia como si fuera un político. Imagino que son sus modales conservadores sureños.
-Me llamo Ellington -dice-. Soy amigo de tu hermana.
Me sorprende que haya sido capaz de deducir que Georgia es mi hermana, teniendo en cuenta que no nos parecemos en nada.
-Medio hermana -suelto antes de que Georgia pueda decir nada.
Un mohín fugaz aflora en el rostro de Georgia, pero me ignora y vuelve a volcar su atención en Ellington. Se acerca más a él y juguetea con la punta de su brillante cola de caballo.
-Bueno, ¿y cómo es que conoces a Rydel?
Ellington baja la vista al suelo y mueve los pies.
-Nos conocimos hace unas semanas en la cancha de baloncesto de Willis.
Georgia se vuelve para mirarme.
-¿Qué hacías tú en Willis?
-¿Y a ti qué te importa lo que yo haga? -Hago un gesto a Ellington para que vaya a sentarse a la cocina-. ¿Te apetece algo de beber?
Cuando me fijo en cómo observa el espacio, me entran ganas de taparle los ojos y sacarlo de la casa antes de que pueda ver nada más.
-Mi madre trabaja -digo como excusa para explicar tanto desorden.
-Sí, trabaja en Swift Mart -añade Georgia, y se cuela en la cocina-. Seis días a la semana, pobrecilla.
«¿Pobrecilla?» En la vida de nuestra madre hay cosas peores que el hecho de que trabaje en Swift Mart. Por ejemplo: su primer marido está cumpliendo condena por asesinato. Otro ejemplo: su hija primogénita es una friki depresiva.
-¿No tienes que irte a algún sitio? ¿A tu entrenamiento con las animadoras o algo así? -le pregunto mientras abro la nevera.
Ellington no me ha dicho nada a mi ofrecimiento de una bebida, pero, de todas formas, voy a servirle un zumo de naranja. Se lo sirvo y le pongo el vaso delante.
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MI CORAZÓN EN LOS DÍAS GRISES ✧ RYDELLINGTON
Teen Fiction❝ I ain't no Superman, but I can change your world. ❞