CAPÍTULO 5

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- ELLA -

"Veo una luz a lo lejos. Pero tengo miedo. No quiero ir hacía la luz. No quiero moverme de donde estoy. Si doy un paso al frente, estoy segura de que no podré parar. Tengo que despertar. Tengo que abrir los ojos".

Me desperté tumbada en la cama. Al parecer conseguí quedarme dormida. Me sorprendió, ya que lo único que hacía era llorar. Pero mis ojos cesaron al cansancio. Aunque tras dos semanas, mi pulso seguía siendo irregular. Acelerada, así me sentía.

Todas las semanas que estuve en coma, solo pensaba en la luz blanca que vi al principio. Eso fue lo primero que vi. Luego era todo oscuridad. Mis miedos habían despertado tras aquel mal sueño. Aunque más que una pesadilla diría que era una realidad. Un hecho, al que en aquel entonces no tenía importancia, porque no fui tras la luz.

Pero deseaba haberlo hecho.

Con cuidado me levanté del suelo, pero el punzante dolor de cabeza provocó que me tambalease y acabase chocando contra el mueble de madera de al lado. Suspiré hondo. Me costó demasiado acostumbrarme a aquello.

Realmente me costó perdonarme aquello.

Al incorporarme otra vez, el reflejo del espejo que se posiciona delante de mí, llamó toda mi atención. Poniendo mis cinco sentidos sólo en él. En mi interior podía sentir como me iba evaporando poco a poco en cenizas. En un arrebato de desesperación y rabia, abrí el pequeño mueble de mi izquierda. Último cajón. Me alegró el saber que Tyrone no había cambiado ese viejo hábito. Saqué de este el voluptuoso arma de color negro azabache. Me posicioné y fijé el objetivo.

Las manos me temblaban. No podía apretar el gatillo. Pero la cólera era mucho más fuerte que yo.

"¡Dispara! ¡Venga! ¡¿A qué estás esperando inútil?!"

Tras unos minutos, disparé. Al fin logré disparar a la persona que más odiaba en el mundo. Sin embargo, cometí un grave error; las balas no atravesaban espejos.

Bajé los brazos, con el arma aún en mis manos. Esperé a que alguien entrara en la habitación, me quitara la pistola de encima y apretara sus brazos alrededor de mi cuerpo, haciéndome sentir segura. Pero nadie vino en mi ayuda. Nadie abrió la puerta.

— ¡Ah! ¡Joder! Lancé el arma contra el espejo, rompiendo aún más el cristal.

Apreté mi desnuda cabeza con ambas manos, apretándome así los odios. Grité. Grité hasta quedarme afónica, hasta agotar mi voz por completo. La ira me poseyó por segundos y la impotencia me rasgó todo mi interior.

Que estúpida fui al hacer aquello. Solo conseguí hacerme daño a mi misma, y romper un espejo de cuarenta dólares.

Antes de que pudiera empezar a romper cualquier cosa que estuviera por delante, empezó a sonar un fuerte pitido. Sacándome así de mis problemas, de la locura que acababa de hacer. Abrí la puerta y me dirigí hacía la sala principal. Tyrone no estaba, así que supuse que sería él quién estaba llamando. No descolgué el teléfono y lo dejé sonar. Al cabo de unos segundos saltó el altavoz.

— Sé que estás ahí y me estás escuchando. — Sí. Era Tyrone. — Lauren no sé si has leído la nota que te he dejado en la mesa. — La verdad, ni me había dado cuenta. — Hoy saldré tarde del trabajo. Tienes comida china en el frigorífico. Si vas a salir o algo, por favor llamame antes. — Un largo suspiro resonó tras el altavoz. — Te quiero. — Tras decir aquello colgó.

No sabía que hacer, y no me hacía mucha ilusión desayunar comida prefrito de ayer. Lo mejor era salir y que me diera el aire. Despejarme, eso haría. Con lo primero que me vestí fue con una gorra de color negra.

"Al menos esto lo disimulará".

Pensé, pero no fue así.

Me puse unos vaqueros negros ceñidos, una sudadera ancha de color gris y unas deportivas negras. La sudadera me llamó la atención.

"¿Será mía o de Ty?"

Ya sabía de quien era subconscientemente.

Al terminar de vestirme cogí lo que creí que era mi móvil y mi cartera, y fui hacía la puerta principal. Cuando alcé mi brazo para coger las llaves del coche de Tyrone, me paralice en el instante. Aquel sentimiento de angustia me estaba ahogando. Cerré los ojos fuertemente y tragué saliva. Aparté bruscamente la mano de las llaves y abrí la puerta. Cerré de un portazo.

Tampoco llamé al número de Tyrone. Tampoco lo iba a hacer. Tampoco me importaba.

Estuve dando vueltas por toda la ciudad de Miami, hasta que me paré en una pequeña cafetería del centro. Compré un croissant con mantequilla y un chocolate caliente. No tardé mucho en terminar de comérmelo. Parecía que había pasado mucho tiempo que no desayunaba algo como aquello.

Y realmente había pasado mucho tiempo.

Minutos después, mientras saboreaba el sabor amargo del chocolate en mi paladar, la imagen del hospital me vino a la mente, y con ello Camila. Mi siguiente parada sería el "Mercy Hospital". Donde estuve hospitalizada durante más de tres meses. Una sensación escalofriante recorrió toda mi espina dorsal. El pensar volver allí de nuevo me ponía los pelos de punta.

No tardé mucho en llegar. Nada más la entrada me producía pavor. Respire hondo y di un paso al frente. Uno tras otro. Al estar ya dentro, me detuve en mitad de una sala, sin saber a dónde ir. Fui allí en busca de alguien. Y no me iría hasta encontrarla.

Miré a todos lados. Nada. Todo estaba vacío y frío. La valentía con la que entré desapareció y dejó paso al miedo, que estaba empezando a apoderarse de mí, otra vez. Mis manos empezaron a sudar. De repente sentí calor, mucha calor. Me estaba agobiando.

Estaba decidida a irme cuando escuche aquella voz. Una voz dulce y calmada. Era ella. Me dí la vuelta y empecé a correr desesperadamente por el largo pasillo, donde procedía su voz. Los latidos de mi corazón retumbaban en mis oídos. Sentía como mi respiración se aceleraba por cada paso que daba. Cada vez estaba más cerca de ella.

Pero me detuve. Dejé de correr. Y todo por la persona que tenía enfrente.

— ¿Lauren?

Si. Era ella. Era Camila.

Close your eyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora