Capítulo 16

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Todo cuanto pudimos escuchar fue un grito. El grito sonoro de alguien, aquel que indicaba que algo raro sucedía. Después de eso... no recuerdo lo que pasó. Ahora estoy aquí, atada de manos a pies sobre una camilla blanca, como la de los hospitales, en una sala verde con decorados de flores blancas. Hace frío y tiene un olor raro; sobre mi cabeza hay unas máquinas raras, agujas y chismes que no entiendo su función, como si estuviera en un ¿dentista?. A pesar de estas rarezas, no estoy asustada. Ni tengo miedo. No voy a  esmerarme en hacer fuerza para soltarme. ¡Va a ser imposible!. Todo es tan extraño; el bosque de la isla... si esque estabamos al amanecer todavía en la isla, de todas formas, algunos árboles eran irreales, al igual que aquella criatura que nos seguía. ¿Que nos están haciendo?.

   Una mujer alta, delgada, rubia con el pelo corto y ojos azules con mirada profunda; entra en la sala. Es magnífica. En su cara además de la belleza se puede entrever los rasgos de mujer maléfica, autoritaria. Su mirada a veces da miedo. Se acerca a la camilla de Tina, y se sienta a su lado. Después de un rato mirándola a sus ojos como si estuviera pensándo, la mujer se acerca a la oreja de Tina y le dice estas palabras: Estabaís drogadas, nada era real en el bosque. No tomeís ningún medicamento que os ofrezcan. Tina, asustada por lo que le ha dicho, se pone tensa y piensa en todo. Mira a los ojos a la dama, y en esta ahora puede ver un símbolo de ternura, pero también de miedo. Un miedo que se reflejaba en sus propios ojos. La dama, gira la cabeza hacia las respectivas paredes de la sala, se queda mirando la pared de en frente de Tina; después se levanta lentamente, le echa una mirada amenazante a Tina, una de sus miradas, de esas profundas que daban miedo, y se gira hacia la pared como dando una señal de aprobación; después se larga. Tina, nerviosa, cae en la cuenta de que posiblemente las paredes tengan cámaras, o tal vez sean espejos y puedan verla a ella. El miedo la azota una vez más, y con un suspiro fuerte, intenta mover las manos rabiosamente, con fuerza, y no consigue moverlas ni una pizca. Con un grito de ira intenta mover su cuerpo entero, y hace que la mesilla tiemble. Levanta la cabeza y consigue ver que sus manos y pies están encadenadas por aros de un metal grueso. Intenta no perder los nervios y respira hondo para tranquilizarse un poco. Mira de nuevo a su alrededor, seguro que está vigilada. Si ella está atrapada allí, su compañera también debe estar aquí. ¿Pero y los demás pasajeros del avión?. ¿Se estarán devorando ya unos a otros?. Y todo se vuelve oscuro, porque las luces se apagan de repente, y no se ve nada, ni un mezquino rayo de sol. Tina se acelera, y nerviosa en la oscuridad empieza a gritar medio llorando, agitando todo su cuerpo y provocando el tembleo de la camilla. Las luces se encienden de nuevo, ella sigue gritando y al abrir los ojos, esta vez no se encuentra en la camilla, no. Es algo sorprendente, inimaginable, porque al ubicarse bien, Tina reconoce que se encuentra en su casa, en la cocina más croncretamente. Asustada, se sienta en un taburete próximo y comienza a llorar. Las lágrimas recorren su piel con rápidez, gruesas, rápidas. Lágrimas que marcan el temor y el dolor. Sin pensarlo siquiera, Tina entre sollozos grita el nombre de su madre, espera con los nervios circulando en todo su cuerpo, no hay respuesta. Lo intenta de nuevo, pero esta vez incluye también a su hermano. Nada, parece que no hay nadie en casa. Entonces, en ese momento y con las piernas tamblándole, se levanta del taburete y camina unos pasos, coge un cuchillo largo y afilado; de estos que se utilizan para cortar la carne antes de cocinarla. Y sale de allí, despacio. Con su recorrido va tocando la parez con la mano izquierda, como intentando recordar los viejos tiempos. Mira en el salón, y tampoco hay nadie, parece que está sola. No le apetece subir arriba y ver su habitación, porque entonces se derrumbaría. Camina hacia la puerta de entrada, quiere salir a la calle, respirar aire fresco, sentirse libre. Camina despacio y tira el cuchillo al suelo; no quiere salir y que la vean los vecinos con un cuchillo y piensen que está loca. El pomo de la puerta está caliente, casi ardiendo. Es muy extraño. Cierra los ojos y abre la puerta lo más rápido que puede. Un aire le atraviesa, le mueve el flequillo y recorre su cuello envolviéndola. Un aire frío, de invierno, de Polo Norte. Abre los ojos. Tina se queda helada por unos segundos, con la boca abierta. Después empieza a respirar rápidamente; no da crédito ha lo que ve. Su casa, sólo ella y su casa, en medio de la nada. En un desierto. Tiene dunas próximas a ellas, y el viento hace mover porciones de arenas, modificándolas. Ella se vuelve loca, cierra la puerta y corre en el desierto, en línea recta, o eso cree ella. Llora desconsoladamente y de vez en cuando se tropieza; está torpe, por los nervios. Las piernas le tiemblan y con las manos se da golpes en la frente. Nadie, sólo arena y ella; y ya no consigue ver su casa. Se tira al suelo de rodillas, llorando, y en ese momento empieza a gritar el nombre de su madre; una y otra vez, sin parar. Está roja del susto y de tanto llorar. Pueden notarsele las venas de la frente y algunas otras en el cuello hinchadas.

 

     Quiero morir

Tiempo de miedosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora